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Memorias de Colonia Yucatán (ii)

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(De) Lo que no se olvida

“Yo hasta el cuarto grado de primaria estudié en la escuela “Manuel Alcalá Martín” a la que me inscribieron ya grandecito. Tenía yo como ocho o nueve años de edad cuando entré al primer grado; no estudié el Kínder. En ese tiempo vivíamos en Teapa, que está como a tres kilómetros distante de Colonia, y a pie me iba y regresaba a mi casa. Muchas veces iba sin desayunar, porque estaba fregada la situación en casa. En varias ocasiones, antes de ir a la escuela, mi pobre mamá quemaba una tortilla, le ponía agua hirviendo, lo colaba y preparaba mi café: era todo mi desayuno. Hasta en una ocasión me desmayé en la escuela, porque estaba yo muy débil. Esa mañana, como muchas otras, no había yo desayunado. La situación estaba muy fregada en ese tiempo en casa.”

“No teníamos luz eléctrica, temprano nos acostábamos a dormir. Para tiempo de frio, tendíamos las sábanas alrededor de la candela para poder dormir; de ahí pesqué asma, hasta hoy lo padezco, pero más calmado, el aceite de tortuga creo me alivió.

“Como estaba muy crítica la situación en casa, mis papás decidieron que yo salga de la escuela terminando el cuarto grado -hasta ese grado llegué-. Entonces mi papá me llevó a trabajar a su parcela, de la que era socio junto con once o doce miembros más del ejido de Teapa. En ese entonces el Banrural les dio un crédito para fomentar un rancho. Mi papá no trabajó en la fábrica, cortar leña en el monte hacia y juntaba varias tareas; cada tarea –afirma– mide 2 metros de largo por 0.80 de alto, para venderle a la empresa donde servía para moler y fabricar el aglomerado. El papá de Patulin –Carlos Rivero Diaz–, Don Lencho, era el que checaba y recibía las tareas de leña en la fábrica.

“Fue en ese tiempo cuando mi papá me metió a trabajar – era yo un chamaco- en el incipiente rancho del que era socio. Hacía yo fajinas, desyerbo, potreros, guardarraya, etc. Era trabajo duro. Pues en ese tiempo quién sabe cómo mi papá consiguió un pequeño radio de baterías y ahí escuchábamos estaciones de Cuba y de México. Era nuestra única diversión, a mí me gustaba escuchar canciones rancheras, sobre todo las que cantaba Antonio Aguilar. 

“Yo estudié en la Colonia en aquella escuela de madera muy grande y muy bonita. Los maestros que nos daban clases eran muy buenos. Recuerdo mucho a la maestra Ligia Mena, hija de don Pedro y doña Fina Diaz; Lourdes Marín y Armando Conde también me dieron clases aunque, te repito, solo hasta cuarto grado estudié, no más. Leonora Pacheco Burgos, Rosy Braga Massa y Tito –Alberto Basulto Soberanis, aunque son más chicos que yo (recuerda que yo entré a la escuela ya grande) fueron mis compañeros de la primaria. Solo a ellos recuerdo ahora.

“Ya más grande, como a los 18 años, en ese entonces ya vivíamos en la Sierra. Por cierto, tuvimos de vecinos a la familia de tu tío Mario López y don Ku’uk -Francisco Lezama. Siendo ya mayor de edad, entré a trabajar a la fábrica. Era operador en el ensamble. Ya ganaba mi dinero, pero era muy destrampado: me gustaban mucho los tragos, era muy aficionado a la bebida. Mis amigos eran, lo siguen siendo, Chepa José Tello, Basilio Alcocer, el difunto de Tony Patato Antonio Marín Pérez que también le apodábamos “toros”. Otro era el conejo Juan Echeverría (+) y Ricardo Muñoz -Lechuza- y Coco –Manuel J.- Carrillo.

