Letras
Joel Bañuelos Martínez
Hace cuatro años ya que dejé oxidar los fierros de la labranza y, aunque ya no quiero saber nada del zurco, no puedo olvidar a los compañeros de faena; de vez en cuando ensillo mi burro y voy hasta la labor y platico con ellos, comemos los tacos calentados en las brasas debajo de algún arbol que nos dé sombra, a veces nos ponemos de acuerdo y nos juntamos en la plaza a comer gorditas con pollo o pozole. Disfruto mucho de la compañía de mi amigos, compañeros del azadón y el machete.
Mi compadre es quien hace la labor de juntarnos, es buen hombre a pesar de que él tuvo la inteligencia de guardar dinero y no malgastarlo. El también guardó los aparejos y, aunque con los achaques propios de la edad y que vive más holgado, siempre ha sido humilde con “la gallada”, como él llama a sus amigos.
Aquí es donde yo quería llegar: él siempre tuvo madera de líder, siempre le gustó defender al jodido, al que no le pagaban completo, a los que por algún problema faltaban o llegaban tarde a laborar. ¡Él siempre abogó por ellos con los patrones!
Entonces el círculo de amigos creció y yo empecé a aprenderle en eso de ayudar a los compañeros. Varios siguieron el ejemplo y yo, no es por echármela de lado, siempre fui su mano derecha. Pero siempre hubo dos gentes que no soportaban que un indio patarrajada, al que sentían inferior por ser iletrado, gozara de la predilección del que siempre consideramos jefe o líder, y siempre hicieron mofa y brincaron y saltaron y no lograron su propósito de ponerlo en mal.
Hoy el jefe y yo ya no labramos el zurco, pero acudimos al llamado de la convivencia y esos dos arribistas siguen haciendo los malos comentarios, creyendo que con burlas pueden debilitar una gran amistad y lograr con ello la aceptación que no han logrado limpiamente a la buena; digo que son arribistas porque son de los que alaban y son capaces de adular a quienes consideran de mayor posición económica, mientras pisotean a quienes son sus iguales o, según su apreciación, inferiores.
Ellos se han perdido la maravillosa oportunidad de ser queridos, apreciados, de ser auténticos.
Seguiremos encontrándonos y reiremos recordando cuando todos enlodábamos los huaraches y compartíamos las labores y vaciábamos los morrales de tacos en las brasas, y luego al azar los tomábamos pa’ comer de todo, para compartir, pues.
¡Esos eran buenos tiempos! ¡No había envidias! ¿A poco no era mejor reír sin hacerlo de los dientes pa’ juera?
Pero bueno, eso es lo que le da sabor al caldo, no todos somos santos de la devoción de nadie, o somos aceptados o no.
Los dejo porque ya me dolió el dedo índice de tanto “escrebir’, y también pa’ dejar descansar este par de cabroncitos “arribistas” que seguirán enchinchando el tapeiste siempre que puedan, pero el día que me llenen el buchi de piedritas los voy a mandar, aunque no sea miércoles de ceniza, a tiznar a su madre.
Y en secreto se los digo, nomás no lo divulguen: ¡quiero más a mi burro que a este par de móndrigos arrastrados! Y que conste que Trémulo De la Cruz Lobato es amigo de los amigos, pero cuando hacen que se enmuine, es malo como la cuasia.