Colonia Yucatán
Don José Dolores Sánchez Azueta, mejor conocido como “Rifles”, concluye sus memorias en la Colonia Yucatán, recordando cuando fue despedido de la fábrica, junto con otros compañeros.
Yo vine acá a la Junta de Conciliación y Arbitraje. No sé leer, pero ya había aprendido a sacar mis cuentas. Hablé con gente que sabe: alcanzaba 55 mil pesos por los 35 años que hice allí, pero la Junta es una mierda. Al principio me ofrecían 10 mil pesos; le digo a la licenciada: ‘¿Qué es esto: una subasta?’ ‘Sálgase de aquí’. Jajaja, me sacó dos o tres veces la condenada; le iba subiendo, pero no subió más de 30 mil. Me dijeron: ‘Agárralo y déjate de pendejadas.’ En donde trabajaba me dijeron claramente que no dan permisos.
¿Qué por qué me dicen “Rifles”? Porque que a mí me gustaban los rifles, tuve varios. Como ya era jefe de turno, me llevaba con los traileros que traían material de Belice. Por cierto, mis dos hijas pura leche importada tomaban, claro que cuando ellos venían con su carga daba la orden e inmediatamente lo descargaban. Todos los choferes se llevaban conmigo. Una vez le dije a uno de ellos: ‘Quiero un rifle, pero bueno, automático.’ Saqué 10 mil pesos y se los di, en esa época no había desconfianza. Me lo trajeron hasta con mira telescópica, una maravilla.
En cierta ocasión me fui por El Cuyo y ahí estaban los macizos Geyne, Rodríguez y Zamudio, observando un pajarito que daba saltitos. Ya le habían disparado como 15 veces, ¡pau pau pau!… y nada. Yo llegué con ellos. ‘Ese pajarito nos está burlando,’ me dijeron. ‘¿Dónde está?’ ‘Ahí,’ y ¡pum! de un tiro cayó… Claro, yo practicaba mucho. Tenía un rifle de 18 tiros automático, una maravilla, entonces yo tiraba paloma en el monte, por eso me pusieron ‘Rifles’, por buen tirador. Mi nombre en la Colonia es raro. Acá, desde que yo oiga ‘¡Rifles!’ ¡Ah es de la Colonia! Jajaja ya sé quién es…
Le digo que muchas aventuras y qué más que la verdad. Si hubiera vivido mi mamá, creo que nunca me hubiera casado. Me casé a los 34 años y ella tenía 19. Mi suegro no me podía ver, una vez hasta me sacó la carabina.
Desde que entré a pedir a Olivia –Azcorra Pérez– como mi novia dejé el juego, el trago, todo; me dediqué a ahorrar para mi boda. Cuando me casé ya tenía casa equipada con lo que me dejó mi mamá.
Un 24 de diciembre en la noche renté un taxi, subió ella y nos fuimos. Ella pidió permiso para ir a comprar y no volvió. A los dos días, el 26, fuimos a Izamal a buscar los papeles para casarnos por el Registro. En la estación de tren nos encontramos con doña Iliana, ella nos consiguió los papeles en el Registro Civil, y en casa de unos parientes de ella celebramos la boda.
Cuando llegué a la Colonia compré muchas cosas con el dinero que no gasté. Recuerdo que compré una televisión que en toda el área de la Colonia, desde la casa de Pedro Campos hasta la salida del Cuyo, nadie tenía. Me gustaba también escuchar la radio en F.M. Como la tele no se veía muy bien, pues puse una antena y hasta la radio se escuchaba bien. Cuando me topaba con mi suegro en la fábrica no me contestaba el saludo, ni jun ni jam… hasta que se dio la oportunidad de reconciliarnos… Desgraciadamente no lo disfruté: como a los seis meses de que nos empezamos a llevar le dio un infarto.
Ahora he querido ir a la Colonia, aunque ya no reconozca a muchos; ellos cambian, pero nosotros no.
Este año yo fui a la fiesta, interviene nuevamente Oli a quien mi familia y yo tenemos mucho que agradecer, tanto a ella como a su mamá, doña Ileana. Éramos vecinos en ese entonces y mi mamá había sufrido un accidente, se le quebró un pie estando embarazada y tenía riesgo de amputación. Ya no podía hacer los quehaceres de la casa y atender a tres chamacos traviesos. Oli y doña Ileana se dieron a la tarea de suplirla en sus labores domésticas, sin más paga que el agradecimiento sincero. Todos los días estaban al pendientes de nosotros. Por eso me sonó familiar cuando, al contestar ella el teléfono para concertar la cita, a pesar de no haberla visto ni oído en mucho tiempo, dijo: Hola, Arielito, ¿cómo están tus papás? Porque así era la vida en la Colonia Yucatán: de solidaridad, fraternidad y comunidad. Como dice Rifles: la gente de Colonia de antes era una maravilla.
¡Sí, señor!
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO