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Lo que hay detrás de la vergüenza

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Adán Echeverría

“…el poder de la Bestia de la vergüenza no puede ser contenido mucho tiempo

en un solo marco de carne y sangre, porque crece, se alimenta y se hincha,

hasta que su recipiente estalla” – Salman Rushdie

 

Vergüenza es una novela de Salman Rushdie (escritor indio-británico nacido en Bombay en 1947) publicada en 1983. En ella, el escritor reúne la vida de tres familias que en diversos momentos toman el poder/gobierno de Pakistán o viven cercanos a él. “Sabido es que el término Pakistán, un acrónimo, fue ideado originalmente en Inglaterra por un grupo de intelectuales musulmanes. P por los punjabi, A por los afganos, K por los cachemiros (kashmirs), S por Sind y el ‘tan’, según dicen, por el Beluchistán”, señala Rushdie dentro de la obra.

Sin embargo, al leer la novela uno cae en cuenta de la similitud que tiene con todos los países que con el tiempo se han ido liberando del colonialismo europeo, para caer ante gobiernos que al ostentar el poder lo único que han perseguido es obtener riquezas, países de África, de América Latina, regiones de Asia, la Europa oriental.

Si hacemos a un lado la violencia, los arrebatos, el machismo, los fanatismos religiosos, podemos observar el punto central de la narración.

Sufiya Zinobia, el milagro que salió mal, “era el bebé más pequeño que nadie había visto jamás”, con el tiempo la denominaron Vergüenza, la idiota cuyo cuerpo crecía más rápido que su mente (algo limpio en un mundo sucio, comenta el narrador), todo debido a la encefalitis. Siendo bebé, era capaz de quemarle las manos a quienes le tocaban la piel, se “sonrojaba” y hacía que todo ardiera, la temperatura en su piel aumentaba a tal grado que hacía hervir el agua cuando la bañaban. Sus padres, avergonzados de ella, decidieron tener otro hijo y abandonarla al cuidado de la ayah. “Su madre le decía a los parientes congregados: ‘Lo hace para llamar la atención. Ay, no saben lo que es esto, el jaleo, la angustia, ¿y para qué? Para nada.’ (…) Los idiotas pueden darse cuenta de esas cosas.”

La chica fue creciendo así, bajo el cuidado de su ayah, en el abandono de sus padres. Su madre, cada vez más avergonzada de su presencia, decide dedicarse a su segunda hija, consintiéndola en todo, al grado de que la hermanita se vuelve otro personaje que injuria y maltrata a Sufiya Zinobia. Su padre, luchando como el general que era, y buscando tomar el poder del país, hace oídos sordos: ha tenido dos hijas, ningún varón que perpetuara su sangre.

Rushdie nos cuenta cómo, desde la pequeña prisión de su mente de tres años en un cuerpo de niña de 12 años, se desata la furia al percatarse que su madre se sentía indispuesta por las aves domésticas que caminaban todo el día haciendo escándalo alrededor de su casa; la niña escapa de casa y castiga a las aves: “les había arrancado la cabeza y luego había hundido las manos en sus cuerpos para sacarle las entrañas por el cuello con sus manos diminutas e inermes.

Estas dos primeras escenas de violencia de la pequeña Sufiya Zinobia se presentan como metáfora de la opresión constante sobre las minorías, esas que son ofendidas todos los días por el racismo, el clasismo, la intolerancia.

Recientemente fuimos testigos del asesinato de George Floyd en los Estados Unidos; vimos por la televisión cómo la furia del oprimido fue creciendo para reclamar, para romperlo todo, para quemarlo todo. También lo hemos visto en la CDMX: luego de que publicaron las fotografías de una joven desollada en la prensa de nota roja, las mujeres salieron a romperlo todo.

¿Y qué esperaban?

Vivir sumido en la vergüenza, vivir soportando la opresión del poderoso, de los gobiernos sobre sus gobernados, no es más que abono para que todo termine por explotar. Esa es la gran metáfora que Rushdie nos presenta en esta obra a través de la violencia ejercida por Sufiya Zinobia, una niña que nació con encefalitis y que fue abandonada por todos, incluso por aquella nana que decía quererla y cuidarla.

Una niña, todo niño que desde el nacimiento es lastimado, abandonado, violentado, abusado, acusado siempre, al que se le dice todo el tiempo “no sirves para nada”, va creciendo gracias a su instinto de supervivencia, haciéndose bestia para sobrevivir, cargado de violencia, ajeno a la reflexión que jamás le fue enseñada. ¿Y pretenden que sean responsables de sus actos?

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