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Los Mayas en Cuba

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La Educación Maya

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LOS MAYAS EN CUBA

Los antropólogos Carlos E. Bojórquez Urzaiz, por la Universidad de Yucatán; Enrique Sosa Rodríguez, por la Universidad de la Habana, y Luis Millet Rendón, por el Instituto de Antropología e Historia, conjuntaron sus investigaciones acerca de la presencia de lo maya en Cuba, y dieron a luz una obra que denominaron Habanero campechano, en virtud de que lo maya se hizo sentir en esa nación, primordialmente, a partir del toponímico Campeche.

Según sus fuentes de investigación, desde 1562 existía en un sitio en lo que hoy es la Habana Vieja, el Barrio de Campeche habitado por mayas, que no necesariamente debieron ser campechanos, observa Bojórquez Urzaiz, pues –antes de la apertura del Puerto de Sisal– todos los embarques eran en Campeche, y por extensión se dio la denominación de campechano a todo lo que de ahí salía.

La población del Barrio de Campeche cubano debió formarse de las numerosas remesas de esclavos que, como consignan los autores, desde los primeros años de la conquista de Cuba eran ambicionados como mano de obra en las Antillas, debido al pronto exterminio de sus pobladores autóctonos que habían sucumbido ante inhumanos trabajos y vejaciones, o que, acosados, habían optado por el suicidio.

Con datos históricos y estadísticos, aun sobre la costumbre de la hierra que en los primeros años se practicó en las colonias, recuerdan las formas para obtener prisioneros: captura directa, piratería, expatriación como castigo, y el canje, principalmente por caballos, que en Cuba eran criados y que para los conquistadores de la Nueva España, principalmente de Yucatán, eran más urgentes que los sirvientes de los que disponían en abundancia.

La obra es de gran valor etnográfico, tanto para Yucatán como para Cuba, resultando de nuestro particular interés su relación con la educación, entre otras razones por los datos que ofrece sobre la continuidad de la transmisión efectiva de conocimientos agrícolas como las milpas y huertas al modo tradicional de nuestro pueblo, así como la construcción de viviendas con techo de guano al estilo de las edificadas por los mayas desde tiempos inmemoriales.

Interés por el tema de lo maya en Cuba tuvo también el periodista e historiador Luis Ramírez Aznar, ahora en relación con el episodio que correspondió a los años de 1848 a 1862 –hechos que siguieron a la sublevación de 1847– en los que hubo, ejecutada de diversas maneras, una nutrida trata de mayas con los españoles de Cuba, urgidos entonces de mano de obra barata a consecuencia de restricciones europeas para la adquisición de esclavos africanos que por largos años habían sido su principal recurso de explotación humana: restricciones sumamente perjudiciales para los esclavistas, pues coincidían con el auge azucarero de la isla.

Tan indigno comercio, imposible de soslayar, fue censurado con energía justiciera, por primera vez, por el periodista e historiador Carlos R. Menéndez en dos libros que ocupan un lugar insustituible en la bibliografía de la historia de Yucatán: Historia del infame y vergonzoso comercio de indios vendidos a los esclavistas de Cuba por los políticos yucatecos desde 1848 hasta 1861 (1923) y Las memorias de D. Buenaventura Vivó y la venta de indios yucatecos en Cuba (1925), segundo apéndice del primer libro.

Con el deseo de saber el paradero de aquellos mayas yucatecos vendidos como esclavos, la naturaleza escudriñadora de Ramírez Aznar lo condujo a solicitar, por medio del cónsul de Cuba en Mérida aportación de datos, ofreciendo, como referencia, cierto trabajo que en alguna ocasión había editado la revista Bohemia. Y fue esta revista la que, complaciente, publicó un amplio reportaje que el señor Ramírez consideró respuesta a su solicitud, reportaje que hizo reproducir en el periódico Novedades de Yucatán, en tres secciones culturales dominicales correspondientes a los días 18 y 25 de septiembre y 2 de octubre de 1983. La autoría del reportaje correspondió a Jaime Sarusky, y fue ilustrado con fotografías de Aramis Ferrera y José Oller.

