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Luger

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Kimi no solamente era una chica sumamente hermosa, además poseía una arrolladora personalidad. No tuve problema alguno en modificar mi agenda para aceptar su propuesta de visitar a sus abuelos en una granja en Alemania.

Había ahorrado durante dos años para poder viajar a Europa; incluso diseñé un plan que incluía conocer las principales capitales de Francia, Italia, Inglaterra, Holanda y, por supuesto, Alemania.

Conocí a Kimi en París, durante un recorrido por el Museo del Louvre. Su plática me resulto embriagante. Puedo jurar que ambos sentimos una conexión especial. Nos volvimos inseparables, así que no quise dejar escapar la oportunidad de convivir más días con ella. “El orden de los factores no afecta mi itinerario,” me dije.

Esa misma noche nos amamos con pasión en mi hotel, el Relais, a 500 metros de la torre Eiffel. Al momento de llegar al clímax pude observar aquella magnífica obra arquitectónica. Más tarde, con ella acurrucada en mi pecho, pensé que quizá entre nosotros pudiera darse algo más que una hermosa aventura pasajera.

Al día siguiente, muy temprano, desayunamos y nos dirigimos a tomar el tren que partía a las 9 de la mañana hacia Berlín, arribando a las 5:30 de la tarde. Pedí a mi bella compañera ir a aquella ciudad porque quería visitar el Museo de Historia Alemana, donde se narra desde los orígenes del año 100 a.C. hasta hoy. Tras recorrer gran parte del edificio, nos dirigimos a nuevamente a la estación de trenes para tomar uno rumbo a Colonia, para después rentar una van para ir al poblado de Kleinhau, donde vivían los abuelos de mi amante.

Llegado a ese punto rebosaba de felicidad: al ser un fanático de todo lo relacionado a la Segunda Guerra Mundial, aquel cambio de itinerario me pareció una excelente oportunidad para conocer el bosque de Hürtgenwald, lugar histórico donde se desarrollaron sangrientos combates que tuvieron lugar en una pequeña franja de terreno boscoso en las cercanías de la milenaria ciudad de Aquisgrán.

Los abuelos de Kimi resultaron ser personas encantadoras. Me pareció que les agradó mis conocimientos sobre el gran conflicto bélico, sobre todo porque tuve el tacto de señalar que era un convencido de que, como humanos, debemos aprender del pasado para forjar un mejor futuro. Sobre todo parecieron estar contentos con mi relación con su nieta, a la que sin duda adoraban.

El padre del señor Hans, bisabuelo de Kimi, participó en la batalla del bosque de Hürtgen, una de las más feroces de la Segunda Guerra Mundial. Fue de los pocos afortunados en salir vivos de aquel infierno verde donde perecieron miles de soldados estadounidenses y alemanes. El caballero fue tan amable que me compartió un estudio riguroso desde la óptica de la historia militar, acompañado de numerosísimas ilustraciones y mapas que complementan las explicaciones de los sucesos ahí ocurridos, permitiéndome comprender en una dimensión más exacta cómo fueron aquellos enfrentamientos sangrientos del Frente Occidental durante la Segunda Guerra Mundial.

Al día siguiente los abuelos y Kimi me invitaron a conocer el bosque, que se ha convertido en un atractivo turístico. Disfruté mucho el recorrido. Pude sentir la energía del sitio donde se libró la férrea defensiva del Ejército Alemán sobre un medio natural rodeado de profundas arboledas y tupida vegetación. Aquel choque acabaría convirtiéndose en una de las mayores derrotas militares de Estados Unidos.

Kimi perdió un arete que rodó por una pequeña pendiente a la vera de un camino que conectaba con la parte más profunda del bosque. Atento, me ofrecí a ir por él. Al llegar donde yacía, descubrí algo que sobresalía entre la tierra. Escarbé y, para mi sorpresa, encontré ¡una pistola Luger! No podía creerlo, aquella arma seguramente fue usada durante la guerra, durante esa confrontación histórica.

Llegué junto a Hans, su esposa Agna y la hermosa Kimi, enseñándoles de forma discreta el arma, preguntando si debía entregarla a alguna autoridad. Los tres señalaron que no, que podía conservarla. Así lo hice.

Sentí una emoción inexplicable mientras intentaba asimilar cómo mi viaje había generado tal cantidad de cosas importantes.

Es noche, cenamos en un pub local, bebiendo varias cervezas que me parecieron sumamente fuertes, pero estaba tan contento que me permití superar mi límite habitual. Me desinhibí lo suficiente para besar a Kimi frente a los suyos, que aprobaron todo con una sonrisa cómplice.

Era de madrugada cuando Kimi volvió a ser mía. Esta vez las sensaciones fueron mucho más intensas. El carrusel de emociones me hizo caer privado. Tardé en despertar cuando Kimi trató de reanimarme.

