Colonia Yucatán
Don Luis Fernando Valdéz Figueroa, mejor conocido como Longa, asegura que tiene un agradecimiento muy grande por la Colonia Yucatán, pues le enseñó a ser una persona muy responsable. “Ese valor lo tengo: a pesar de que fui líder, jamás me metí en problemas. Fue una experiencia muy buena. Fui Secretario de Conflictos del sindicato junto con Luis Mugarte, al que le decían Xix. Era la época de Perló (después de la extinta Medval, él compró la maderera y le puso EMSA) mas nunca fui una persona que mal oriente al trabajador. Cada año emplazábamos a la empresa a huelga porque los trabajadores querían que les pagaran un mes de utilidades, la administración argumentaba que ya no se podía dar más, que la cosa estaba muy difícil. La materia prima estaba escasa, ya el material, la chapa, lo traían de otro lado y así era; pero aún así varias veces logramos que nos dieran 20 días de utilidades por la empresa y todos contentos.
Eso me dejó la Colonia -rememora con nostalgia y alegría el compadre de Ubaldo Dzib-, valores y, entre otras cosas en que soy responsable, la unión familiar. Mis papás eran unas buenas personas, a pesar que mi papá era drástico, severo. Recuerdo que de chavito ¡pam! Una bofetada me daba si no saludaba. Antes no escuchabas nada de groserías, había mucho respeto y una férrea disciplina en la educación.
De la Colonia me quité ya grande, toda mi vida allá viví, recuerda el vecino de Jorge Nuñez.
Una cosa que no se me olvida fue cuando se quemó la iglesia. Fue el 21 de diciembre del ’78. Era cumpleaños de mi sobrina, hija de mi cuñada Jesús y Pedro Campos. Estábamos en la puerta de la casa, ya estaba entrando la noche, no había corriente en la Colonia ese día, cuando oímos las campanadas tocando fuerte. Rápido agarró fuego eso y ya no se pudo hacer nada. Para que veas, en aquel tiempo había mucha unión de la gente, los trabajadores ayudaron al Padre, que pidió ayuda al sindicato, se expuso en una asamblea y se acordó que nos descuenten una cuota de nuestro salario para empezar a reconstruirla.
Era una preciosidad esa iglesia. La escuela de madera igual era una maravilla, y no ese domo que hay ahora. Una vez con Panchi Pachul, cuando estudiábamos en la primaria, estábamos jugando en la escuela y golpeamos sin querer a la maestra Rosita Rincón, quien estaba embarazada; nos regañó y como castigo no fuimos a la excursión a las Coloradas. Ese día nos presentamos a la escuela como si nada hubiera pasado, con todo nuestro lunch y refresco que nos habían preparado en casa pensando que íbamos a ir a la excursión, y nos corrieron, no fuimos. La maestra Rosita era dura pero, eso sí, una muy buena maestra. Igual Conde, éste te agarraba de las patillas cuando hacías o decías algo malo ¡y cómo dolía! Pero te enseñaban bien. ‘Mira,’ le digo a mi nietos, ‘ya estoy viejo y las tablas me las sé todavía.’ Si no entregabas tu tarea, te castigaban; mi papá era una persona que no le gustaba ir a hablar con los maestros, con nadie.
De nosotros, mi hermana Carmen fue la única que estudió. Nosotros fuimos 6 hermanos y estaba jodida la cosa; la mayor de la familia era Carmen, quien se casó con Gaytan, el papá de periquita. Luego sigue Guadalupe, que se casó con Roger Moreno, después Jorge que formó familia con Miriam Diaz. Después nací yo, me sigue Felipa, que se casó con Katuch -Luis Felipe Medina- y la más chica es Ángela Esther, que se casó con Palomo.
En esa época había que comer lo que te daban. Hoy a mis nietos les dan su comida y ‘nooo, no quiero eso…’ Uta, cuidado le digas a tu papá no me gusta esto: ¡a la chingada, cabrón, te quedas sin comer!’ Así era en la Colonia.
Háblame de tu época de muchacho, del ambiente…
Pues salíamos a echar relajo al parque, alguna bachata por allá. Me gustaba andar con Jorge Nuñez. En aquella época el que tenía un tocadiscos era rico; mi papá tenía un radito, ahí escuchábamos el beisbol. El charol -Diego Nuñez- tenía un tocadiscos, frente a mi casa vivía, allá íbamos a escuchar música de los Apson, viejo. Popeye estaba en su apogeo.
Nosotros no tomábamos los tragos porque éramos unos chamacos. Además estaba controlado, tardaba mucho tiempo cuando don Pancho Rejón, según tu ficha que te asignaba la empresa, te daba tu botellita o tu cartón de cervezas. Casi pasaba un mes o más para que te vuelva a tocar, pero había contrabando con el negro Narváez. Chingao Pancho López: se subía al camión a revisar si no traían licor, pero antes de llegar a la Colonia se bajaban ellos con el trago, escarbaban un hueco para enterrar las botellas que luego iban a buscar en la noche. Nadie lo robaba, ni en tu casa robaban; podías dormir con las ventanas y puertas abiertas y nadie entraba a robar.
Nooo, es una cosa que no olvida uno. Cuando veo a alguien de la Colonia me da una alegría tremenda… Cuando me entero que algún conocido paisano murió: maaa, me da mucha tristeza…
Cuando yo salí de la Colonia, cerré mis ojos de tristeza para no ver lo que estaba dejando. Con qué dolor te quitas de un lugar así; estás dejando tu casa, tu vida feliz. Tenía yo 42 años cuando me quité… Mis hijas están llorando de tristeza porque están acostumbradas allá. Todo era muy bonito.
Don Luciano Meléndez nos trajo en su camioneta a Mérida, junto con la familia de mi hermano Jorge, con su esposa Miriam, porque sus hijos ya estudiaban acá. En el mes de agosto nos quitamos, después de la feria de julio en 1991.
Es duro, vienes a la ciudad. ¡No conoces a nadie, no tienes trabajo y ya estás grande, no conoces a nadie! Pero, ya te digo: gracias a mi cuñado Panchi conseguí trabajo en el ADO y ahí me jubilé. No me puedo quejar: aquí me fue bien gracias a Dios, recuerda el estimado Luis, quien ahora está dedicado a cuidar y a disfrutar a su familia, a sus nietos Fernando Enrique, Leonardo Daniel y Luis Mateo Rodríguez Valdéz en la casa que habitan en el fraccionamiento Las Herraduras de Caucel.
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO