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Los olvidos de Bravonel

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Más de las fechorías de Bravonel

«La espiga de oro» de don Teodoro de la Rosa

Joel Bañuelos Martínez

Sin duda, uno de los episodios más representativos en la vida de Bravonel fue su paso por la panadería de don Teodoro de la Rosa, establecimiento ubicado en contraesquina de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de María, en el cruce de las calles Juárez y Puebla; enfrente estuvo mucho tiempo la tienda de la Conasupo, que estaba a cargo de don Vicente Tirado Ulloa, presidente municipal de 1961 a 1963, luego fue una tienda de abarrotes muy bien surtida, hasta con venta de cerveza.

A un lado de la panadería, enfrente de la entrada suroeste del mercado, estaba una casa y establecimiento de reparación de calzado, propiedad de José Ortega «El negras» (muy recordado en el ámbito futbolístico), separada por una barda en mal estado de ladrillos encimados unos arriba de otros, de aproximadamente un metro de altura; sobresaliendo de ella, una tela de alambre de gallinero con bastantes agujeros.

El terreno era como de quince metros de frente por treinta de largo; lo construido era una serie cuartos distribuidos en escuadra: la casa- dormitorio y cocina, el expendio y la tahona, estaban distribuidos por la calle Puebla; el horno y otro galerón que también tenía los enseres para trabajar y que servía de bodega para la materia prima por la Juárez. Quedaba un espacio abierto donde respiraba el horno sus bocanadas de vapor, frente a la boca de la enorme bola de ladrillos y lodo. Había un pequeño tejabán de lámina acanalada que servía para cubrir del sol al hornero. Sólo dos árboles frutales tenía el terreno: un guayabo y un arrayán. Al fondo, hacia el poniente del inmueble, estaban el baño y la letrina.

Los panaderos de antes no «hacían huesos viejos» con un solo patrón, era normal que después de una falta o dos al trabajo ya no regresaran y buscaran acomodo en otra panadería, de tal suerte que la mayoría de los trabajadores conocieron en su momento, si no todas, la mayoría de las panaderías.

Bravonel no fue la excepción: casi conoció todas las panaderías, sólo en dos no trabajó, en la de Crescencio «Chencho» Ayón, y en «La estrella», de la Güera Chepina o de Los Calvillo, aunque conoció a sus dueños y trabajadores.

En «La espiga de oro», Bravonel trabajó con muchos panaderos de los cuales aprendió algunos secretos,  y de otros el desmadre. Algunos de ellos fueron: Flavio y Amador Ramírez, Salomón Acevedo, Victor Castillo «El parna», Salvador y Refugio «El negro» Muro; Angel «Gelo» un muchacho, cuñado de Refugio; Feliciano Valderrama, Jose Angel Enriquez «Balaám», Julio Carrillo, Francisco Ramírez «Chico Ramos», Pablo Montero, Feliciano de la Rosa, Goyo de la Rosa, César de la Rosa, «Chanito» de la Rosa, hermano de don Teodoro(los dos eran hijos de don Adolfo de la Rosa); «El panaderito Kid», Ernesto «Teto» Félix, un señor al que le apodaban «El pipichín», José Carranza «El transas», Francisco García, José y Eduardo de León, un muchacho llamado Servando y su paisana Lupita Chacón Sanchez. Espero no haber olvidado alguno.

En dicha panadería vivió Bravonel la etapa más bella de su antigua profesión, porque allí maduró como trabajador. Allí ya era maestro panadero, era un joven sin dejar de ser niño. Me atrevería a decir sin preguntárselo que allí se enamoró, allí culminó después de tantas andanzas su trabajo en su pueblo. De allí se fue a Tecuala, junto con Salomón, «Chico Ramos» y José Carranza; trabajaron una temporada en una panadería llamada «Panificadora de RIO», propiedad de un señor llamado Roberto Ibarra Ortiz, hasta que un día decidió ya no ser panadero y se marchó abrazando un sueño.

Siempre que regresó Bravonel, echó la ojeada hacia aquellas puertas de madera de dos hojas con grandes aldabas, y siempre miró aquellas grandes vitrinas de oloroso pan, las enormes jaulas o espigueros con charolas de cortadillos, tostados, y las ruedas o canastos llenos de dorados y crujientes bolillos calientitos.

Los últimos años ya no vio a don Teodoro, ni a doña Julia, su esposa, pero veía detrás del mostrador a doña María Garcia y sus hijas, Lupita y Margarita de la Rosa, despachando el pan, contando entregas… Todavía recuerda Bravonel el rugido del quemador calentando el horno, el sonido de los rodillos sobre el tablero o mesa de trabajo labrando el pan, el sonido de las monedas en el cajón al deslizarlo para dar el cambio.

Los años pasan y nos muestran cosas nuevas que nos brindan otras oportunidades, escalones que pisamos en busca de cristalizar sueños en realidades. Tenemos que atesorar el pasado porque de allí partimos. Justo es volver la mirada atrás y beber el dulce trago de la juventud, las cosas que nos hicieron soñar y que estarán presentes siempre en la mente del viejo y agradecido Bravonel.

BRAVONEL

02 agosto 2019

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