El reportaje vincula hechos, igualmente violentos, perpetrados en ambas tierras contra la parte de la humanidad que por entonces era virtualmente mercancía, y está fundamentado en suficientes y respetables fuentes de Cuba y México, que le dan categoría de documento fehaciente en el que hay que interiorizarse para reunir páginas desparramadas y desgarradoras de nuestra historia, aunque como en las presentes, haya conclusiones edificantes.

Para no alejarnos de nuestro tema, sólo transcribiré lo referido al tiempo en que los mayas sobrevivientes o descendientes de los condenados al destierro comenzaron vida independiente apoyados en los recursos culturales que habían importado, y que hablan de una herencia educativa que no perdieron ni con el tiempo ni con la lejanía de sus lares, y de la eficacia de sus empíricos métodos.

“Próxima al pueblo de Madruga, casi en los límites entre las provincias de La Habana y Matanzas, fueron a establecerse, alrededor de 1899, los descendientes de los indios yucatecos.

Desposeídos y errantes, se desplazaron desde la provincia de Matanzas hacia el oeste en busca de una tierra que nadie les prometió, un lugar que aplacara su incertidumbre, un centro para sus vidas y un ejercicio de la precaria libertad de que podían disponer, abolida ya la esclavitud quince años antes. Huyendo y escondiéndose, trataron de evadir la terrible reconcentración que impuso en 1898 el general español Valeriano Weyler a la población campesina –forzada a confinarse en las zonas urbanas– para evitar, en gesto inútil, la cooperación y apoyo a los mambises. Al fin los yucatecos encontraron un lugar «adecuado»: un terreno realengo, especie de tierra-de-nadie, seca y hostil; y a pesar de su aspereza se aferraron a ella, llamada Llano García, en la cima de la cordillera de El Grillo. Era una zona sin agua, aunque en las cercanías fluye fresca y limpia de los, en otro tiempo, famosos manantiales. El agua era un lujo tal, que debían bajar la loma y procurarla en el llano. Las mujeres, sobre todo, la cargaban en cubos que llevaban en la cabeza y de ese modo subían la loma por una de sus laderas, pedregosa y empinada.

Según Pascual Cusán, quien vivió parte de su niñez en aquel medio, las familias no llegaron allí todas juntas, Emigraba cada una por su cuenta, gradualmente, siguiendo, tal vez, a las primeras. Así se establecieron familias enteras en la cima de las lomas.

Existe, no obstante, una incógnita: ¿eran todos los yucatecos descendientes de los que fueron traídos en calidad de esclavos a mediados del siglo XIX? Según Manuel Che Cusán, hoy jubilado a los 77 años, ayer obrero de la construcción y artesano de bejuco de guano, sus padres, oriundos de Tizimín, Yucatán, vinieron por su propia cuenta en 1893 o 1894.

LA TIERRA, EL JAN, EL CARBÓN. «Además de pobre, era poca la tierra de que disponían, una caballería o algo más a lo sumo. La roturaban sin animales de tiro. Utilizaban picos, barretas y el jan o coa para perforar la tierra. También usaban el machete y la guataca de mango más corto que el que manejaban los campesinos cubanos. Preparaban y cultivaban la tierra sin arado ni bueyes. En los últimos tiempos, los caballos sustituyeron a las mujeres en la carga del agua hasta la cima de la loma.

Laboraban la tierra en tumbas en las faldas de la loma, en tramos de unos cincuenta metros y le prendían candela, La capa vegetal más superficial quedaba arrasada por el fuego. Es el procedimiento llamado tumba y limpia en el que se producen el desmonte y quemas sucesivas dejando el terreno listo para la siembra.

Cada cierto tiempo, algunos terratenientes y funcionarios, en estrecha connivencia, intentaban despojar a las familias yucatecas de su retazo de tierra. Pero la dureza de la vida en aquellos terrenos difíciles, peligrosos y poco productivos, desalentaban al final a los voraces geófagos y sus cómplices».

LA ALIMENTACIÓN. «Generalmente su alimentación era idéntica a la de cualquier campesino cubano: viandas, frijoles, arroz y, algún día de jolgorio o para festejar a alguien, carne, sobre todo, de cerdo.

