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Memorias del padre John Martin O’Donnell

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Colonia Yucatán

¿Incomodidades?… Pues sí: todo para mí era nuevo y me costaba trabajo. La comida, el clima, la lluvia, el temor a enfermarme que era más probable que ahora. Cuando llegué a la Colonia era la temporada más terrible de calor y desarrollé una alergia, me ardían mucho los ojos por el aserrín fino de la fábrica que estaba en el aire. Así empieza la plática con este gran hombre que en unos días partirá definitivamente de nuestra región a cumplir nuevas encomiendas de su congregación.

El calor era terrible, continúa, y paradójicamente la peor noche que pasé en el invierno no fue en mi país, porque ahí teníamos calefacción, fue en la Colonia, por la humedad de los bosques de alrededor: bajaba la temperatura y te congelabas por la humedad. Era calor extremo y frío extremo también. En fin… Pero tengo un cuerpo bastante adaptable, dice entre carcajadas el padre John Martin O’Donnell, quien desde 1967 llegó a estas calurosas tierras a conquistar los corazones de los yucatecos y vaya que lo hizo; a tal grado que pasó muchos años entre nosotros.

Tengo varios compadres y muchísimas amistades; me llevo riqueza y muchísimos recuerdos que no se pueden enumerar. Me voy muy satisfecho por haber cumplido por mi vocación como ministro sacerdotal en la parroquia. Estos últimos siete años en que no estaba yo en una parroquia fija, gracias a Dios podía yo ya ejercer mi vocación misionera, así como con cierta libertad y amplitud de mi horizonte, estableciendo una comunidad con orientación y formación misionera, resume a unos cuantos días de su despedida de la tierra de los salbutes y panuchos para reintegrarse a las órdenes de su superior en la ciudad de Nueva York, sede de la congregación de Maryknoll (la entrevista se realizó en los primeros días del año 2012) y en dónde aprovechará su año sabático para tomar cursos “porque voy a aprender a escribir, a eso voy, a aprender estrategias y métodos y muchas cosas que desconozco en cuanto al oficio de escritor”. Responde a los preguntas con cierta calma, reflexionando cada respuesta el estimado Padre Juan, quien pasó sus primeros 3 años como sacerdote en la Colonia, bajo la orden de su congregación.

Vine a México porque me mandaron. Yo pedí ir como opción a Guatemala, y un compañero mío que ya había estado aquí eligió venir a México. Lo que son las cosas: a mí me mandan acá y a él lo envían a Guatemala. Vine a México recién ordenado, yo me ordené el 11 de junio de 1966 en Nueva York, y al día siguiente oficié mi primera misa en el convento de las Hermanas de Maryknoll, en su capilla. Mi primera misa en mi parroquia fue la semana siguiente, en la parroquia de la Ascensión en Manhattan. Luego, al mes siguiente vine a México. Estuve un mes en el Distrito Federal, en Tlalpan, en el Seminario de Misiones, y luego en agosto fui a Cuernavaca, a tomar un curso intensivo de español durante 6 meses. El 6 de abril del 67 llegué a la Colonia Yucatán.”

El padre John Martin O’Donnell asegura que en la parroquia de Colonia Yucatán la actividad de la gente de todas las agrupaciones era la mejor de la diócesis, con cursillos, catequistas, el Movimiento Familiar Cristiano, los grupos bíblicos, muy participativa en cuestiones de pastoral.

Cuando llegamos a la Colonia el Padre Pedro Petrucci y yo, ya era de noche y apenas se veía una lucecita por acá y otra por allá. Llegamos en lo que es la cocina detrás de la iglesia, que era la única de material. Chary Nuñez, su hija Teté y su sobrina Clary salieron a recibirnos. Al día siguiente fuimos a desayunar y el padre Pedro Petrucci me dijo: ‘Hoy te toca ir a Kantunil Kin, Quintana Roo.’ ‘Ajá y… ¿eso qué?’ le contesté un poco sorprendido. ‘Te toca a ti porque yo fui hace 8 días.’ Bueno, pues me fui acompañado de José Flores y Arturo Orozco, que hablaban maya. Ahí pasé mi segunda noche, después de celebrar Misa en la tarde, y luego domingo en la mañana. Recuerdo que, cuando entramos con la camioneta, la gente nos estaba viendo entre las rejillas, apenas con la puerta entreabierta, viendo quién pasaba con desconfianza. Claro está que no hablaban nada de español, y yo con mi español muy nuevo… José Flores y Orozco la hacían de traductores. Dormimos en la sacristía, mi segunda noche en hamaca, porque en la Colonia no había cama. Así que mi primera misa no fue en la Colonia, fue en la Capilla de la Inmaculada Concepción de Kantunil Kin.

El Cuyo y Holbox eran parte de nuestra jurisdicción. En El Cuyo avanzábamos por los cocales como un kilómetro, y una lancha nos llevaba a Holbox, que era una isla pequeñita donde no había luz, sino una planta apenas en la noche. Ahí no eran gente maya, los mayas eran más introvertidos; alguien me ha dicho que algunos de ellos eran descendientes de los piratas que circulaban por la costa, esperando los galeones españoles; y, sí, había apellidos italianos y franceses, gente de ojos claros y tez blanca, así como yo. No eran mayas, ja ja ja,” rememora, carcajeándose de sus recuerdos, como si fueran frescos, este corpulento hombre de tez blanca, poblada barba y ojos azules, nacido en la isla de Manhattan, en Nueva York, el 28 de diciembre de 1939.

Nuestra Señora del Carmen, nuestra parroquia en la Colonia Yucatán, era la más activa que teníamos y mejor organizada. Yo solo estuve ahí los últimos 3 años de nuestra congregación, pero el patrón de la participación y organización de las personas ya estaban hechos en aquellos tiempos en que era poco común ver a un sacerdote jugando básquetbol, voleibol o futbol con los feligreses. A la gente de la Colonia le gustaba la idea de que se practicara deporte, que era muy promovido allá, todo mundo participaba viendo los partidos. Mi presencia a lo mejor atraía más gente, aaa lo mejooooor, responde con modestia. Alguien me dijo una vez: ‘Oiga, Padre ¿no se fijaba de que los domingos en la misa de la tarde iba mucha muchacha cuando oficiaba usted?’  Ja ja ja. Carcajeándose, explica: En misa de 5, porque luego de la misa iban al parque y luego al cine. 

Continuará…

L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelo63@gmail.com

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