Colonia Yucatán
Luis Ebert Basulto Pineda, mejor conocido en Colonia Yucatán como don Basulto, recuerda que llegó a la Colonia cuando se iba a inaugurar la escuela grande de madera.
La primaria Manuel Alcalá Martín que inauguró el Secretario de Agricultura Nazario Ortiz Garza. Ahí conocí también a Miguel Alemán Valdés, a López Mateos y a Ruiz Cortines quien, por cierto, el día que llegó de campaña para la presidencia lo recibió la orquesta “Medval” de don Pancho Rejón.
Cuando estaba entrando a la Colonia empiezan a tocar la canción de ‘Poco pelo’ que estaba muy de moda en ese entonces -la empieza a cantar don Luis alegremente, casi bailando sentado en la cama, en un rato de súbita alegría.
Sin dejar de cantar, continúa con su plática. “Al escuchar Ruiz Cortines la canción, dio la vuelta y se regresó molesto. Tal vez se ofendió porque él era calvito, ja ja ja”, y sigue cantando el famoso cha cha chá con buen ánimo.
Como yo era comerciante –continúa el esposo de doña Nilda–, me llevaba bien con todos. Ya te digo, la vida era buena. Allá donde vive hoy el Tiliche (Pedro Arias), vivía don Vidal Sosa, el tesorero de la empresa, un campechano muy buena gente, decente; él ponía un cartel en la pared de la tienda con los nombres de las diez casas con jardín mejor arregladas y su casa era la que cada mes ganaba. Yo no entraba porque era sólo para empleados de la fábrica.
En ese tiempo, te repito, la vida en la Colonia era alegre, de mucho respeto, era una vida muy bonita. El policía Pancho López (Felipe Leal) solo a los niños apantallaba, casi no lo respetaban los adultos.
Yo jugué softbol en Espita, nos enseñó el profesor Prudencio Patrón Peniche y el profesor Max Molina Fuente, quien era el director de la primaria; él me enseñó los secretos del juego, luego se fue a la Colonia. En Espita, el profesor Patrón nos costeaba todo porque le gustaba mucho el deporte. Ya cuando fui a la Colonia a vivir me llama el profesor Molina y jugué con el equipo de “Costos”; era yo pitcher.
Recuerdo que en la Colonia había muchos paisanos que fueron a vivir ahí porque había trabajo, como don Avito, tu abuelo Álvaro López Pineda, don Chit, el abuelo de Mayito Díaz, don Mario Ruiz. Había varios paisanos viviendo allá. Una vez –dice ahora sonriendo, ya más animado–, me llama don Avito y me dice: ‘Ven a comer, Luis, ya sacaron tu comida.’ ‘¡Ay, don Avito!’, le digo, ‘mejor otro día.’ ‘¿Otro día?’, me contestó algo molesto. ‘¡Otro día que te invite el más pendejo!’ Ja ja ja… carcajea al recordarlo.
Otra de las anécdotas que me pasaron en la Colonia fue una vez que viajé a Mérida y a mi regreso traje dos botellas de whisky. Las asenté sobre el escritorio de la nevería, frente a los espejos, y me puse a hacer otras cosas y las olvidé allá. Lo que son las cosas, de repente se asoma el ingeniero Zamudio y, caminando hacia mí, me ordena: ‘¡Luis, guarda eso!’ Recuerda que estaba prohibido meter trago a la Colonia, era pecado mortal, me podían hasta sacar. Yo me quedé pálido, lo guardé, preocupado, pensando, esperando mi castigo o una buena reprimenda por lo menos, o mínimo una cita en la empresa al día siguiente y… nada. En lugar de eso, vino el ingeniero Zamudio en la noche. ‘Oye, Luis, ¿lo guardaste bien?’ ‘Sí, ingeniero,’ le respondí. ‘Oye… ¿será que me puedas conseguir unas botellas? Es que la próxima semana es el cumpleaños de una de mis hijas y lo voy a festejar. No te asustes, no es acá, es en Mérida,’ me dijo. Y sí, se las conseguí. Eran de contrabando que traían de Chetumal y yo las conseguía acá en Mérida.
Así como ves, yo me llevé con todos, tanto como con los obreros como con los ingenieros de la fábrica: Zamudio, Rodríguez, Mireles, Jaimes y Zapata; con los doctores Duarte, Lezama, Ríos; con los maestros Conde, Rosado y Matos, que iba tomar café a la nevería todos los días. Igual tuve mucha amistad con los padres extranjeros Nolan, Martin, Petrucci, Kasperzak, quien fue mi compadre, igual que el Padre Andrés Lizama Ruiz.
Otra anécdota que recuerdo es cuando ponía yo las bocinas en las noches que había béisbol de los Leones; se escuchaba ¡clarito, clarito!, señala el papá de Nena quien, por cierto, tuvo nueve hermanos: Alberto, Eleazar, Pancho, Ariel, Ary. Mis hermanas son Elia, Aidé, Elsy y Eddy, dice, respetando un sagrado derecho universal de no revelar las edades de las mujeres. Unos viven en Espita y otros acá en Mérida.
Cuando hablo del ingeniero Rodríguez, me da cierta tristeza. El Tigre, le decían, porque cuando estás trabajando de repente lo ves parado junto a ti, viendo lo que haces; no te das cuenta cómo llegó. Me ayudó mucho cuando ya mi negocio se estaba yendo a pique: me redujo las rentas del casino y de la nevería, y así pude salir adelante. Tengo mucho que agradecerle.
Continuará…
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO