Letras
XXX
No sé cómo llegaste a esa fiesta, ni siquiera me has terminado de contar quién era ese marinero celoso que te acompañaba. Tu lado de la historia no lo sé, pero estoy segura de que es mejor ignorarlo. Tú lo sabes bien, yo pasaba un momento difícil con Mariana, nuestra relación no evolucionaba y ya no estaba tan segura de seguir con ella, aunque después de esa noche me di cuenta de que nuestro amor ya se había esfumado.
Mariana y yo teníamos un círculo de amigos de la Universidad –a los que nunca quisiste conocer–, y fueron ellos los que nos invitaron a la fiesta de disfraces en la casa de Alemania. Nunca me ha atraído la idea de disfrazarme. Ni siquiera lo hago de hetero, mucho menos de arlequín o china poblana. Rechacé la invitación, pero supieron convencer a Mariana y no tuve más remedio que ir. Todos nuestros amigos conocían nuestro romance, así como nuestras diferencias, que se acentuaban con el tiempo. Aunque en realidad respetaban nuestra relación, creo que la invitación era para tratar de acercarnos: el amor se alejaba y la indiferencia se había instalado entre nosotras. Nos molestábamos por nimiedades y el sexo ya no era tan frecuente como en nuestros primeros tiempos. Llevábamos ya cuatro años juntas y seguíamos viviendo cada una en su casa, más por decisión mía que por la de ella. Yo no deseaba perder mi libertad, aunque en realidad no estaba dispuesta a comprometerme.
Disculpa, sé que no te gusta que te hable de ella, pero sabes bien que ella también estuvo en esa fiesta, Como salimos tarde de la Universidad, no pudimos ir a conseguir un disfraz, así que pasamos a casa de Fabiola para buscar qué ponernos. El ingenio de nuestra amiga hizo que rápidamente todos tuviéramos disfraces improvisados con los adornos de su casa. Mariana agregó a su ropa posmoderna de jipi setentero, un rebozo y se tejió unas trenzas con listones de colores. Yo me negué a ponerme algo extravagante y sólo acepté un sombrero de campesino y unos bigotes con lápiz para cejas. Eso sería lo único que acompañaría mi pantalón de vestir y mi suéter de lana gris.
Cuando llegamos a la fiesta ya el salón estaba repleto de jóvenes con disfraces ingeniosos. Nos abrimos paso y nos instalamos al fondo de la sala donde estaban bailando las conocidas de nuestros acompañantes. Apenas llegamos al lugar, todos se pusieron a bailar, y Mariana se fué con su atuendo de campesina a bailar con Lola. Yo pedí algo de beber y me instalé a ver como bailaba la gente, algo que siempre he disfrutado. Me hacían señas mis amigos para que me sumara al baile, pero levanté la cerveza que tenía en la mano para que entendieran que iría después. Me entretuve un rato viendo un Frankenstein bailando con una sensual enfermera, y a un cavernícola tan delgado que era fácilmente opacado por una gorda mariposa. Entre esa fauna carnavalesca te encontré a ti, te veías tan hermosa, toda vestida de negro, con tu pelo largo y ondulado, tan oscuro que contrastaba con la blancura de tu piel; como único disfraz llevabas un gran antifaz negro salpicado de diamantina y con plumas a los lados. Exhibías sensualmente tus grandes senos bajo tu blusa escotada y movías tus caderas imitando a las bailarinas árabes mientras reías a carcajadas. Aunque lo niegues, no parabas de coquetear con ese marinero ario que se movía sin ritmo ni gracia. Observé tu cuerpo mientras todo desaparecía para mí: los invitados, tu marinero, mis amigos y Mariana, quien estaba segura que me miraba también. Sacudía la cabeza y trataba de voltear a otra parte, pero pasado un minuto regresaba mi vista hacia ti y me volvía a perder en la espesura de tu pelo.
