Letras
José Juan Cervera
El trabajo intelectual guarda zonas oscuras y vericuetos malsanos. Sus formas de creación sufren el asedio de prácticas inescrupulosas que vulneran derechos de autoría y defraudan la confianza pública. Las sospechas de plagio desatan una preocupación genuina en campos disciplinarios cuyos frutos dependen de la capacidad de concebir ideas, desarrollarlas y pulirlas; estos procesos culminan en el logro de bienes culturales que pueden verse afectados por intromisiones que rebajan su legitimidad de origen, constituyendo abusos fundados en el desdén hacia las producciones ajenas, que se vuelven así en objeto de rapiña para satisfacer intereses espurios.
El plagio es un asunto delicado que afecta a las ciencias y a las artes en su conjunto porque quienes incurren en él pretenden ocultar el propósito de sus acciones en aras de beneficios inmediatos y ansias de reconocimiento social, y es verdad que en más de una ocasión logran disimularlo. Las personas que leen o escriben con cierta frecuencia han atestiguado o sufrido sus efectos e incluso, en casos censurables, los propician deliberadamente. La conciencia admite, en sus recovecos más íntimos, todas las combinaciones posibles.
La obra Letras impostoras, reflexiones sobre el plagio, de Camilo Ayala Ochoa (Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2022) aborda este problema y examina a fondo sus aristas, conectándolas con líneas que parecieran extenderse hacia regiones distantes de su punto de partida. Entre sus modalidades destaca el plagio académico y el literario, cada cual con su dinámica interna que tienta a personalidades de ética difusa a ejercerlo sin reparos. En el primer caso, el sistema de evaluación institucional impone a los profesores–investigadores exigencias de productividad para asegurar los estímulos económicos que reciben de acuerdo con las categorías establecidas con el compromiso de presentar, junto con sus informes de actividades, evidencias de los productos logrados. Las publicaciones científicas ocupan un lugar importante entre ellos; en esta búsqueda febril de acumular puntos, irrumpen aquellos que hacen pasar como suyos materiales que pertenecen a otros, conducta que adoptan de igual modo los que recurren a ella para obtener un grado académico en la carrera profesional elegida.
En su dimensión social más cruda, el arte literario también resulta un ámbito de competencia encarnizada dentro del cual el prestigio y el registro abultado de ventas, el peso de las camarillas, y las poses de figura estelar se mezclan, sobreponiéndose a cualquier sentido de probidad cuando el acto de plagiar aporta ventajas manifiestas. El libro evoca numerosos ejemplos de autores que se apropiaron la obra de otros en distintos tiempos y lugares, mencionando las razones que arguyen para justificar su abuso al ser puestos en evidencia.
Hoy, con el desarrollo de la conectividad tecnológica y la exposición mediática, por un lado, y por otro con la existencia de programas informáticos que permiten detectar los procedimientos de los plagiarios, se reducen las posibilidades de que sus excesos queden impunes, por lo menos ante los ojos del público porque, si bien hay sanciones aplicables en tales circunstancias, los autores plagiados no siempre son resarcidos del daño respectivo.
El estudio de Ayala Ochoa toca los pormenores del plagio desde varios ángulos; por ejemplo, en lo que se refiere a las marcas comerciales y el periodismo, sus ramificaciones en la piratería, las medidas para defender derechos autorales y las omisiones de la legislación vigente en torno a estos delitos. Analiza también el comportamiento de los usuarios de las nuevas tecnologías, cuyos matices de pensamiento discrepan de la experiencia y la perspectiva de las generaciones precedentes. “Algunos especialistas exploran el ciberplagio y lo critican con la mentalidad construida bajo el sistema copyright, y otros más lo ven como una vía de desarrollo de la comunidad internauta. Pensamos que es necesario buscar otro medio de explicación y comprensión.” Cabe preguntarse si es adecuado aplicar el epíteto de comunidad a una mera confluencia virtual de individualidades exacerbadas al influjo de un orden mundial que privilegia pautas de consumo y desplaza otras formas de encuentro interpersonal que mantienen viva su fuerza integradora.
Finalmente, ¿cómo enfrentar los costos sociales e individuales del plagio si en muchas ocasiones se constituye en una práctica tolerada y minimizada? ¿Puede concebirse como un hecho aislado de otras acciones que arrebatan a la humanidad el potencial de regenerar sus vínculos con el universo del que forma parte? Todo libro vale por las interrogantes que despierta, aun sin fijarlas en su enunciación formal.