Letras
Por Ricardo Mimenza Castillo
El Dr. Pedro I. Pérez Piña, que ha sido ferviente admirador de Thalía -además de iniciarse en la editorial Cervantes de Barcelona, publicó el mismo año que editara mi Civilización maya-, acaba de reincidir por cuarta vez en el intento con su obra Los Irredentos.
El tema social que ahí aborda y desarrolla se refiere a la estúpida difusión de las “drogas heroicas”.
Así, la pareja ideal que formaran David Córdova y Eloísa Cifuentes, unidos en el amor y la fortuna, se trueca en el par de galeotes de ese vicio inmundo.
Y todo por obra de la intervención de dos hierofantes y mercurios de dicho vicio: el Mayor Raimundo Marchand y su consorte y cómplice Ruth Engel Magriñat –aventureros de estofa que vienen a sembrar las mandrágoras del Mal a su paso.
En la novela en referencia se destacan con viveza las páginas dedicadas a las hermosas grutas de Calcetok, a la fiesta anual de Tizimín y al ex-puerto de Sisal –emporio romántico de soledad y de abandono, y antes llave y puerta dorada del estado. Ahí Pérez Piña se complace en la descripción de costumbres y tradiciones populares de resonancia y relieve.
Y al penetrar al peligroso umbral de las intrigas de Marchand y de Ruth contra los protagonistas, el falso campo de “tennis” y retiro aristocrático –mas también Templo del Opio y de sus adoradoras- y a los desvaríos del cocainómano David-, se experimenta algo así como el paso de un lugar de Sol a la región de las tinieblas.
Y parece que leemos el Suspiria de profundis de Mr. de Quincey con sus horrores, dignos de la Gehenna del reino negro de Iblis.
Y las tres Diosas de la Tristeza del britano enfermizo, las Tres Parcas, la trinidad de las Furias inexorables, acude a nuestra vista –y son Nuestra Señora de las Lágrimas, Nuestra Señora de los Suspiros y la más fatal de todas, nuestra Señora de las Tinieblas, de las eternas Sombras.
Esas son las que persiguen a los extraviados e irredentos que se dejen clavar en el corazón el dardo de las Toxicomanías inexorables. Esas son las que vio el médico de David sentadas a su cabecera en el colapso final de su vida.
Por eso este libro alcanza el mérito singular de una admonición, porque previene a los jóvenes y a los incautos contra los arrecifes de los vicios de las drogas heroicas.
Y el galeno que tal escribió, hace una obra de misericordia y de bien, alertando a las gentes contra los áspides y coralillos de esos vicios nefandos.
Y hallará el lector ahí las grandes, las tristes, las terribles Verdades que le impidan caer en el fango y en la derrota.
Y rechazará la horrible contaminación.
Diario del Sureste. Mérida, 12 de noviembre de 1936, p. 3.