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Lluvia de peces

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Nadie pudo haberlo prevenido, si somos honestos.

Mucha gente no supo nada, hasta mucho después de que todo ocurriera.  Los servicios meteorológicos no lo mostraban en sus mapas, porque técnicamente no era una nube. Al menos no lo parecía en un principio.

Todo comenzó con algunas historias de personas que habían sido testigos de lo que se llamaría posteriormente “una lluvia de peces”. Peces entre comillas. Era en definitiva algo peculiar, pero no lo suficiente como para atraer la suficiente atención, sobre todo sabiendo que ya existían explicaciones naturales para ese tipo de fenómenos, y había otras cosas en el mundo de las cuales preocuparse.

Empezó a atraer atención con un accidente.

Un trabajador que reparaba el techo de una casa cayó del segundo piso de la vivienda cuando un “pulpo” cayó encima de su cabeza, haciendo que perdiera el equilibrio. Un accidente peculiar que definitivamente valía la pena revisar, pero que sería olvidado con el tiempo y solo eventualmente sería traído de vuelta como una broma, por lo hilarante que resultó el suceso.

Todo cambió cuando un biólogo marino revisó el cuerpo del supuesto pulpo. Aunque el espécimen pertenecía a la clase de los cefalópodos, había algo más importante: debía de haber muerto hace más de 66 millones de años. El pulpo era en realidad una Belemnoidea, una clase de calamar prehistórico. El espécimen, aunque muerto, estaba bien preservado y enloqueció a la comunidad marina y arqueóloga, como era de esperarse.

No tardó mucho para que empezaran a surgir nuevos descubrimientos. Otro calamar similar con una concha resultó ser una Orthocerida de la era Paleozoica; un hombre hablaba conmocionado de un “ovni transparente” que había aterrizado en su patio, lo que resultó ser un espécimen de Rhizostomites lithographicus, una de las más antiguas medusas prehistóricas; unos niños avisaron a la policía que un “monstruo con antena” estaba recostado en la carretera cuando era en realidad un Lophiidae, del Eoceno medio.

Las decenas de avistamientos pronto se volvieron cientos; las autoridades crearon un sistema de comunicaciones para llamar en caso de encontrar uno de los especímenes. El evento fue lo suficientemente bizarro como para comentarlo por un poco más de un mes, tiempo más que suficiente para que quedara en la posteridad de la cultura regional.

Días después comenzaron los problemas.

Una nueva tormenta había llegado, pese a lo afirmado por los climatólogos. Una vez más, una nueva lluvia de habitantes oceánicos llegó con ella.

Esta vez hubo algo extraño.

Los nuevos peces eran bizarros. No en la forma en que alguien no educado en peces prehistóricos reaccionaría al ver un espécimen de la era Mesozoica y similares, sino en la forma en que un humano mira por primera vez algo que es ajeno cualquier cosa bajo el sol.

Se concluyó que los peces debían de prevenir de aguas contaminadas y que habían mutado debido a los desperdicios tóxicos. Una explicación tan buena como cualquiera. ¿De qué otra forma explicar los pulpos con más de diez tentáculos y sin ojos? ¿Los cangrejos con espinas por rostro, patas del tamaño de lanzas y tenazas que podían sujetar a un niño? ¿O las anguilas con una doble mandíbula retráctil e incluso una segunda cabeza dentro de ella?

Este nuevo descubrimiento no fue tan celebrado como el anterior. La mención de lo tóxico causó una conmoción mayor. Los especímenes fueron recuperados y los equipos de sanitización fueron despachados. Poco después se demostró que no había ninguna clase de toxicidad o radiación. Creció entonces la repulsión de la población hacia esas cosas.

Durante todo lo anterior, nunca dejó de llover; a pesar de no ser la temporada de lluvias, seguía cayendo un aguacero. Sin embargo, no había viento, y la temperatura del agua de lluvia era muy alta, casi hervía.

