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Señales
Por Antonio Magaña Esquivel
Artaud y el arte en México.- En Europa se descubre de inmediato una gran preocupación artística, como una desviación del estudio de los grandes problemas sociales. El Arte es en lo general donde se concentra el espíritu de una época y la literatura es en lo particular el más genuino reflejo de un espíritu individual o colectivo. El verdadero artista es y será siempre el revelador, el descubridor del signo de su época. De acuerdo con este deber de fidelidad a su época, los artistas y los intelectuales europeos tienden sus miradas anhelantes a esta América nuestra donde está en gestación un nuevo espíritu dispuesto a romper sus amarras. Francia envía frecuentemente a sus hombres representativos a tierras de América, a estudiar y a tratar de comprender el totemismo milenario de nuestros pueblos y de algunos de nuestros artistas. México, principalmente, es objeto de curiosidad y de atención y su movimiento social comienza a ser objeto de admiración y respeto. También su arte, que tiene un tono peculiar e intenta romper los cordones umbilicales que lo unían a un pasado artístico plagado de imitaciones europeas.
Antonin Artaud, entre otros, llegó a México en busca del arte nuestro, con el sello nuestro, con expresión nuestra. El arte indígena, en suma. No le encuentra todavía, porque todavía no ha salido de la ciudad de México al interior en busca de esas artes menores del México antiguo que todavía subsisten en las manos del pueblo. En la capital el arte tiene influencias europeas. Los pintores del Café París piensan en Picasso y en las exposiciones del Salón de Otoño. No debe extrañarnos, pues, oír exclamar a Artaud: “Yo he venido a México buscando el arte indígena, no una imitación del arte europeo. Pues bien, las imitaciones del arte europeo, en todas sus formas, abundan; pero el arte propiamente mexicano no se le encuentra.” Es que todavía Antonin Artaud no ha salido del Café París y en sus pláticas con Daniel Castañeda, que es poeta entre los ingenieros e ingeniero entre los poetas, poco o nada habrá aprendido de los repercutores.
María Izquierdo y sus caballos salvajes.- En María Izquierdo, la pintora que celebra actualmente una exposición en los salones del Edificio Wells Fargo, encuentra Antonin Artaud “comunicación con las verdaderas fuerzas del alma india”. En una de sus telas, que es un autorretrato, aparece un caballo blanco en plena carrera, con las crines al aire, incrustado en un pequeño ángulo simbólico. En este caballo cree encontrar Artaud la evocación de todos los caballos que impresionaron el espíritu de los viejos mexicanos en el momento de la Conquista. Y de ello concluye en forma terminante, dando a sus palabras un valor apocalíptico: “Hay totemismo en la pintura de María Izquierdo”.
Se nos antoja un poco ligero el juicio de Artaud. ¿O habrá pretendido manifestarse, como buen francés, demasiado galante? De todos modos, es interesante su opinión porque es un espíritu francés, viejo de cultura y de tradición artística, que muestra curiosidad intelectual ante este mundo del arte mexicano que se está rehaciendo. Y en todo caso, más que conocer y señalar las influencias técnicas de Derain, de Picasso, de Kisling, de Coubine, o de Kremeegne, nos interesaría que señalara la importancia de los temas en las pinturas de María Izquierdo. El totemismo de sus pinturas, que señala la comunicación de la pintora con el viejo espíritu indígena, no bastaría en verdad para hacer de María Izquierdo una buena pintora, que es en todo caso lo que debe exigírsele, antes que nada.
La alianza de los colores.- Es inquietante el tema de los colores. Bastaría para comprenderlo así, recordar que un poeta francés dejó sentada la teoría de que hasta las vocales tienen determinado color. A nosotros, por ejemplo, la A se nos antoja blanca a ratos. Y la combinación de los colores en la pintura es el prodigio de la técnica. El colorido, por lo general, lo es todo en la vida. La alianza de los colores es la verdadera sabiduría del pintor, lo que da el espíritu a la pintura y relieve al trazo artístico. La pintura de María Izquierdo, por ejemplo, muestra un espíritu rojo al decir de Antonin Artaud. Algo de primitivo, de instintivo, -no nos atrevemos a decir “pintura cavernaria”, como dice Villaurrutia- se advierte en sus telas; algo de torturante no tan sólo respecto de sus temas sino también de esa alianza de los colores que practica y que a veces choca a la vista.
Juan José Segura, que a cada paso recuerda que su nombre aparece en Who is Who y que como pintor se ha hecho un cenáculo que lo aclama, se ha detenido en plena exposición ante un cuadro de María Izquierdo y gravemente, prosopopéyicamente, ha dicho que esto de la alianza de los colores es como una ducha que molesta o no al cuerpo, según esté demasiado fría o demasiado caliente en relación con el calor natural del cuerpo. Es decir, que hay colores fríos y colores calientes que molestan o no a la vista, según el calor natural de nuestro temperamento. Y lo admirable es que Segura hablaba de buena fe. No obstante, lo que dice Segura no cambia el rumbo de las cosas, y la pintura de María Izquierdo sigue siendo esa pintura feroz, de temas autóctonos en la que Artaud creyó ver totemismo milenario.
México, D. F., 1936.
Diario del Sureste. Mérida, 4 de septiembre de 1936, p. 3.