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Los Cafés de Nuevo Laredo (I)

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Apuntes desde mi Casa

XX 

“Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo” – Voltaire.

Cuando amanece, cuando se abren y cierran los ojos y se vuelven a abrir en el ambiguo estado donde se confunden la conciencia y el ensueño, comienzan a desfilar imágenes borrosas, sonidos aislados, penumbras aclaradas. El cuerpo permanece tibio, sin voluntad, hasta que el aroma del café recién hecho estimula las fibras del olfato y nos impulsa a ponernos de pie.

Puede inaugurarse la mañana con trinos y gorjeos que anuncian alegría; presentarse dinámica por actividades pendientes, o manifestarse triste si no salió el sol; pero bastan unos sorbos de café caliente para darle un semblante positivo al resto del día. Las noticias en la radio, prensa o internet adquieren otra importancia si en su transcurso se acompañan del llamado “néctar negro de los dioses”.

Para conocer los cafés tradicionales de Nuevo Laredo hay que caminar por las calles del centro, pasar junto a la puerta de los comercios con sus letreros de colores chillones y mala ortografía, echar un vistazo a las casas de cambio y pararse a comer un elote mientras el fara-fara de la esquina nos estremece con sus corridos. En ese mismo rincón se pueden ver pasar tipos rudos de sombrero y botas, con pantalón de mezclilla y gorra, aquellos que pregonan su facha de polleros, los que tienen actitud de mojados, la importancia de las chiveras según el tamaño de las bolsas que cargan. La gente del pueblo que va y viene por las inmediaciones del puente número uno, escenario también, de dos lamentables acontecimientos: el incendio del Café Royal, enfrente del Mercado Maclovio Herrera, el 22 de mayo de 1935, y el incendio del Buenos Aires, en Guerrero y Matamoros, el 31 de diciembre de 1947.

Dicen que de los cafés de antaño, entre los vigentes, es muy concurrido el Quinto Patio, situado en la merita escuadra de Ocampo y doctor Mier, frente a la Plaza Hidalgo. Sus primeros dueños fueron dos inmigrantes griegos, Licurgo Papastabro y Juan Makis, que no se sabe cómo llegaron a la frontera. A ellos les gustaba mucho la canción de Luis Arcaraz interpretada por Emilio Tuero y por eso le llamaron Quinto Patio a su negocio, inaugurado en 1950. El 15 de junio de 1965 lo adquirió don Rosendo Ramos Garza, conservando su construcción original hasta 1983, cuando lo amplió dos metros más y modernizó la fachada que luce hasta hoy.

Muy pulcro y nada recargado en su apariencia, en el Quinto Patio se da un ambientazo de ruidos callejeros que se mezclan con las voces de los parroquianos: boleadores y taxistas del parque, burócratas y personas mayores que se toman dos o tres cafés, producto veracruzano o poblano. Cuenta don Rosendo que ahí concurría, por la inmediatez con El Diario, su director don Ruperto Villarreal, que formaba grupo con Lauro Luis Longoria, José Ángel Canales, Oscar L. Casso. También se acercaban Arnulfo Johnson, Leonel Barberena, Jorge Reséndez, Modesto Vázquez, Alejandro García y Leopoldo Ramos.

Por su sencilla forma de ser se recuerda a don Enrique Cárdenas González, visitante del lugar las veces que estuvo de gira en Nuevo Laredo como gobernador del estado. Clientes también, los expresidentes municipales Jesús Cárdenas Duarte, Heberto Villarreal, Carlos Enrique Cantú Rosas y el exgobernador Eugenio Hernández.

El desalojo de las oficinas del Palacio Federal, apenas a una cuadra (ya sólo permanecen Correos y Telégrafos), así como la baja frecuencia del turismo norteamericano, ha afectado a los comerciantes del perímetro, pero el propietario del Quinto Patio y sus hijos, a pesar de haberse visto obligados a reducir el horario, se mantienen en pie.

A unos pasos del puente viejo, sobre la Guerrero entre Bravo y 15 de Junio, está el Café Alicia, llamado así en homenaje a una hermosa mujer. A principios de los años cuarenta estaba situado en Guerrero y doctor Mier, luego cambió a su ubicación actual, y en 1954 lo adquirió don Manuel Peña Barrenqui. Doña Margarita Gutiérrez de Peña, familiar suyo, conserva hasta hoy la tradición de mantener abierto el local las veinticuatro horas.

En 1961, Gabriel García Márquez, recién abandonado su puesto de corresponsal de Prensa Latina y procedente de Nueva York, bajó del ferrocarril en Laredo, Texas, y cruzó el puente a Nuevo Laredo. A una cuadra, según narra en sus memorias, comió arroz a la mexicana en un restaurante. El autor menciona en Vivir para contarla que su esposa Mercedes, expresó: “Yo no me voy de un país que hace un arroz así.” El restaurante aludido era el Café Alicia, y después de un descanso abordaron el tren Águila Azteca rumbo a la capital de la república, donde han radicado a partir de esa fecha*.

En aquel entonces, el Alicia era núcleo de los artistas que figuraban en el cabaret de más prestigio, La Roca, unas cuadras a la vuelta, en Victoria y Ocampo. Bailarines, músicos, coreógrafos, cantantes como Imelda Miller en sus largas temporadas asistían ahí para los tres alimentos diarios en los años de auge, de finales de los cincuenta a principios de los setenta. Comerciantes del sector, agentes de migración, pasajeros de la cercana central camionera, turistas, eran asiduos a ese nutrido espacio que por las noches se convertía en atelier bohemio. El Taller Literario Alborada sesionaba cada mes en torno de una larga mesa hacia el fondo. Su director, el vate Eusebio Salas Peralta dejó testimonio del Alicia en su libro Mis musas y Nueva York:

 

De noche invita o de día

por la avenida Guerrero

el ambiente, la ambrosia,

el smog, la algarabía,

del Café que tanto quiero.

 

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*En septiembre del 2008, fue inaugurado el Centro Regional de Literatura Estación Palabra Gabriel García Márquez, en las instalaciones remozadas de lo que fue la Estación de Ferrocarriles de los años cincuenta. La presencia del Premio Nobel de Literatura en Nuevo Laredo constituyó un acontecimiento; en el itinerario que se dispuso, estuvo incluida una parada a las puertas del Café Alicia, donde aguardaba doña Margarita Gutiérrez de Peña. Sin bajarse del automóvil, García Márquez recibió un itacate con arroz a la mexicana y mole poblano, y cruzó frases de amabilidad con la dueña. De ahí se dirigió a la comida privada que ofreció el presidente municipal en su casa, en donde también dio fe del arroz con mole. El autor se interesó por conocer un poco más sobre la historia del Café y preguntó si había algo escrito al respecto. Alguien comentó que lo único publicado era el reportaje de la señora Bello sobre los Cafés de Nuevo Laredo, en el suplemento cultural Hojalata del periódico Líder Informativo y se solicitó que el archivo correspondiente fuera enviado por internet a las oficinas de la presidencia municipal. El texto de la señora Bello fue impreso y ampliado en cartulinas que se colocaron en unas mamparas en la residencia de la señora Alma Gloria Pérez de Reséndez, donde estuvo hospedado el matrimonio García Márquez–Barcha.

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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