La música interminable acompañaba el ritmo de mi corazón. Seguía viendo todo para no verte a ti, pero no funcionaba porque ya era tu esclava. En un momento en que pude desprenderme de tu cuerpo, volteé y vi a Mariana quien bailaba y hablaba al mismo tiempo con Lola y con Fabiola. Pensé que era conveniente unírmeles, pero fue inútil, cuando mi mirada regresó hacia tu dirección ya no estabas bailando sino frente a mí, tan cerca que tuve que hacerme un poco para atrás. Me sorprendiste. Estabas ahí transpirando deseo, sonriendo con tus labios carnosos y tus ojos verdes. Movías tus manos para invitarme a bailar al ritmo de tu cadera que seguía cadenciosa la música. Sacudí mi cabeza negándome mientras te sonreía. Pensé que mi pelo corto y mi bigote pintado te habían engañado y pensabas que era un hombre, pero te acercaste nuevamente a mí y tus senos rozaron los míos bajo mi suéter. Ya no podrías estar confundida, me dije, pero tus labios tocaron los míos mientras me guiñabas un ojo. Retrocediste y volviste a hacerme señas para que bailara contigo. Como me seguía negando, te pusiste de cuclillas tocando en el piso el lugar a donde me querías. Di un paso cuando te incorporaste, pero en ese momento el marinero celoso te jaló del brazo para llevarte con él y forcejearon. Volteé en dirección de Mariana y me di cuenta de que no se perdió la escena, pues estaba ahí, inmóvil, con nuestras amigas. El marinero te llevaba, mientras Mariana daba la media vuelta y salía del salón. Tomé el sombrero y fui tras ella. Tú, aun discutiendo con el marinero, alcanzaste a enviarme un beso.
Al salir al lobby, me esperaban Lola y Fabiola. Mariana acababa de abordar un taxi y se había ido a su casa. Yo traté de explicarles lo que pasó, pero más que comprensión y complicidad encontré reproches de mis amigas. No quise arruinarles la noche, pedí mi auto y me marché también. Sabía que era inútil tratar de hablar con Mariana, no me escucharía y menos me abriría la puerta. Solo le envié un mensaje al celular y esperé al día siguiente para oír todos sus reclamos.
Aunque no lo consideraba prudente, al día siguiente pregunté al amigo que nos invitó a la fiesta si conocía a la gente que había asistido. Claro que ya le había llegado el chisme de mi pequeña aventura alemana, así que sin más me dijo que no te conocía, pero que te había visto con gente que trabaja en la embajada. No quise preguntar más para evitar cuestionamientos. De todos modos, las cosas con Mariana iban tan mal que no me quería molestar en la reconciliación, prefería terminar de una vez por todas con ella. Y así fue.
Lo que no quería dejar a un lado era mi deseo de volver a verte, de saber quién era esa misteriosa mujer que me había seducido. Puse a Arturo, mi asistente, a averiguar si trabajabas en la embajada de Alemania y si de alguna manera podría conocer tu nombre. Pensaba que si no me habías hablado era porque sólo hablabas alemán, lo que tal vez sería un problema entre ambas porque yo conocía muy poco de esa lengua. En sus pesquisas no obtuvo nada en concreto, pero si logró tener toda la información de los demás eventos que organizaba la embajada como parte del Oktoberfest, como lo había sido la fiesta de disfraces. Habría una exposición de escultores alemanes, para lo cual la embajada preparó un coctel de inauguración. Para mi sorpresa, Arturo hizo que me invitaran.
Contrario a mi habitual comportamiento, cancelé una cita con Samantha Bernal, a quien le estaba haciendo el prólogo de su libro de fotos de las chicas de la calle. Igual falté a mis clases vespertinas, para poder ir a la inauguración. No estaba tan segura de que te reconocería entre la gente, porque al final no había visto tu rostro, pero tampoco creía que hubiera otras mujeres como tú. Caí en el estereotipo alemán y creía que solo encontraría mujeres altas y rubias. No quería pensar que no te encontraría, aunque siempre había la posibilidad de que no pertenecieras a la embajada y que fueras uno de esos estudiantes alemanes que vienen a ver ruinas. Si no te encontraba, pensaba, seguiría buscándote de algún modo.
