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Los hilos de la genética

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Letras

José Vasconcelos

José Juan Cervera

Poco aporta el estudio de la Historia si no invita a reflexionar a fondo sobre los asuntos vitales del tiempo que la examina, porque los hechos del pasado prolongan sus rastros en secuencias que en algunas ocasiones pasan inadvertidas. La simple descripción de ellos es apenas un rudimento que aspira a fructificar en una conciencia aguda del devenir y que, como éste, representa la mudanza de actos e ideas en un vasto campo del que nadie ha pronunciado la última palabra.

Aun cuando hagan votos de imparcialidad, los escritos de apreciación histórica incurren en juicios de valor que en unos casos pretenden disimular y en otros exhiben con la crudeza de quien no escatima calificativos para los sucesos que comenta; y es que el solo ejercicio de ordenarlos en la estructura de la obra ya revela un propósito definido, lo mismo que una toma de posiciones ante las fuerzas que mueven el pulso de la sociedad debido a que sustentan señas de ciudadanía incluso en los individuos más reservados, tanto más en los extrovertidos.

Intenso y desbordado, el torrente pasional de José Vasconcelos salpica sus libros con una profusión de epítetos que pueden sonar duros cuando recaen en figuras que consagra la memoria oficial del calendario cívico mexicano. Por ello muchos lo tildaron de injusto y atrabiliario, y es así como conserva su sello polémico más de medio siglo después de su muerte. Los episodios que narra, cuanto más se acercan a la época en que él, como protagonista, robó cuadro a varios de sus contemporáneos, parecen arrastrar un cúmulo de sinsabores y resentimientos que no restan brillantez a su estilo ni vigor a sus afanes reflexivos. Vasconcelos se niega a ocultarse tras cortinas de humo y, en cambio, acepta pintarse de cuerpo entero aun con los desgarramientos que ningún egocentrismo rechaza si lo muestran ante su público con mayor nitidez.

Aunque el escritor oaxaqueño no vivió el despertar insurgente ni los primeros años de la vida republicana en el país, en su Breve historia de México (1937) los juzga con los criterios que caracterizan la línea general de su pensamiento en materia étnica y sociohistórica, tal como lo pone de manifiesto en otras obras, como La raza cósmica (1925). Y es precisamente esta noción de raza –en ese entonces muy difundida– la que guía sus argumentaciones, si bien cabe aceptar que, si por una parte fija distinciones de origen, por otra se presta a acentuar un trato discriminatorio a ciertos grupos humanos con base en estereotipos acuñados desde ámbitos de privilegio y de control político.

Postula que en el proceso de emancipación de Nueva España respecto a la metrópoli obró un antagonismo entre latinos y anglosajones, inducido por agentes de propaganda extranjera y representado en formas de dominio imperial entre los cuales, desde su punto de vista, era preferible el español al inglés por encarnar el primero la raíz étnica que se implantó en tierras americanas, con la consecuencia del criollismo y del mestizaje que están más cerca del mexicano de hoy que los británicos y los descendientes de sus colonias en el continente.

También puede observarse que, a la manera de los positivistas decimonónicos, Vasconcelos echa mano de analogías biológicas para describir el funcionamiento de la sociedad; resulta así que, para él, la independencia de las naciones hispanoamericanas fue anómala porque ninguna de ellas “había llegado a las condiciones de madurez que determinan la emancipación como proceso de crecimiento natural”. Abunda en el símil cuando plantea que los anglosajones son “enemigos naturales” de los latinos, y por ello “el desprecio de la propia casta” equivale a un suicidio colectivo. Tampoco es ajeno a la dicotomía de culturas superiores e inferiores, tal como sostiene al afirmar que los pueblos originarios de América cedieron ante un conquistador que los superaba en ese aspecto.

El controvertido autor incurre en atribuciones peyorativas para marcar el sentido de lo que supone un patriotismo legítimo en contraste con otro espurio, o bien para desacreditar determinadas fases de desarrollo de los países en camino de sacudirse tutelas coloniales (“En la América española se había perdido el sentido imperial y se le había reemplazado por un provincialismo ramplón que sería el origen de todas nuestras mezquinas nacionalidades.”). Y aunque sus excesos retóricos pueden deslumbrar y confundir, también lanza advertencias cuya validez confirman los tiempos actuales, como ejemplifican las constantes intromisiones de los gobiernos estadunidenses y de sus agencias en decisiones soberanas de otros países.

No se trata sólo de ideas anticuadas que las ciencias sociales de hoy se resisten a avalar, sino de un amasijo de suposiciones y referencias que unas veces nutren un pensamiento en tránsito de lucidez y otras lo entorpecen; que a un tiempo contribuyen a demoler mitos y a entronizar prejuicios que todavía encuentran partidarios en determinados sectores de élite y en extremismos fortalecidos en el desencanto y en la anomia de las masas.

Más que los hilos de la genética, es el esfuerzo de comprensión de experiencias ajenas el que conduce impulsos renovadores en una realidad humana maltrecha y disminuida en sus aspiraciones de especie.

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