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Magia, mitos y supersticiones entre los Mayas (X)

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LAS SUPERSTICIONES

Continuación…

Hay cosas que no debemos mencionar o, si lo hacemos, debemos referirnos a ellas de manera disfrazada para engañar al destino pues, si se trata de algo bueno, al hablar de ello podemos alejar o malograr su realización y, en cambio, si se trata de algo malo, podríamos estar provocando que nos suceda.

Por esta razón no se acostumbra o, mejor dicho, no debe acostumbrarse la crítica fuerte contra los ebrios y los fumadores, porque “el licor y el tabaco tienen oídos”, y podrían vengarse enviciando a los criticones. ¡Vaya usted a saber!

No pronunciar el nombre de ciertas deidades, o de algunos objetos considerados demasiado sagrados, es un tabú que observan varios pueblos de diferentes culturas. Los mayas también cumplen con estas prohibiciones.

En la antigüedad, los sacerdotes hablaban con parábolas y metáforas en las que casi nada era llamado por su nombre. En esto había muchas implicaciones. Se cumplían los tabús religiosos, sin duda, pero también se mantenía al pueblo en la obscuridad respecto al significado de los ritos y las fórmulas.

De cualquier manera, el maya moderno también hace uso de eufemismos y circunlocuciones para referirse, por ejemplo, a la muerte o a las enfermedades. Hablar a la ligera de esas cosas puede equivaler a “hacerse tomohchí”, que sería lo mismo que hacer caer sobre uno mismo la mala suerte.

Tomohchi, dice Barrera Vázquez, es la forma moderna de Tamaychi, que es murmurar y maldecir entre dientes y rezongar. “Item, anunciar algún mal, o agorar, el mal agüero” según el diccionario de Motul. La forma antigua se compone de tam, ‘cosa grave’, may, que denota la idea de señal o signo, como por ejemplo en “mayich”, que significa “guiñada de ojo por burla”, y finalmente chi que es “boca, voz, mensaje”.

No deben mencionarse por sus nombres los animales que se intentan cazar, para no correr el riesgo de fracasar. Es común entre la gente de los pueblos –afirma Miriam B. Ríos Meneses–, oír aún en la actualidad la expresión Coox xhuuo, ‘Vamos a espiar’, por ‘Vamos a cazar venado’.

La violación de otros tabúes y prohibiciones acarrean calamidades de diversa gravedad, según el caso. No deben tocarse los alimentos –esto es, no deben consumirse por los humanos– destinados a las ánimas en la fiesta de “Todos los santos”; es malo también que las mujeres estén presentes en las ceremonias religiosas mayas, y es de lo peor que pudiera suceder el que se profane un sitio sagrado, que puede ser un lugar secreto de antiguos ritos o Suhuy Ha, que es un cenote de “agua virgen” de la que se usa para las ceremonias y cuya localización solo conocen los H’Men, que la saben por tradición oral que de generación en generación se transmiten entre los hechiceros mayas. Profanar un suhuy ha puede significar la muerte para el intruso, o para el mismo H’Men que por su descuido permitió esta desgracia.

Aquí habíamos pensado poner fin a este capítulo de las creencias mayas, pero preferimos alargarlo unas líneas más para referirnos a una superstición que pudiese considerarse un rito funerario pero que, antes que en el grupo de las ceremonias –el Hetz Mek, el Chachaac, el Wahicool, y aun el Hanal Pixan–, mejor cabida tiene aquí, donde hemos hablado de tantas cosas sombrías.

Nos referimos a esa extraña costumbre –afortunadamente ya desaparecida, o al menos realizada en secreto– que se llama el Pok’ eban. Este consiste, literalmente, en “lavar el pecado del muerto”, esto es, bañar el cadáver del familiar fallecido y utilizar el agua con la que fue lavado el cuerpo para preparar un pozole de masa que se llama Keyem, o chocolate batido con esa agua, cuyas bebidas se reparten entre los asistentes al velorio, a quienes se agradece infinito la cortesía de aceptarlo, con lo cual contribuyen a aliviar la carga de pecados del difunto, aunque a su vez corren grave riesgo para su salud.

En algunos pueblos, tal como nos refirió doña Olga Villanueva Villanueva, cuando hay que llevar el cadáver a enterrar a otra población cercana, los integrantes del cortejo van dejando caer durante el trayecto realizado a pie pedacitos de pan, “para que el muerto pueda seguir el rastro y no se pierda”. Así se hacía en la comunidad de Kumché cuando había que llevar a un muerto hasta el pueblecillo de Nakuché, ambas poblaciones cercanas a la villa de Espita.

Portentoso, sin duda, el caudal y la riqueza imaginativa del maya de ayer, de hoy y de siempre.

Oswaldo Baqueiro López

Continuará la próxima semana…

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