JORGE PACHECO ZAVALA
El escritor es un ser de extrañas costumbres. Habita en atmósferas que a simple vista parecen caóticas, sin embargo no para él, experimentado en el acto versátil de moverse entre ruinas de manuscritos, entre multitud de libros añejos de consulta, entre el polvo y las palabras que parecen suspendidas en el aire.
En los tiempos modernos, la tecnología puede hacernos olvidar el tedioso trabajo de acumular, ordenar, categorizar y encontrar textos, escritos, artículos de revistas o libros para consulta mientras escribimos. No todos logramos habituarnos a leer en digital, por tanto, estamos condenados de una u otra forma a seguir con nuestra rudimentaria tradición polvosa y laboriosa: navegar entre las aguas de lo tangible.
En dos ocasiones entrevisté al ilustre Paco Ignacio Taibo I (México-España, 1924-2008), el papá de los Taibo. Su mesa de trabajo en el periódico El Universal era un caos ordenado porque de manera jerárquica tenía dispuesto todo lo que iba a requerir de manera inmediata. Su escritorio estaba dispuesto de manera que el creador del Gato culto (caricatura de un gato culto e irreverente) pudiese sentirse cómodo a la hora de echar a caminar el andamiaje creativo.
Daniel Sada (Mexicali, Baja California, 1953-2011) nunca se escondió para escribir o pretender ser inaccesible pues su mesa de trabajo, ubicada en una esquina de la sala de su casa en la Condesa, siempre estaba al alcance de cualquiera. En esa mesa, siempre los libros indispensables, a saber de primera mano –fue mi maestro por cinco años–: La divina comedia y El quijote de la mancha. “No necesito más pero prefiero, siempre que se pueda, escribir de mañana,” me dijo un día mientras charlábamos de rituales de escritura.
Ahora bien, el escritor borda sobre nubes intangibles la historia que el lector habrá de descubrir, dentro de la cual habitará por breve tiempo. En algunos casos, la historia lo habitará a él, y con el paso del tiempo ambos se fundirán inexplicablemente. Pero el autor requiere de cierto temple para encontrar su propio eje creativo, su propio ritmo, su propio sonido, que en suma es estilo, voz inconfundible.
Esto es orden.
En el escritor existe por antonomasia un sentido de orden interno que supera en peso específico el desorden que puede aparentar un escritorio o mesa de trabajo. Uno aprende a navegar en el mar de libros y notas que va acumulando para un proyecto específico. Siempre me ha parecido que la labor artesanal del escritor dedicado y cuidadoso es parecida a la labor de la golondrina durante la construcción de su nido: mientras el ave acumula todos sus recursos, nada parece tener ni pies ni cabeza, pero el resultado final es similar a una obra maestra de ingeniería.
El escritor trabaja con el orden desde el mismo momento en que concibe una idea. El primer germen es la oportunidad para comprobar si será capaz de poner en funcionamiento toda la logística que le ha sido entregada. Una idea es un mundo de posibilidades. Una idea es un mar de alternativas poéticas y alegóricas. Una idea no tiene límites, excepto los que el autor le vaya imprimiendo. Amordazar una idea es ahogarla, asfixiarla, dejarla en la sala de espera mientras otras cosas “más importantes” la van sepultando poco a poco.
Lo que para unos es desorden, para otros es orden. Donde unos encuentran una gran historia, otros encuentran solo trazos imperceptibles, residuos incompletos de algo que se prefigura como ambiguo. No hay malas historias, hay historias mal contadas…
Escribir apela a un orden en medio del caos. La vida es caótica, pero el que escribe dispone enfáticamente y de manera ordenada su propio mundo creado, su propia cosmovisión. Por ello quizá el escritor argentino Jorge Luis Borges dijo: “Cuando uno escribe, el lector es uno”. Es entonces que comenzamos a entender este artificio que es la escritura, donde los eventos son realidades suspendidas en un mundo interiorizado, un mundo en el que quizá la propia condición caótica y terrible de la vida nos termina acorralando.
Tal vez sea cierto lo que dijo alguna vez el escritor y director norteamericano de cine Paul Auster: “Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad”.
Una, probablemente, en que sí exista el orden…