Colonia Yucatán
Don Luis Manuel Lara Álvarez continúa sus remembranzas.
Como quince años hice ahí. El jefe era Enrique Geyne, lo ascendieron a subgerente y nombraron a Fernando Garduño hasta que cerró la fábrica. Mis compañeros fueron Wilmer Alonso, Jorge Ruiz, Enrique el changuito Serrato, el nekes Crescencio Cupul, Andrés Silva y Julio Manzanilla; éste, aunque era de los corbatas, siempre fue nuestro cuate, nunca faltó a las fiestas del sindicato, le gustaban un poco los tragos. Las secretarias eran Victoria Arce, Conchita Ravell, esposa de paleta, Manuelita Vera llevaba la mesa de cédula cuarta, la mesa del IMSS; Tere Díaz fue secretaria de la gerencia, Irma Leal era ayudante de don Vidal Sosa, que era el cajero.
Ya después yo llevaba el cárdex, eran unas tarjetas casi del tamaño de una batea, era todo el inventario, que tenía más de cinco millones de pesos de esa época. Había cables de acero de una pulgada, rollos de cinco octavos, de media pulgada, sigue recordando don Manuelito con cierta nostalgia su paso por la Colonia y la Sierra.
El único problema que yo vi fue en una ocasión que se pretendió hacer un sindicato de mecánicos, que eran muchos. Había uno de Jalisco, buenísimo, don Francisco Herrera. Recuerdo que, cuando estaba chico, mientras mis compañeros iban al parque a jugar encantados o lucha libre, yo me iba al taller a ver cómo soldaba. Fue maestro de Pocho (Luis Braga). Había también herreros; en esa época fui cartista.
La secretaría de Hacienda les pedía y tenían que entregar los inventarios, creo que en febrero. En Colonia era Costos nada más, todo lo demás estaba centralizado en México, eran como 65 hojas tamaño oficio; tenía que transcribirlo a máquina y yo tenía que cumplir con entregarlo. Me sentaba a escribir hasta las dos de la mañana, tenía que estar todo cuadrado para mandar a México. En ese entonces no existían las horas extra. ¡Cuidado que hables de extras! Era la época del terror. Entonces se pretendió hacer el sindicato de mecánicos, pero no había asesores. Eran más de 40 mecánicos, la plantilla del taller estaba grande, sí, pero fracasaron en su intento de formar el sindicato.
En una ocasión, aunque aclara que eso no le gusta decirlo, llegué a ser secretario del sindicato de la Industria Maderera de Colonia Yucatán. Éramos empleados de confianza, pero estábamos arriba de todas las prestaciones que tenía el sindicato de obreros que lideraba don Raúl Vázquez. En cierta ocasión, un asunto religioso derivó en un problema serio: la casa de don Bonifacio Mukul –Don Bom– se convirtió en templo de los Testigos de Jehová. Iba mucha gente y alguien se quejó, lo mandaron llamar y le dijeron que eso no se permitía. Intentaron sacar a don Bom de la Colonia, quitarle la casa y el trabajo. Les dije que no era correcto lo que estaban haciendo, me preguntaron que cuánta gente iba, que si era tan buena esa religión que profesaban para que vaya tanta gente. A raíz de eso nosotros luchamos por las casas, entonces nos daban 82 metros cuadrados de construcción, a los otros 60 metros les correspondía. No recuerdo cuántos, pero éramos aguerridos. Vinimos a hablar con el licenciado Castillo Vales, que era nuestro asesor.
Enrique Geyne era un tipo in-tra-ta-ble: tres veces intentaron sacarme de su oficina cuando iba a tratar con él. Panchito Rejón era otro diablillo, al pobre chofer de la administración Pedro Albornoz lo maltrataba mucho, yo diario me peleaba con él. En esa ocasión me dijo: ‘¿Sabes cómo se acaba esto?’, refiriéndose al problema de don Bom. ‘Cerrando la iglesia,’ me respondió serio. Yo me eché para atrás, él era un hombre que antes de ir a trabajar todos los días entraba a la iglesia y no entendí qué me quiso decir. Pues un día me habló don Pancho y me dijo que lo habían liquidado. Fui el único al que se lo dijo: ‘Manuel, vengo a despedirme de usted’ me llamaron anoche en la casa principal, me dieron 40 mil pesos y me despidieron.’ Así le agradecieron sus años de servicio.
Continuará…
L.C.C. VICENTE LÓPEZ TEJERO