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Apenas voy conociendo al detective Kurt Wallander, inspector de policía que nació de la imaginación de Henning Mankell, escritor sueco, siendo Los perros de Riga el segundo episodio de la saga, y cada vez me gusta más.
Ya anteriormente les platiqué de Wallander, cuando reseñé Asesinos sin rostro, la obra con la que apareció en el mundo literario.
Este segundo episodio nos permite conocer nuevos aspectos de la vida de Wallander y, también, del medio ambiente en el que se desarrolla su vida, sin faltar elementos personales y señales de que está superando su divorcio.
En Los perros de Riga una llamada anónima al cuartel de policía informa de la aparición de dos cuerpos que han sido encontrados en altamar, ambos muy bien vestidos, a bordo de una barca a la deriva. Kurt Wallander es asignado a investigar el caso.
Los muertos son ciudadanos letones, y la narración ocurre en aquellos días en los que Letonia aún formaba parte de la Unión Soviética. Al convertirse en un incidente con implicaciones internacionales, Wallander recibe la visita del mayor Karlis Liepa quien ha sido encargado en Letonia para investigar el caso.
Liepa regresa a Letonia, y muere súbitamente en extrañas circunstancias, por lo que las autoridades de policía piden a Wallander que se traslade allá para proporcionar información que pueda ayudar no solo con la investigación que inició Liepa sino ayudarlos a dar con aquellos que causaron su muerte.
Kurt Wallander se halla entonces detrás de la cortina de acero y la historia adquiere tintes mafiosos en los que el contrabando juega un rol predominante, además de presentarse juegos de poder tras bambalinas, denunciados en secreto al investigador sueco por la viuda de Liepa (Baba) que, además, impacta emocionalmente a Wallander.
Wallander se ve lanzado a una vorágine de eventos que lo obligan a transgredir las leyes, impulsado por lo que Baba Liepa le hace sentir y porque lo que inicialmente parecía un caso simple y sencillo de solucionar en realidad es una maraña de intereses en medio de los cuales no se puede confiar en nadie.
Henning Mankell escribe de una manera estructurada, desgranando los detalles de la investigación, la interacción entre los personajes, mientras nos describe la vida en esas regiones del Ártico. Su imaginación abunda en detalles y, si bien la narrativa se desarrolla entre Suecia y Letonia, la historia es universal y aplica perfectamente a cualquier otra latitud del globo terráqueo. Eso le da un sabor muy especial y nos acerca a su héroe.
No deja de maravillarme la inmensa cantidad de novela negra que proviene de estas regiones nórdicas en las cuales, al menos en mi imaginación infantil, todo era idílico.
Mankell, Larsson, Läckberg, Nesbø, todos ellos han venido a mostrarnos que las facetas oscuras de la naturaleza humana no conocen fronteras, ni se relacionan necesariamente con el nivel socioeconómico de sus protagonistas. Vaya, después de leerlos nos damos cuenta de que los crímenes que vemos en nuestras regiones no son muy diferentes de los que suceden por esos lares.
El crimen, pues, es universal, como la naturaleza humana, y la codicia que inspira a que se cometan tantos delitos no depende de la temperatura, de la latitud, ni del nivel de vida que posean los ciudadanos y los países. Esa reside en el corazón de cada uno de nosotros.
Todos estos autores se encargan de recordárnoslo.
El tercer capítulo de la serie del inspector Kurt Wallander se llama La Leona Blanca, esperando turno en mi biblioteca.
Ya les platicaré…
S. Alvarado D.