“Hay alguien afuera” –me dijo alarmada–. “Mi abuelo salió a checar, pero aún no regresa. Por favor, ve a ver qué ha pasado. Ten mucho cuidado…”

“Claro que sí” –respondí de inmediato. Al tratar de pararme sentí una pesadez en la cabeza. Aquellas cervezas habían sido demoledoras. Pudo más mi amor por Kimi, así que tomé valor y me dirigí a la puerta. Agna me entregó un rifle tras confirmar que sabía usarlo. Abrí la puerta indicándole a ambas que permanecieran dentro hasta mi regreso.

Avancé unos metros hacia la cerca que rodeaba la pequeña granja. No había nadie. Recorrí la zona hasta escuchar un sonido que no alcanzaba a descifrar. Provenía del granero ubicado en un costado de la casa, a unos 10 metros.

Caminé sigilosamente para sorprender al intruso que seguramente se encontraba dentro. El peculiar sonido se detuvo en el momento exacto en el que entré al sitio… Aquel ser me aventó lo que tenía en sus manos.

Para mi espanto, la cabeza cercenada de Hans me pegó en el pecho, pringándome de sangre.

El horror apenas comenzaba.

Ante mí estaba un cadáver putrefacto, portando un podrido uniforme nazi. Pese a no tener ojos, parecía ver todo. Sentenció con una voz gutural, casi incomprensible:

“Gib mir meine Waffe, zurück…”

¿Qué? – respondí sorprendido.

“Gib mir meine Waffe, zurück…”

Estaba tan aterrado que tardé en comprender que me pedía su arma, su Luger. Aquel debía ser el dueño de aquella arma perdida desde la Segunda Guerra Mundial en el bosque de Hürtgenwald.

“Ich bin ein Mitglied der Gestapo, diese Waffe gehört dir nicht, gib mir meinen Waffenbastard, zurück…” dijo el espectro mientras avanzaba hacia mí.

Grité, presa del pánico. Mi orina bañó mi entrepierna. Jamás había sentido tanto miedo; quedé totalmente inmovilizado.

Me tomó del cuello mientras insistía con aquella siniestra cantaleta que no lograba comprender del todo pese a dominar el idioma…

“Diese Waffe gehört dir nicht, gib mir meine Waffe zurück!”

El horror me llenaba. Kimi lanzó la Luger al monstruo, que me soltó de inmediato para recoger el arma, dirigiéndose de retorno al bosque de donde había venido.

Los gritos de horror de Kimi al descubrir la cabeza de su abuelo fue lo último que escuché mientras me desvanecía en un profundo pozo de oscuridad.

Desperté al día siguiente en un hospital. Fui atendido de lesiones en mi cuello, aunque las secuelas emocionales tardaron mucho más en sanar. Kimi estuvo pendiente de mí, a pesar de que debió hacerse cargo del velorio y entierro de su abuelo.

Una semana después fue por mí al hospital, ofreciéndome la casa de su abuela para descansar antes de volver a los Estados Unidos. Rechacé la oferta. Quería volver lo más pronto posible con los míos, sobre todo porque me sentía indigno de aquella excelente mujer que me había salvado la vida.

Tres meses después recibí un correo de Kimi. El contenido era impactante. Descubrió que aquella Luger perteneció a un soldado integrante de la Gestapo quien efectivamente murió durante las sangrientas batallas efectuadas en los bosques de Hürtgenwald. El tipo era un psicópata que antes del conflicto mundial había sido capturado tras haber asesinado a más de 20 personas. Con la llegada de los nazis al poder fue liberado para ser entrenado en la doctrina que el Tercer Reich pretendía imponer al mundo. En las SS se convirtió en una herramienta desalmada dedicada a masacrar familias enteras.

El doctor Mengele lo utilizó para sus experimentos, siendo el verdugo designado en diferentes circunstancias. Las atrocidades que cometió le permitieron escalar puestos, auxiliando a sus jefes a matar y desechar cuerpos en diversos campos de concentración. El maldito violó a miles de personas, mujeres de diversa edad, menores, también hombres y niños. Cuando los aliados avanzaron rumbo a Alemania, debió entrar en batalla.

Kimi quería venir a visitarme. Acepté. Me sentía en deuda con ella. Además, los sentimientos que despertó en mí, previos a aquella pesadilla, volvieron a fluir en mi interior. Solamente el amor podría palear todo el espanto experimentado en aquel viaje. Tenía la certeza que solamente con verdadero amor podría contrarrestar esa maldad que permitió que aquel engendro retornara del más allá para seguir causando atrocidades en nuestro plano.

Amor contra horror.

Amor para sobrevivir, para seguir viviendo.

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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