“Vas a ver qué hice una vez,” me comenta en tono serio quien nació el 7 de noviembre de 1957 en Solferino, Quintana Roo y ahí mismo lo bautizaron. “Un día que yo estaba bien tomado y me iba para mi casa a la Sierra, pasé por donde estaba tomando un grupo de muchachos, muy cerca del tablado que habían construido porque estaba cerca la feria de julio. Les pedí un trago y me lo me negaron, les insistí y no me invitaron. Se burlaron de mí y me molestó mucho. Te digo: estaba yo muy tomado y no supe lo que hice. Le prendí fuego al tablado donde se iban a festejar las corridas de toros. Ainitas me remiten al CERESO de Valladolid, a punto estuve de ser un inquilino por quién sabe cuánto tiempo de Ebtun. Es un delito grave lo que hice: le prendí fuego al ruedo, no recuerdo cómo, lo único que recuerdo es que me detuvo “Ponchado” Cáceres cuando me estaba yendo a mi casa en la Sierra. Ese “Ponchado” era policía en ese tiempo en la Colonia. El comisario municipal era Víctor May jueves chico. Creo fue en 1988 más o menos, estuve tres días detenido, preso en el bote de la comisaría, la que está ahora donde una vez estuvo el mercado, al lado de la cantina El Campesino, de don Manlio Sauri. Entre lo que cabe, me atendieron bien, me daban mi comida y todo, no me remitieron a Valladolid porque me perdonaron los palqueros. Según me platicaron después, solamente se quemó parte del huano del techo que don Antonio Ruiz –don Burro–, que vivía enfrente del ruedo, oportunamente apagó junto con otros vecinos. No se quemó todo, solo una parte, y eso me salvó. Gracias al papá de Libo y del perdón de los palqueros evité pisar el CERESO de Ebtun; ¡de lo que me salvé!

Ahí te va otra –me dice el aficionado número uno de los Leones de Yucatán– y ésta no la libré del todo. Era domingo en la tarde y se estaba celebrando un baile en la cancha de la Sierra con motivo de la feria anual del patrón San José. Estaba tomando las cervezas con un grupo de amigos, todos divirtiéndonos, escuchando música en vivo. La gente estaba muy animada bailando, había mucha gente y se me voló la mente. Igual que la vez anterior, ya estaba muy chumado y se me ocurrió, en un arrebato de mi borrachera, lanzar al aire mi cerveza… Fue a dar a la cabeza de Chuly -María Consuelo Jiménez Manzanero-, la hermana de Franklin, que se desmayó tras el impacto. Ahí quedó tirada en la cancha. La gente se asustó, dejaron de bailar, paró incluso la música y empezaron los gritos, el temor de muchos que no sabían qué estaba pasando, otros se movilizaron para averiguar quién había ocasionado el problema y aproveché la confusión para irme a mi casa, me escapé. Al día siguiente, temprano fue la autoridad a buscarme porque varios testigos afirmaron que fui yo el que tiró la botella y me detuvieron, hicieron que le pagara las curaciones a Chuly, que trabajaba en el aseo de varias casas en Colonia y esos días ya lo no podía hacer. Le tuve que pagar como quince días de sueldo mientras se reponía. En cuanto a su herida, afortunadamente no fue nada grave, solo el desmayo por el golpe. Cosas que hace uno al calor de los tragos.

Cuando en 1991 cerró definitivamente la fábrica, hablaron seriamente mis papás conmigo, don Anastasio Osorio Aguayo –don Tacho- oriundo de Espita y doña Andrea Domínguez Batún, oriunda de Solferino, Quintana Roo. Me dijeron que qué pensaba hacer con mi vida, ya que era muy irresponsable, tomaba mucho los tragos, solo problemas les daba. Entonces mi hermano Antonio, que en ese entonces vivía en Cozumel, les dijo a mis papás que me manden con él y me fui para allá. A los dos días que llegué, entré a la policía. Los “Burritos”, así les apodaban en la Colonia a Liborio y su hermanito Ramón Ruiz Martínez, hijos de don Antonio, me recomendaron. Ellos me palanquearon para que yo entre y ahí estuve hasta que me jubilé. Mi trabajo en la policía era dar rondines en mi patrulla por toda la isla vigilando. A veces me mandaban a dirigir el tránsito en las calles de mayor circulación. Wilo Núñez y Webis -Jorge- Rebolledo jugaban beisbol con los Piñeros de Cozumel junto con Gaspar -gapo- Braga, y trabajaban también en la corporación policiaca, pero ¿sabes qué? La Sierra y la Colonia a mí nunca se me han olvidado. Ahí crecí, ahí pasé los mejores momentos de mi vida, todos mis amigos son de ahí, cada año procuro ir a la fiesta, me comenta con entusiasmo Galo (Gabriel Osorio).

ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelote63@gmail.com

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