Ermilo Abreu Gómez
XVI
Pese al desgaste que suelen producir, las controversias que ponen a vibrar voces diversas contribuyen a evidenciar valores sólidos y falsos argumentos, claridad de principios y flaquezas.
Cuando implican nociones de arte, de su gestación y de los vínculos que teje con sus receptores, exhiben las vicisitudes por las que ha de transitar la madurez creativa, siempre que deba enfrentar la posibilidad de convertirse en un influjo tácito y pausado en su ambiente social.
En tales circunstancias, lo que se discute vale tanto como los rincones que ilumina, pero, al mismo tiempo, pone límites en la misma medida en que confunde y deforma el sentido de las palabras del interlocutor. Es sólo cuando se convierte en objeto de interés del registro histórico, cuando los dichos que abordan un tema polémico pueden discernirse con la perspectiva que brinda el tiempo transcurrido por encima de las pasiones extintas.
Es justo agradecerle a Guillermo Sheridan haber documentado una discusión encarnizada que en la tercera década del siglo XX acaloró a varios escritores del suelo patrio, entre ellos Ermilo Abreu Gómez, tal como el investigador citado refiere y analiza en su libro México en 1932: la polémica nacionalista (Fondo de Cultura Económica, 1999). Al definir su rumbo el Estado mexicano en los lustros siguientes al triunfo de la Revolución, la atmósfera política estuvo cargada de enfrentamientos ideológicos y choques de intereses que involucraron también a los creadores literarios. Abreu Gómez tuvo como segunda voz a Héctor Pérez Martínez para censurar a sus colegas agrupados en lo que poco tiempo antes había sido la revista Contemporáneos, mote con el que se les sigue recordando, quienes optaron por una mayor apertura al conocimiento de expresiones literarias de origen extranjero, mientras sus antagonistas y otros más que figuraron como personajes de comparsa abogaron por la consolidación de un núcleo de letras de raíz nacional, remarcando su rechazo a la compatibilidad de ambas tendencias.
Sheridan señala que uno de los móviles subyacentes en esta disputa se relacionó con los puestos y favores que los Contemporáneos recibieron de algunos sectores de la administración pública, y la prensa capitalina puso en circulación los argumentos de uno y otro bando, a los que el libro añade algunas cartas y otros escritos; vistos en conjunto, los asertos de quienes los periódicos identificaron como “la vanguardia”, resultan más plausibles y convincentes que los de los nacionalistas, de modo tal que, por ejemplo, Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia ofrecieron sus razones en un tono sereno y analítico pero firme, que contrastó con el ánimo exaltado de sus contradictores.
Abreu Gómez puso en duda la legitimidad de los autores, que reconocían el valor de otras influencias además de las fuentes autóctonas, y esgrimió con ambigüedad las virtudes de un alma nacional en vías de manifestarse y opuso, al “exotismo” de sus adversarios, la defensa de una humanidad etérea de la que parecía excluir a quienes mostrasen una mayor gama de inquietudes, que filtrara los estímulos de su entorno inmediato. Muchas de sus apreciaciones fueron inexactas, llenas de prejuicios y cegadas por una obcecación que causó daños directos y colaterales al propiciar una campaña contra personas que sólo seguían el llamado de un oficio que no procura respuestas definitivas
Aunque amigos suyos, como Alfonso Reyes, Genaro García y Jaime Torres Bodet, intentaron disuadir sus afanes admonitorios atrincherados en imperativos categóricos y descalificaciones personales, no lograron disipar el furor desatado en lo que el polígrafo regiomontano consideró el ejemplo de una de tantas “luchas de campanario” en que desde rincones húmedos, entre paredes estrechas y aire enrarecido se llama a linchar al oponente en turno, que en este caso sólo había elegido un camino propio para satisfacer los íntimos anhelos de su realización personal en la convivencia provechosa con sus pares.
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Guillermo Sheridan. México en 1932: la polémica nacionalista. México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 61, 64, 66, 73, 151, 158, 162–166, 173182, 226–229, 230–234, 280, 315–316, 339, 431, 450, 478–480.
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José Juan Cervera Fernández
Continuará la próxima semana…