Entre hierros doblados y artículos reciclados, la exposición cobraba vida con sentido ecológico. No es propiamente el tipo de arte que me gusta, pero me gustó su propuesta. La embajada había preparado una recepción diferente, con jarras de cerveza y salchichas. Había tantas personas que no te ví, así que circulé entre las obras y me detuve a buscarles forma. Volteaba discretamente para buscarte entre la gente sin resultado. Por momentos me reía de mí misma, no creía que fuese capaz de semejante iniciativa, definitivamente era algo bastante inusual, pero estaba emocionada.
Me gustó una obra y me detuve a leer la biografía del autor. Fue en ese momento cuando sentí tu presencia tras de mí. Volteé sorprendida. No podía creer, estabas ahí frente a mí, ahora sin disfraz y vestida totalmente de blanco, con tu pelo negro, tus ojos verdes y tus labios carnosos. Guten tag, dijiste, y fue lo mismo que te contesté. Entonces hablaste en español de manera tan fluida que me hizo sonreír.
–No sabía que te gustaba el arte –señalaste.
–No sabía que conocías tantas cosas de mi como para saberlo –te contesté con una sonrisa.
–Yo también estuve haciendo preguntas –confesaste.
Me sentí descubierta pensando en lo absurdo que había sido encomendarle a Arturo algo tan delicado, pero que, al mismo tiempo, paradójicamente, había dado resultado. Interrumpiste mi silencio comenzándome a hablar de la exposición y entonces me invitaste a recorrer la sala. Tus ojos y tus palabras le daban un nuevo sentido a las cosas. Todo era bello en ese momento.
Cuando nos acercamos a las mesas dispuestas para el coctel, pediste una cerveza para mí. Brindamos por el arte y el reciclaje, y después me preguntaste todo sobre mí. Hice a un lado la apatía que tengo de hablar de mí misma y te conté de la escuela, de mis investigaciones, de mis viajes. Tu curiosidad avivaba mi deseo de seguir hablando, de compartir la vida que no tuve contigo, donde sin que yo lo supiera, siempre me habías hecho falta. Al querer indagar acerca de tu vida, saber quién eras, me saliste sorpresivamente con otra pregunta: “¿Quién es esa chica celosa que te sacó de la fiesta?” Yo no quise contarte nada, pero de todas formas no hubo necesidad de negar cualquier cosa porque se acercaron unos compañeros tuyos para que atendieras a no sé qué persona importante que había llegado. Te disculpaste y te fuiste, mientras yo fingí regresar a ver las obras con detalle. Afortunadamente, encontré a un colega de otra Universidad con el que pasé el resto de la velada, porque tú parecías estar muy ocupada.
Difícilmente pude seguir una conversación coherente con mi acompañante improvisado. De lejos te veía entre la gente y me gustabas aún más que cuando te vi por primera vez. Eras encantadora. Tu hermosura me cautivaba. Así pasó el tiempo e inútilmente te esperé. Mi colega se despidió y pensé que tal vez era hora de irme. Deseaba estar más tiempo contigo, pero parecía que no te desocuparías en toda la noche. Creía que ya había dado el primer paso para encontrarnos, ahora te tocaba a ti. Sabía que no te habías equivocado, no me confundiste en la fiesta, nuestros pechos se reconocieron. Además, algo había provocado en ti, si no ¿cómo supiste lo de Mariana? Aposté a que me buscarías. Tomé mi tarjeta y me acerqué a dártela anunciándote que partía. Como había visto que lo hiciste con otros, te despediste de mí gentilmente. Nada agregaste.
