Colonia Yucatán
Los domingos en la mañana en la Colonia Yucatán eran siempre días alegres, animados por la música ambiental, sobre todo canciones rancheras, que se escuchaban por los altavoces de la nevería. Se escuchaba música de todos los géneros: desde José Alfredo Jiménez, pasando por el trío Los Panchos, por Los Babys hasta Luis Alcaraz, música que se oía desde la nevería hasta el mercado y el parque. La persona que proporcionaba esa alegría y ese ambiente era el propietario de más de mil discos L.P., además elaboraba y vendía sabrosos helados que aprendió de su papá en su lugar de origen.
Llegué a la Colonia porque en ese tiempo había una tremenda crisis, no solo en Espita sino en todos lados; no había trabajo ni dinero y yo me acababa de casar. Era una época muy difícil. Un tío mío, que era comerciante, Ladislao Pineda –don Ladis, el papá de Amira, Carmen y Nory–, me invitó a trabajar con él y acepté. ‘Pero sólo una semana,’ le dije, y me quedé hasta hace cinco años que no voy a la Colonia por mi enfermedad –ya le operaron la rodilla izquierda seis veces y no ha quedado bien, lo que le impide caminar, actualmente anda en silla de ruedas y con el ánimo pegado a ella, casi ya no quiere salir ‘y a la Colonia no puedo ir así,’ dice a manera de justificación una tarde de 2012, en su casa de la Colonia Jesús Carranza de esta ciudad. Su voz se escucha apagada, apenas audible, desanimado. Por ratos casi no se escucha lo que dice, da la impresión de no querer hablar, aunque por ratos habla recio y animado, sin gritar. Se le nota un poco abatido, decaído, X’má óol (*), como diría mi chichí. (**)
¿Cómo está tu papá, cuándo viene por acá? Cuando venga, tráelo a conversar conmigo, hace tiempo que no lo veo, dice a manera de saludo Luis Ebert Basulto Pineda, don Basulto, como mejor se le conoce en la Colonia, al recibirme en su casa tres días antes de su aniversario de bodas –se casó el 9 de marzo de 1952–, de manera que son más de 60 años de matrimonio con doña Nilda Soberanis. Procrearon cinco hijos: Alberto –Tito–, Luis –Licho–, Ernilda –Nena–, Nilda –Güera– y Antonia –Toñita. Cinco hijos nada más, ¿eh? dice en tono de broma, ya un poco más animado que al principio.
Mi tío Ladislao se dedicaba al comercio, viajaba de Triplay, que así se llamaba la Colonia en ese tiempo, a Mérida para surtirse de mercancía y por su edad ya no lo podía hacer. Me pidió que lo ayude, ya que también eso hacía yo en Espita. Acepté, me gustó y me quedé. El viaje era por camión de Colonia a Tizimín, y de ahí a Mérida por tren; a veces se tardaba el viaje hasta ocho horas, en ocasiones pernoctaba yo en Espita.
Recién casado, me separé de mi mujer porque no tenía yo dinero, no había trabajo y me busqué la enemistad de mi suegro. Como a los seis meses, ya establecido en la Colonia, regresé a Espita y me robé a mi esposa, la secuestré. Caminamos toda la noche, bajo una pertinaz llovizna, a la orilla de la carretera los 15 kilómetros que separan a Espita de Calotmul. Al llegar ahí, al amanecer, nos arreglamos y abordamos el autobús que nos llevaría a Tizimín y de ahí nos fuimos a la Colonia. Ya después regresamos a Espita y todo quedó bien con mis familiares y mi suegro. Lo que hace el dinero, jejejeee, recuerda ahora entre tímidas risas el papá de Tito. Don Pepe Palomo y don Panchito Díaz, don Chit, el papá de Mario Díaz, nos dieron posada hasta que conseguí mi casa.
Yo nunca fui empleado de la Fábrica. Fui comerciante, llegué incluso a tener mi camioncito, y me dedicaba también a comprar maíz y frutas en las comisarías.
Mi vida en la Colonia fue muy bonita, muy tranquila. La gente era muy devota, respetuosa. Me gustó el tipo de vida que había: los empleados no eran campesinos, eran obreros, y tenían otro nivel de cultura, eran más sociables. Los chamacos pasaban: ‘¡Buenos días, don Luis!, o ¡Buenas tardes, don Luis!’
Había mucho respeto, no había groserías ni tragos. Eran muy educados. Semanalmente había agasajos en las casas de los trabajadores, con baile, pero sin tragos. Mientras era “Maderera del trópico” no hubo broncas, en los bailes puro refresco. ¿Quieres tomar tu trago? Anda a tu casa, porque también te daban tu botellita por la empresa.
La Nevería se abrió en 1948 más o menos. Don Manuel Rodríguez la tenía en concesión por la compañía, pero se quejaba de que no le iba muy bien con la carnicería y le dieron la nevería para apoyarlo y que se ayude. Ya tenía yo años viviendo allá cuando me la ofrecieron, fue en el ‘68 creo. Ese fue uno de mis mayores logros, porque para que me la den tuvieron que hacer juntas los de la empresa, comenta orgulloso y sonriendo. Ya después, como a los cinco años, me dieron la concesión de los billares y el boliche. Pagaba en ese entonces $500.00 por la nevería, y $ 700.00 por los billares cada mes.
(*) X’má óol significa si ganas en lengua maya.
(**) Chichi significa abuela en lengua maya.
Continuará…
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO