Editorial
El temido escenario apocalíptico del editorial de hace unas semanas estuvo muy cerca de cumplirse el fin de semana pasado, cuando Irán decidió enviar una flotilla de drones y misiles explosivos hacia Israel. ¿El motivo? Represalias por la última acción de guerra de los israelitas con la cual continuaron con su labor de desmantelamiento de la organización terrorista Hamás, matando a todos los dirigentes que puedan.
Cuando eventos como el anterior suceden, el mundo sostiene la respiración, esperando que no sea el inicio de la escalada que pudiera llevar a la tan temida guerra atómica que acabaría con una gran parte de la humanidad y de la Tierra. Todo lo que se requiere es a un emprendedor que se considere patriota o mártir para lanzar una ojiva nuclear a uno de sus “enemigos”, para que entonces vuelen las armas de destrucción masiva que tanto tememos.
Afortunadamente, Israel y varios de sus aliados lograron neutralizar el ataque, sin que se perdieran vidas. Irán, comprendiendo por la intervención de esas naciones que no contaba con el apoyo que posiblemente esperaba aplaudiera su acción, finalizó el episodio indicando que con ese ataque se daba por zanjada la matanza de sus líderes terroristas.
Quisiéramos pensar que este conflicto de décadas pronto acabará, pero eso difícilmente sucederá mientras los dirigentes de uno y otro bando alienten sus diferencias, en vez de encontrar sus coincidencias.
Mientras esto sucede en el Medio Oriente, en México asistimos a espectáculos escandalosos entre poderes, ahora el Ejecutivo y el Legislativo contra el Judicial y, recientemente, al nuevo pretendido “rescate” de las Afores del gobierno federal de las garras de las empresas que las administran. Pretendido, se insiste, porque el presidente se encargó de decir que esos recursos que tomaran estarían garantizados con las utilidades del Tren Maya, del AIFA y de la refinería Dos Bocas, tres inmensos elefantes blancos que han costado billones de pesos, y cuyas expectativas de generación de utilidades existen solo en la mente del presidente.
Nuestro país está sumamente dividido. El principal arquitecto de este creciente abismo atiza el fuego divisorio desde su púlpito mañanero desde hace décadas, desde cualquier foro al que acude. Desde que asumió el puesto olvidó que la labor de un presidente es gobernar para todos, impulsar el crecimiento del país y, en consecuencia, de sus ciudadanos.
Dicen los que sí saben de la comunicación que, cuando no se tiene una palabra o una opinión que ayude a fomentar el acercamiento o la unión entre individuos, lo mejor es quedarse callado, para evitar que la comunicación y la relación se deterioren más.
Ah, pero como el pecho del sexenal habitante del palacio virreinal no es bodega, envalentonado por el puesto que detenta, flamígeramente descalifica, denuesta, acusa y regaña a todo aquel que ose tener una opinión diferente a la suya, mucho más si la desavenencia de opiniones apunta hacia el cada vez más pestilente tufo de corrupción y autoritarismo que se desprende de la silla presidencial que ocupa.
El gran empeorador lo han bautizado algunos. A la luz de los cuestionables logros de esta administración, el mote le cae como anillo al dedo.
Mientras esto sucede, queda un mes y medio de campañas de políticos antes de nuestra cita el 2 de junio en las ánforas electorales. Encuestas abundan, promesas llenan nuestros oídos, las descalificaciones entre candidatos sumen en un mundo de incertidumbre a los votantes que continúan indecisos.
Aquel candidato que se ostenta libre de pecados, y hace presunción de ello, pronto se le acalla con el peso de su historial, sus abundantes propiedades, con alguna opinión del pasado cercano, o simplemente con una foto con el acompañante equivocado en el lugar equivocado.
Nuestro panorama político es un moderno establo de Augías. ¿Quién se encargará de la tarea herculina de limpiarlo? ¿Acaso ya nos acostumbramos al hedor y podredumbre que desprende? ¿No es tiempo de cambiar para mejorar?
El tiempo vuela. Pronto habremos de elegir entre cambiar el rumbo o continuar el declive, perdón, el “desplazamiento hacia abajo” que sufrimos.
Pensemos con grandeza de miras…