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Memorias de Colonia Yucatán

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(De) lo que no se olvida

Me imagino estar una mañana de un día soleado, una mañana fresca y tranquila, sentado en una banca de cemento de este parque lleno de recuerdos, recordando y disfrutando en un lugar en el que todos los días en las tardes, y sobre todo en las noches, había algún encuentro deportivo de basquetbol o de voleibol.

La cancha se llenaba de niños que nos reuníamos a jugar quemadillas, tamalitos a la olla, brinca burro, etcétera. Un parque lleno de vida, de convivencia sana en aquellos gloriosos años de nuestra niñez, días alegres, de experiencias y recuerdos vívidos, disfrutados, llenos de dicha en la que fui sumamente feliz.

Un lugar en donde todos hicimos comunidad, tal vez sin saberlo ni proponerlo; un lugar donde convivimos y vivimos felices aún con todas las carencias al ser parte de una numerosa familia que se mantenía con el sueldo de un obrero.

Fuimos felices y disfrutamos con lo que teníamos y con lo que hicimos. Nunca nos dimos cuenta que nos hacían falta cosas materiales para ser felices, no las necesitamos porque nuestros numerosos amigos compensaban todo y nos daban la alegría que gozamos todos aquellos días que nunca volverán.

Me imagino que este día me encuentro con uno de mis amigos de la infancia y empezamos a recordar, a platicar nuestra vida en Colonia Yucatán.

“Éramos varios niños que vendíamos todos los días en la puerta de la escuela “Manuel Alcalá Martin”, frente a la fábrica “Medval”, a la hora del lunch, o en la puerta del cinema “Trópico” los sábados y domingos. Yo vendía salbutes, chilindrinas, empanadas, tamalitos, mango con chile, naranjas o lo que mi mamá me daba para ofrecer. Mi abuelita era doña Adolfina, partera en la Colonia, que también vendía en el mercado junto con doña Salomé -doña Salo-, doña Concepción Ku Yupit, pionera de Colonia Yucatán que llegó a la Sierra junto con su marido Maximino Balam Canché cuando el Ing. Medina Vidiella empezó la aventura de establecer ese emporio Maderero; ella cocinaba y torteaba para el ingeniero y su equipo de colaboradores, pero también vendía en el mercado recados y otras cosas, según me dijo su hijo Felipe Balam.”

“También estaba don Fabián Castillo, don Teul, de quien no recuerdo sus apellidos solo sé que era don Teul; Rich –Ricardo– Berzunza tenía su puesto de tacos de cochinita y escabeche que despachaba en tacos. Ellos son los que recuerdo que vendían en el mercado que en ese tiempo era muy movido, mucha gente lo visitaba todos los días.

En aquella época de nuestra niñez había otros niños también vendiendo fritangas y codzitos con su charola: Avito (Álvaro), tú (Ariel) y Pavo (Paulino) López Tejero, Nan, Amadito y Hebert Martin Araujo, junto con uno que vendía pepitas que le decíamos “veloz” -Víctor Cetina (+)- y varios chamacos que ofrecíamos nuestra venta y nos iba bien. Todos nos llevamos bien y no sentíamos pena o vergüenza que nos vieran las niñas que estudiaban con nosotros. Nos divertíamos vendiendo, no eran nuestros rivales, éramos competidores, vendedores y a todos nos iba bien.

Así, con toda humildad y alegría recordando sus tiempos en Colonia Yucatán me dice contento. Se le nota en el tono emocionado de su voz. A veces habla rápido, atropellado por tantas cosas que quiere recordar. A lo mejor habla así para que no se le olvide nada.

Nosotros vivíamos por la salida al Cuyo, éramos vecinos de Tuti Alcocer, Abo Cetina y los boronchos. En la Sierra también vivimos,” continúa relatando, encarrilado en sus recuerdos. A veces melancólico, a veces contento, por momentos se le nota pensativo, como meditando o tratando de retener sus recuerdos en este lugar en que tuvimos las mayores alegrías.

Así empieza a recordar su vida en este lugar Gabriel Osorio Domínguez. Me da cierta pena o timidez llamarlo por su apodo. Me llamó por celular para platicar. No tenía registrado su número. “¿Sabes quién soy?” me dijo tajante, sin darme tiempo de responder. “Soy la “Tonta, de la Sierra”. Te hablo para comentar las notas que estás publicando en el Diario del Sureste y que has publicado junto con tu libro. No pusiste mi nombre, yo también vendía junto con ustedes y no me nombras,” (esto no me lo imagino, así fue). “Ya van varias veces que publicas y no veo mi nombre,” me dice como un reclamo desde Cozumel, la ciudad en que él y su familia se establecieron para continuar su vida después del cierre definitivo de la fábrica “EMSA” de Colonia Yucatán, en 1991.

Menudo apodo endilgaron a nuestro protagonista, como a la mayoría de los que convivimos en nuestra niñez; un sobrenombre nada moderado: “Tonta”.

Me lo puso creo que Basilio Alcocer porque había un personaje de una popular revista semanal que en ese tiempo circulaba en Colonia: “Grandes Novelas”, con Wang Lun como protagonista. Había un personaje en estas historietas que le decían La Tonta y que físicamente se parecía a mí. Era una revista popular como otras de esa época como Kalimán, Lágrimas y Risas, Chanoc, Memín Pingüín, La Familia Burrón, Roy Rogers, Gene Autry, El Llanero Solitario, que se vendían en la nevería de don Luis Basulto. Pues así me apodaron: La Tonta, y se me quedó. Lo aclaro porque no soy ningún tonto y no me molesta que me digan mi apodo. Así me conocen todos mis amigos de Colonia y la Sierra. Para variar, en Cozumel también tengo un apodo que los compañeros con los que jugaba beisbol me pusieron: El Comandante Matute me bautizaron, en alusión al personaje de las caricaturas de Don Gato y su Pandilla. Como era policía, pues así me conocen acá,” me comenta con toda naturalidad.

“¿Y por qué te dicen Galo, así te llamas o eres Galo Gabriel? Hasta donde sé eres el único amigo que tengo con varios apodos,” le comento.

“No, yo me llamo Gabriel, solo un nombre tengo. Lo que pasa es que mi hermano Antonio trabajaba con un señor en Colonia que se llamaba don Galo –don Galo Bak le decían–, que hacía paletas. Mi hermano trabajaba con él vendiendo paletas y así le decían: Galo. También a todos nosotros nos conocían como los Galos, pero yo me llamo Gabriel,” me aclara el amigo de Zorri (Manuel Berzunza Balcazar, quien por cierto tenía un hermanito –Jorge Adalberto (+)– que le apodaban Wang Lun precisamente por el protagonista de la historieta de “Grandes Novelas”.

“Nosotros vivimos mucho tiempo en Colonia cuando era un niño. Ofrecía mi venta de lo que mi mamá y mi abuelita me daban para vender, todo lo que te he comentado. En mi tiempo libre, cuando no vendía, me divertía jugando beisbol con los demás niños de mi época: Jorge Rodríguez (“Chalupa” le decíamos, así como a sus hermanitos). Recuerdo también a los hermanos Carrillo Pineda: Felipe, Jorge -Chochos- y Raúl; a Dagoberto Manzanero, su hermanito Carlos (“Maravilla” le decíamos, porque alguna vez boxeó en la Colonia y se parecía a aquel boxeador panameño que llegó a ser campeón mundial: Enrique “Maravilla” Pínder).”

“Igual recuerdo que jugaban con nosotros los hermanos Rodríguez Villalobos -los Chivacanes-, eran varios hermanos y jugaban bien. Recuerdo también a aquel que le decíamos “gringo”, hijo de don Iser Burgos; a Nan -Hernán- Martín Araujo y su hermanito Ebert, quienes también vendían codzitos; a los hermanos Cetina Rodríguez, hijos del Wixi.”

“Recuerdo también a mis vecinos Adalí y Miguel Ceballos Marín, hijos de don Argolla -Leocadio- y doña Elsy. Mi posición era la primera base. Los útiles que usábamos, como las mascotas, eran prestados: cuando un equipo pasaba a batear, dejaba su mascota en la posición que jugaba para que la usara el que le tocaba servir y así jugábamos. ¿Sabes una cosa? Yo jugaba descalzo, puras chancletas usaba en ese tiempo, hasta ahora. Casi no usaba zapatos en Colonia y todo mundo me vacilaba; a veces cuando trabajaba en la fábrica en chancletas iba, pero así estaba cómodo.

“Los managers que recuerdo de aquellas grandiosas temporadas de beisbol infantil fueron el siempre alegre y dicharachero Amado Fernández Manrique, Julio Rodríguez, Ubaldo Dzib, Omar Espinosa, Malafacha (José García). Eran varios equipos de chamacos que jugábamos los sábados en la mañana en el campito que estaba frente a la fábrica. Cuando eso, sólo el camión que iba al Cuyo pasaba por esa calle y suspendíamos momentáneamente el juego. Ahora es una avenida muy transitada, ya ni el campo existe. Ahí construyeron un parque que ahora está abandonado, nadie lo ocupa. También construyeron el mercado donde Wilo Tello y Jorge Ávila venden carne de puerco; también esta la tienda de Veloz, y al lado está la biblioteca municipal.

“Además de practicar beisbol, otro deporte que gustaba era el voleibol. Jugábamos en la explanada que está frente al Seguro Social con el Conejo (Juan Echeverría), Tony Patato (Antonio Marín Pérez), Antonio Delgado Osorio (Cepillín), Pilón (Felipe Leal), y algunas muchachas que jugaban cascaritas con nosotros, entre las que recuerdo a Eva Lara, Fátima Briceño, Verónica, Diana y Patricia Leal, Irene Canto y Carolina Robertos, la hija de Jetzaba.

“Además, jugábamos en la cancha del parque en los torneos con los equipos de grandes. Con los maestros -Chilo –Isidro Perera, Víctor Salazar, Jaime Chacón y Vicente Celis jugaba basquetbol en las tardes,” me comenta emocionado el amigo de Chato (Antonio Canto Díaz).

ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelote63@gmail.com

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