El contraste con el clima habitual afectó de forma significativa el día a día de muchas personas. Pese a eso, como suele suceder en este tipo de situaciones, se adaptaron, sin tomar en cuenta hechos preocupantes como que no había condiciones que pudieran generar una tormenta tropical en las imágenes satelitales, o que nunca se vio a las nubes cambiar de dirección ni una sola vez, o que el agua que caía no parecía hacerle ningún bien a las plantas y árboles de la ciudad sino, por el contrario, las estaba matando.

Los estudios no revelaron nada inusual: las nubes solo eran de cristales de hielo y el agua solo era…agua.

La ciudad no cayó presa del pánico, a pesar de lo extraño que todo resultaba. Los sucesos eran sobre todo inconvenientes, pero no lo suficientemente grandes como para hacer que la gente modificara sus actividades diarias. La vida continúo su curso en la ciudad.

Todo eso terminó cuando la primera ballena cayó del cielo.

Aterrizó encima del edificio de una universidad, matando a varios alumnos y maestros, dejando otros heridos. En contra de toda lógica, la gruesa piel del cetáceo fue lo suficientemente fuerte como para abrirse paso a través de los muros de concreto de la construcción. La tragedia fue tan grande que por poco hizo que la gente no prestara atención a las extrañas formaciones en la ballena: la aleta diagonal como de dragón que tenía en su espalda, y las varias lapas y percebes con ojos que se sujetaban de sus costados.

La lluvia no dejó de caer en ningún momento.

La población empezó a desesperarse. Las autoridades no pudieron atender la nueva oleada de pánico ya que estaban ocupados en los pormenores de la ballena muerta: el costo, materia y mano de obra para moverlo, la peste que provendría del cuerpo si se quedaba mucho tiempo expuesto a los elementos, las posibles enfermedades que traería.

Todas esas preocupaciones desaparecieron de la atención de las autoridades cuando la segunda ballena cayó. Y la tercera. Y la cuarta.

“Ballena” fue el término que la gente empezó a utilizar para todas las creaturas gigantes que aterrizaron en la ciudad desde ese día. Intentar categorizarlas fue inútil: todas discrepaban en forma y apariencia. Cosas que parecían cachalotes, orcas, calamares gigantes, mantarrayas enormes y hasta serpientes marinas llovieron por toda la ciudad.

El pandemonio creado por un temblor era lo más cercano a lo que se estaba viviendo, pero con cadáveres de titanes acuáticos entre las ruinas.

Cuando los cadáveres reventaron, la verdadera diversión comenzó.

Los que no murieron durante la explosión de tripas, debido a la rociada de ácido estomacal que derretía la piel, y los huesos astillados que empalaban, fueron testigos de su llegada.

La gente siempre ha visto a las sirenas, tritones y seres similares como “humanos que pueden vivir en el agua”, cuando la verdad es que ellos son más parecidos a los habitantes de las profundidades que a nosotros.

Con la expansión de los seres terrestres a través de los mares con sus barcos y navíos, estos seres se escondieron en las profundidades abismales de los océanos. Ahí, como los humanos, se adaptaron para sobrevivir, convirtiéndose en carroñeros de animales más grandes, viviendo dentro de sus cuerpos como huéspedes no invitados. Alimentándose. Cambiando.

Nunca sabremos de dónde vinieron las nubes. Nunca sabremos porqué sucedió lo que sucedió.

Lo que sí sabemos es que ese día, cuando los habitantes de las profundidades salieron de los cuerpos mutilados de las ballenas, cual parásitos que dejan el cuerpo de sus huéspedes, la gente nunca volvió más a su vida de todos los días.

No hay mucho más que decir.

Desde aquí los escucho marchando. He visto que usan las partes de los cadáveres que encuentran como armas, tocando sus trompetas hechas de conchas, cabalgando encima de sus monturas crustáceas, llevándose a las mujeres para dar luz a una nueva generación de guerreros mientas cantan a dioses con nombres como Leviatán, Behemoth, Hidra y Dagon.

Se pensaría que tendrían problemas para respirar, pero parece que la lluvia les ayuda a continuar.

Por cierto, la lluvia no ha parado.

Y parece que nunca lo hará.

HUGO PAT

yorickjoker@gmail.com

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