Me fui un poco desilusionada, pues pensaba que algo revelarías al partir que me diera alguna esperanza, pero no fue así. Me dirigí al estacionamiento a buscar mi auto. Fue cuando escuché que me llamabas. Di la media vuelta y estabas ahí sonriéndome. Regresé a tu lado y me dijiste: Creo que olvida lo que vino a buscar, doctora. Me tomaste de los brazos y me besaste cerrando tus ojos, abriendo tus labios. Me soltaste y me extendiste la tarjeta que te había dejado, y agregaste antes de irte sólo una palabra: Búscame.
No sabía si en ese momento correr tras de ti o partir, e hice lo último. No quería precipitarme. Claro, todo ya era una precipitación, una locura. Pero qué importaba, ya estaba loca por ti. Regresé a mi casa queriendo soñar contigo, recordaba tu beso, tu baile, el timbre de tu voz. Me preguntaba quién eras, qué hacías. Pero estaba dispuesta a asumir el reto. Te buscaría nuevamente y esta vez no te dejaría escapar.
Tú sabes cómo son mis compromisos. El trabajo absorbía mi tiempo y sin querer pasaron dos semanas sin que pudiera ir a buscarte. Arturo se ocupó de darme la agenda de la embajada y cuando me encontré un espacio fuí, pero la búsqueda fue inútil y tuve que escuchar una conferencia sobre las energías alternativas, un concierto de música barroca y una mesa redonda sobre la globalización y la política alemana, aunque esta última fue bastante interesante. Pregunté por ti, pero como ni siquiera supe dar tu nombre nadie me dió información. Mi asistente supo que la embajada preparaba un gran evento, pero en otra ciudad a seis horas en auto. Me voy, le dije a Arturo. No dijo nada, algo que apreciaba en él era su discreción.
El congreso formaba parte de la feria del libro donde Alemania era la invitada. Me veía tras el volante de mi auto y reía pensando que era la primera vez que hacía esto. Por lo general soy más razonable, pero no me importaba nada. Lo único que quería era volver a verte. Llegué a la ciudad y lo primero que hice es tomar una habitación en un hotel cerca de la feria. Me dí una ducha y comí algo antes de ir a la inauguración. No iba a ser fácil encontrarte, pensé, así que evitando ver todos esos libros que me hacían señas, me fui directamente a buscarte. Recorrí casi todo el gran salón hasta llegar al fondo donde estaban los salones de conferencias. Entré en una sala repleta donde un Premio Nobel dictaba la conferencia inaugural. Me senté entre la gente buscándote. Cuando pensaba que tal vez no habías ido, te pude ver entre los organizadores que preparaban la cabina de radio para la entrevista. Lo primero que pensé fue en ir a verte, pero no tenía ningún pretexto y te veía ocupada, así que esperé a que terminara la conferencia sin quitarte la vista de encima.
Los asistentes querían saludar al escritor y fue difícil sacarlo de la turba para llevarlo a la sala de radio. Cuando ya estuvo instalado, empezó una nueva conferencia. Como ya no estaba dispuesta a seguir escuchando, preferí acercarme a ti. Parecía que me estabas esperando, porque al verme me reclamaste que me había tardado demasiado en llegar. Sin más explicación, me abrazaste y después me presentaste a tus compañeros. Desde ese momento te adueñaste de mi tiempo y me pusiste a trabajar contigo. Yo estaba dispuesta a todo con tal de estar a tu lado. Te pregunté cómo te llamabas y te reíste contenta: Flor. Soy hija de emigrantes alemanes, trabajo desde hace tres años en la embajada, estudié una maestría en Relaciones Internacionales, me gusta viajar, hago yoga y soy Escorpión.
Te esperé todo el día. En la noche nos fuimos a cenar con tus compañeros y después al hotel. Era el mismo donde Arturo me hizo las reservaciones. Nos quedamos solas en el bar y te invité a mi habitación. Aceptaste. Entonces comprobé, después de hacer el amor, que nunca iba a dejar que te fueras de mi lado, ma petite fleur. Ya conoces mi versión. Ahora dime, ¿te casarías conmigo?
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…