XIV
HECHICEROS Y HECHICERÍAS
Continuación…
Avanzaremos, por tanto, descriptivamente, y quizá debamos empezar, por aquello de “las damas primero”, con la presentación de una ceremonia mágica que propiamente son dos mujeres las que deben practicarla, la hechicera y la solicitante, que en este caso se trata de quien pide la correspondencia amorosa de algún hombre, sea un galán esquivo, un novio olvidadizo o un marido infiel.
Poético es en verdad el nombre de esta operación, que en maya se llama Kaynicté, que quiere decir “el canto de las flores”, la que consiste en tomar una de esas grandes vasijas de barro llamadas apastes, de ancha boca y en las que generalmente se prepara la lejía, apaste que deberá ser nuevo y haber sido cocido en un viernes, y se le llena de agua serenada en la que se pone un ramito de flores de X’Durunhuy, o quizá debiéramos mejor decir capullos, pues las flores no han de estar abiertas.
Luego, durante nueve noches, la hechicera, ayudada por la mujer que ha solicitado su ayuda, repetirá las siguientes acciones: se toman las florecillas de las ya mencionadas y se dejan caer en el líquido, haciéndoles girar con los dedos índice y pulgar.
Al tiempo que se hace esto, la hechicera pronuncia sus rezos y pide que, de la misma manera en que las flores han de abrirse, así se abra el corazón del ingrato. Si esto se logra –seguirá diciendo la bruja– por las buenas, y aquel hombre retorna a la mujer abandonada “manso como un pavo montés”, (bey susuc cutzé), excelente; si no, que el resultado se obtenga “de quien quiera que tenga poder para tanto”, a lo cual la solicitante debe contestar “Cex metnal”, que significaría “aunque sea del infierno”, esto es que está dispuesta a aceptar ayuda de quien venga, así sea del mismo demonio.
La ceremonia prosigue y se vuelve –si es posible– más interesante, puesto que ahora las dos mujeres deben desnudarse y dar nueve vueltas alrededor del apaste en un sentido, y luego otras nueve en sentido contrario, repitiendo sus primeras invocaciones y cantando una especie de diálogo compuesto de preguntas, respuestas y afirmaciones “¿Volverá? ¡Claro que volverá! ¿Cómo ha de volver, si los ojos de fulanita son como estrellas y su cuerpo no tiene igual…?”
Nueve noches, repetimos, se practica “el canto de las flores”, y a la novena los capullos deben abrirse plenamente. Si para entonces no se han logrado todavía resultados apreciables, queda aún el recurso de utilizar aquella misma agua en la que estuvieron remojadas las flores para prepararle al hombre objeto de todo esto alguna bebida –un chocolate, por ejemplo–, pero antes, para elevar su potencia, el agua deberá haber estado en contacto, digamos, con las partes íntimas de la tenaz enamorada.
Dejemos el Kaynicté, tan perturbador y tan sensual, para volver con nuestros H’men y veamos algunas de sus costumbres.
Por principio hay que decir que es usual ahora, antes de consultar con uno de estos hechiceros, proveerse de una botella de licor y entregársela a fin de que la utilice en sus operaciones. Esto no es precisamente obligatorio, pero si hay que realizar una “limpia” o exorcismo, lo más probable es que el hechicero pida lo que llama “el santo aguardiente”.
Antes, por supuesto, lo que se utilizaba era el balché, que es un licor preparado con la corteza de cierto árbol y miel. Como esto es demasiado laborioso, y además ya no son muchos los que saben realmente como confeccionarlo, generalmente se substituye con un licor comercial, aunque para las ceremonias agrícolas todavía es esencial.
El balché sólo puede ser preparado por un H’men, quien debe utilizar agua “virgen” (suhuy), tomada de algún cenote secreto, o bien ha de ser recogida de un pozo en horas de la madrugada, antes de que nadie haya utilizado ese día el pozo. Según Barrera Vázquez, se llaman molboxob, o “juntadores de cortezas”, quienes las recolectan para preparar este vino ceremonial. Esta expresión se considera sagrada “que el vulgo la desconoce y que solamente las H’menes son quienes la utilizan y la entienden.”
Más adelante veremos cómo se utiliza el balché, o en su caso el aguardiente, pero la oportunidad nos viene de perlas para referirnos ahora a eso de que hay expresiones que el vulgo desconoce y que sólo los H’men las entienden.
Esto es cierto, y hasta las personas que saben perfectamente la maya y acostumbradas a su ritmo y sonido pierden el hilo de lo que los H’men dicen en sus rezos. Por supuesto que no se trata de peroratas totalmente ininteligibles; partes se captan y partes se pierden; muchas palabras pertenecen al castellano, tales como los nombres de los Santos que interminablemente mencionan. Pero también hay trozos en maya que nadie entiende.
“El H’men es un sujeto con poderes extraños a quien se trae desde un poblado más rústico para que haga algo que debe deshacerse si se quiere evitar que se malogren las cosechas. Las gentes de Dzitás están ya desacostumbradas a su lenguaje litúrgico y son pocos los que lo entienden.” “El H’men reza en maya, pero no lo entendemos. La causa de esto es que él habla el maya verdadero; el que nosotros hablamos no es genuino.” “Todo fue en maya, pero dicho al revés.” (Robert Redfield, “Yucatán, una cultura de Transición”).
Las acciones mágicas o curativas, para que surtan el efecto deseado –según las creencias mayas–, deben realizarse siete o nueve veces, en los días martes o viernes, y a las doce del día o a las doce de la noche. Las plantas medicinales también son más o menos efectivas según la hora del día o de la noche en que se recojan, y aun determinantemente la época del año.
Oswaldo Baqueiro López
Continuará la próxima semana…