XVII
HECHICEROS Y HECHICERIAS
Continuación…
El otro H’men que visitamos fue don Rafael Pech o, como le conocen todos, “Don Rach”, quien vive en Motul, en una casita de mampostería muy humilde que hoy queda a la entrada de la población, pero que hasta hace no muchos años sería, sin duda, un sitio en las afueras casi, lo más alejado posible del centro urbano.
Don Rach, a diferencia de don Dionisio, aprendió su oficio de su padre, quien fue H’men antes que él durante muchos años. Es un hombre de acusados rasgos mayas, accesible y tratable pero parco en palabras.
Cuando llegamos a visitarle, días después de ver a Dzib Flores, a fines de febrero de 1979, se encontraban esperando ser atendidas varias personas, por lo que decidimos volver al día siguiente, que era precisamente el martes de carnaval. Aunque llegamos a las ocho de la mañana, ya estaban allí una señora que venía de Temax, un matrimonio de ancianos originarios de Tixcuncheil y luego de nosotros llegó un señor de Mérida que llevaba a su hijo, un adolescente de unos trece años, para que don Rach le continuara un tratamiento. En otras palabras, se trata de un hombre ocupado que, sin embargo, atiende con toda paciencia a sus visitantes.
Por lo que nos pudimos dar cuenta, don Rach sabe “volver los huesos a su lugar”, mediante presiones, jalones y manipulaciones; es yerbatero, puesto que también receta sus hojas para infusiones, que él mismo surte en pequeños paquetitos, y finalmente, conocedor de las artes ocultas. Es un H’men o hechicero, pues.
Dialoga con sus pacientes –o consultantes, si se prefiere ese término– exclusivamente en maya, aunque también pudimos darnos cuenta de que habla el español bastante bien. A todos atiende en la misma pequeña pieza que sirve de sala de espera y consultorio, en la que se encuentra una mesita muy similar a la que ya hemos descrito antes, con una cruz y numerosas imágenes.
La señora de Temax estaba muy satisfecha porque, según nos contó, había consultado con “los doctores de Mérida” y no había logrado alivio. Que uno le dijo que su mal era su apéndice y que habría que operar. Se fastidió y vino a ver a don Rach quien, en poco tiempo, mediante algunas yerbas que le daba para que preparase infusiones, la había aliviado grandemente. Ya no tenía dolores y había aumentado de peso.
Pues esto, lector, como nos lo contaron lo contamos, y seguimos adelante.
Esta misma señora, además, planteó a don Rach un problema familiar, ya que su hijo se había ido con una mujer y lo que la madre quería era que volviese “aunque fuera con su mujer”, para que todos viviesen juntos. Don Rach escuchó y luego parsimoniosamente aconsejó a la señora que prendiese una veladora en el lugar donde acostumbraba dormir su hijo y, luego, que esparciera por el suelo unos polvillos que le entregó. Eso había de hacerlo durante nueve noches, y ya se vería que efecto surtía.
En el matrimonio de Tixcuncheil, la señora era la enferma, y don Rach procedió a una ceremonia similar a la que ya hemos descrito antes y que realizó Dzib Flores: rezos, invocaciones a todos los santos, consulta al Copal, pasadas con el ramito de ruda, más rezos y finalmente explicaciones al paciente y entrega de yerbas medicinales. Todo por veinte pesos.
Tenemos que decir que nosotros hemos hablado con muchas personas, dignas de todo crédito y a quienes conocemos perfectamente, que atestiguan acerca de la efectividad de las curaciones que logra don Rach mediante sus yerbas. No va en busca de nadie –como tampoco lo hace Dzib Flores–, no se anuncia ni, a lo que se sepa, se ha hecho rico.
Pero una cosa es curar con vegetales –¿No es así, después de todo, como se inició la medicina? –, y otra muy distinta es la magia o la hechicería, a la que vamos a referirnos. En este terreno cada quien tiene que usar su criterio, y lo más lamentable sería que se tome este libro como una apología de lo sobrenatural, ni mucho menos de las brujerías.
Alguien nos había dicho que había sido don Rach el H’men que exorcizó la casa embrujada de Ixil a lo cual, cuando se lo preguntamos, nos respondió que no, que no había sido él. Pero que había hecho un trabajo similar en Nicolás Bravo, Quintana Roo, donde aconteció un caso semejante.
–¿Pero es que estas cosas son posibles? –preguntamos.
“Desgraciadamente así es –respondió don Rach–. Aunque son trabajos muy caros y difíciles, no falta gente que pague a los malos hechiceros para que los hagan. Mira: se hace un envoltorio con polvo de huesos de muerto y tierra del cementerio; se le pone pimienta y achiote y se entierra en un lugar. Allí seguro que va el mal y la mala suerte. Atrae malos espíritus que hacen todas esas cosas malas.”
Don Rach cree firmemente que el mundo se va a acabar muy pronto. Para el año 2,000 exactamente. Y que el fin de todo vendrá por medio del fuego.
Y aunque según esto el fin de nuestro mundo está prácticamente a la vuelta de la esquina, el H’men de Motul cree también que algún día van a volver a la vida los ídolos mayas enterrados bajo innumerables montículos en todo Yucatán.
“De noche despiertan y andan –nos dijo–, pero no es bueno verlos ni estar cerca, porque producen mal viento”.
Y quizá sea apropiado dar fin a este capítulo aquí, con una visión de los viejos dioses mayas, tan antiguos que hasta sus nombres se han olvidado, despertándose bajo la luz de la luna para preguntarse que se ha hecho de sus grandes ciudades.
Espíritus sabios, tal vez esperan y sonríen.
Sonríen y esperan.
Oswaldo Baqueiro López
Continuará la próxima semana…