«Hay quienes sostienen, sin embargo, que han conservado sus tradiciones en cuanto al maíz, del cual recogían tres cosechas al año; que cocinan y comen tacos, atoles, tortillas y pan de maíz. ¿Llegarían acaso al punto de conservar tan arraigada una tradición alimentaria de sus antepasados de Yucatán? Además de cultivar maíz, viandas y caña de azúcar en lo alto de la loma, hacían hornos de carbón vegetal que luego vendían en sacos en los pueblos cercanos. El importe les permitía adquirir los productos que no cosechaban(…) De la experiencia y la técnica como carboneros se servían para preparar el lechón asado. Lo asaban bajo tierra, echando leña y piedras en el horno improvisado. Lo cubrían con yaguas y hojas de plátano y le echaban tierra encima. Según algunos yucatecos a quienes entrevistamos, pudiera existir alguna similitud con el modo en que se asa el lechón entre sus ascendientes o contemporáneos en Yucatán, pero hasta ahora no han podido confirmar tal parecido.»

Nosotros comentamos ¿acaso nadie les dijo a los reporteros de nuestra cochinita pibil?

El reportaje trata también de sus viviendas y de otros sitios que ocuparon las familias yucatecas además de las lomas de El Grillo, en donde aún siguen residiendo sus descendientes. Al ser entrevistados, algunos orgullosamente afirman que sus abuelos participaron en la guerra de Independencia de Cuba, y que saben hubo mujeres yucatecas en las tropas de Antonio Maceo.

La Revolución Castrista los incorporó definitivamente a la sociedad cubana. A las viejas generaciones –dicen– les llevó tiempo asimilar la nueva realidad, como asienta Sarusky:

temiendo se tratara de una nueva trampa, pero la dinámica del proceso que lo modificó todo los hizo cambiar aún en sus propias tradiciones, hábitos y costumbres(…) buscaron y encontraron trabajo en labores agrícolas en plena Reforma Agraria(…) no pocos se alfabetizaron en 1961, sobresaliendo luego en variadas carreras.

El intercambio cultural entre los mayas en el continente, en un área que por milenios recorrieron, consta que enriqueció y preservó su civilización; pero es admirable que un grupo aislado, fuera de su tierra y privado de libertad, continuara la transmisión de conocimientos y prácticas de subsistencia, y que la educación que importaron siendo esclavos, defendiera fielmente valores morales que aun en el destierro dieran cohesión a las familias, como lo atestiguan hechos por ellos narrados.

Ejemplo interesante es el de los descendientes de Julio Valencia, pequeño agricultor que permanecía (1983) laborando su tierra en El Grillo; entre sus descendientes tiene a Candelaria, enfermera en la Policlínica de Aguacate, y a Benita, de cuyos diez hijos, apellidados Cusán Valencia ––triunfadores en sus profesiones–, el periodista cita a Pascual, quien después de alfabetizado fue alfabetizador en la Ciénaga de Zapata, e igual que otros jóvenes, siguió estudiando y culminó en el grado 12 de la Facultad Obrero Campesina, llegando a desempeñar cargos jefaturales; sus hermanos se hicieron técnicos medios y obreros calificados; Martín, ingeniero pecuario. Trabajadores eficientes y responsables, han sido honrados como integrantes de las filas del Partido Comunista Cubano: uno de ellos, Justo, labora en el Plan Genético; Santiago fue artillero y combatió en Girón: Evelio, también militante, es administrador de una Huerta Especial; Evelio cumplió en Angola tareas como combatiente internacionalista.

Otra familia triunfadora procedente de El Grillo, que Sarusky menciona, es la Cao Linares: Pedro, profesor especializado en riego y drenaje; Rosario, profesora especializada en Biología en una escuela secundaria básica, y Martín, ingeniero pecuario.

Y en sus conclusiones el reportero manifiesta: «Interminable se haría la relación de jóvenes descendientes de yucatecos que con esfuerzo y tesón han sabido entregarle a esta tierra la plena realización de sus vidas como seres sociales útiles y necesarios: han sabido gratificar a sus mayores…».

Además de los apellidos que Sarusky menciona Valencia, Calderón, Chusco (tal vez Chuc), que como él afirma, corresponden a familias numerosas, aparecen Che, Cao, Cusán, Be, y deben existir otros muchos que han perdido sus raíces mayas, o desde su arribo a Cuba ya eran españoles, lo cual no es de extrañar, si recordamos que el propio nieto de Tutul Xiu fue bautizado como Gaspar Antonio Herrera.

Candelaria Souza de Fernández

Continuará la próxima semana…

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