Editorial
Las lluvias en Yucatán, con su carga generosa de agua para los campos, para refrescar el ambiente, como también para preservar reservas para el futuro inmediato, han comenzado a traer sobre el Mayab su carga de gotas generosas sobre la calcárea superficie peninsular.
En los tiempos de los antepasados mayas, eran tiempos de alegría, sonrisas y felicidad cuando Chaac, el dios complaciente, hacía llegar al Mayab legendario su envío oportuno de la provisión suficiente para los humanos, pero también para la flora y la fauna de la región.
Es impensable vivir sin este líquido vital por el que se han definido límites geográficos en favor de los países con mantos acuíferos, ríos, lagos, etc.
Nuestra península carece de ríos caudalosos, pero cuenta con reservorios en el llamado manto freático, guardando recursos para dar continuidad a la vida peninsular, que con ello cuenta con abasto adecuado para su consumo humano, industrial o animal.
No padecemos, más que muy eventualmente, de períodos de sequías, indeseables porque es precisamente de las lluvias que nuestros campesinos dependen para lograr sus cosechas de alimentos básicos como el maíz y el frijol, ambos de consumo generalizado por la población peninsular.
Un poeta yucateco escribió versos para enaltecer en los que se decía más o menos: “Que bueno, ha llegado junio con sus luminosas tardes y los caminos se encienden con flores de flamboyanes.” Así es: aún en el inicio del otoño en los caminos viste de colores los campos de Yucatán con sus flores silvestres.
Afortunados nosotros que recibimos las atenciones de Chaac como también del inframundo, que conserva las reservas acuíferas.
Las lluvias, en estos días de inicio del otoño, generan nostalgia como también nos traen paz al espíritu.
Nuestro Mayab legendario es uno de los más hermosos sitios de la tierra.
