Cuando Levon Helm falleció en abril del 2012, de cáncer, me sucedió lo mismo que ahora que lo recuerdo al escribir estas líneas: mis pupilas se humedecen, y mi corazón pesa un poco más. A Levon – al igual que a Richard Manuel, a Rick Danko, a Garth Hudson y a Robbie Robertson – los consideraba viejos, muy viejos amigos míos, en virtud de haberlos conocido casi 40 años antes, al asistir a una función al Cine Cantarell una inolvidable tarde, y atestiguar su magnificencia artística reflejada en “The Last Waltz”, filme de Martin Scorsese de 1978, cuando apenas contaba con 14 años de edad. The Band¸ que así se hacían llamar, fue uno de esos grupos cuya música admiré durante muchos años, incluso antes de que pudiera hacerme de sus primeros discos, varios años después.
Ahora, en el cuarto aniversario de su partida, acabo de finalizar la lectura de su autobiografía (la que originalmente publicó en el 1993, pero que lleva ya al menos dos revisiones/ediciones adicionales, una en el 2002, y otra en el 2013), y he conocido, a través de sus palabras, un poco más acerca de estos compañeros que se separaron un poco porque uno de ellos ya no deseaba continuar, y otro poco porque la hermandad que formaron en sus inicios fue siendo carcomida por los compromisos económicos adquiridos con las disqueras, y porque eran humanos y, como tales, les alcanzó la entropía del vertiginoso ritmo al que vivieron.
Levon nació como Lavon Mark Helm en Arkansas, y su libro comienza rememorando aquella aciaga mañana de 1986 en un motel en Winter Park, Florida, cuando su muy querido amigo Richard Manuel, que apenas contaba con 42 años, decidió quitarse la vida – por razones que solo él supo, en medio de una gira que efectuaba con sus compañeros de The Band sin Robbie –. Levon nos narra entonces su historia desde su nacimiento en 1940, siendo “aguador” a los siete años en las faenas de cosecha y pizca de algodón a las que su familia se dedicaba – su abuelo y su familia eran antiesclavistas –, para platicarnos del medio ambiente musical en el que creció hasta que, a los 18 años, decidió que se dedicaría a las giras y a la música de tiempo completo, embarcándose entonces con Ronnie Hawkins and The Hawks.
A la banda de Ronnie fueron integrándose, en este orden, Robbie – un canadiense de ascendencia india – y luego Rick, Richard, y finalmente Garth, todos ellos canadienses, excepto Levon. En sus inicios musicales, Levon aprendió a tocar la mandolina y luego se convirtió en baterista para The Hawks en un plazo de unas semanas, en medio de una gira por tierras canadienses en donde Ronnie y su grupo eran prácticamente dioses, arropados por el rockabilly que tanto gustaba. Similar sucedió con la incorporación y rol de Rick: no sabía tocar el bajo y Ronnie le dijo que aprendiera antes de que salieran de gira; resulta que Richard también tocaba la batería y, a juzgar por la admiración que causó en Levon, no lo hacía nada mal, aunque Richard siempre será recordado detrás del piano y como un cantante cuya tesitura vocal y sensibilidad lo hacían especial, mientras que el “profesor” Garth, el único con una verdadera formación musical clásica, se encargaba de instrumentos de aliento y de los teclados.
Ronnie se casó y se dedicó por un tiempo a su familia, además de que los muchachos estaban cansados de su tiránico modo de administración por lo que lo dejaron y, después de algunos ajustes con entradas y salidas de integrantes, la banda se convirtió en “Levon and the Hawks”, y posteriormente en una agrupación de estudio, razón por la cual fueron recomendados a Bob Dylan justo en el momento en que el artista americano deseaba dejar de ser tan solo un cantante “folk”.
El título del libro proviene de una canción escrita por Bob Dylan y Rick Danko que apareció en el primer álbum de The Band – llamado Music from Big Pink –, disco que fue recibido y loado por los expertos y por el público, al salir a la venta en 1968.
De la mano de Levon apreciamos el contorno musical y social de Estados Unidos en la década de los 60, de sus éxitos y de los músicos que conocieron, muchos de los cuales son leyendas en el panteón musical del blues y del rock. The Band, a pesar de estar compuesta por músicos de excelente talla y singular maestría y armonía vocal, tuvo que soportar todo tipo de desplantes de los puristas fans de Dylan, que los abucheaban y agobiaban con todo tipo de imprecaciones e insultos cuando les tocaba el turno de interpretar junto al sempiterno ídolo de Duluth, Minnesota. Esto Levon lo soportó únicamente durante tres meses, optando por dejar al grupo y huir a “refugiarse” a una plataforma petrolera en el Golfo de México; la fuerza de los elementos se encargó de bajarlo de la plataforma y de devolverlo a Arkansas, mientras los otros muchachos seguían recibiendo candela con Dylan y, al mismo tiempo, fogueándose musicalmente hasta que, en 1967, lo llamaron de regreso con lo que el cielo se abrió nuevamente para Levon, al tener que suspender sus actividades Bob después de accidentarse en su motocicleta.
Con lo que The Band aprendió con Dylan, y con el renovado entusiasmo de Levon, se encerraron en una casa que rentaron – Big Pink, en el estado de Nueva York – y entonces decidieron que ya estaban lo suficiente maduros como para intentar despegar por sus propios méritos. No estaban equivocados, y el éxito les sonrió por todo el mundo (les invito a buscar en youtube la cantidad de videos de sus presentaciones en ese período del siglo pasado, del 68 al 76), hasta que Robbie – quien asumió el liderazgo del grupo ante la ausencia de Levon – anunció a todos que estaba cansado de esa vida y que él ya no seguiría con el grupo por lo que mejor sería deshacerla, algo con lo que el resto del grupo no estaba de acuerdo, eventos que desembocaron en su última presentación, filmada por Scorsese, que algunos han llamado “la mejor película musical de todos los tiempos”: The Last Waltz.
La historia, relatada en primera persona, resulta ser un muy elocuente registro en el que se incluyen los excesos de aquellos días (drogas, alcohol, mujeres, autos, etc.), sin dejar por un segundo de registrar detalles musicales de los artistas de esos días, músicos que llenaban de admiración a Levon y con los que todos ellos se involucraron, creando una hermandad que no creo haya sido superada hasta ahora y entre los cuales podemos contar a Eric Clapton (¡quien deshizo Cream para poder estar disponible para The Band!), Dylan, Dr. John, Muddy Waters, Sonny Boy Williamson, Ron Wood, Ringo Starr, Neil Young, Paul Butterfield, Van Morrison y otros gigantes. Si bien pareciera un panorama muy afable y bohemio, Levon reconoce que ese estilo de vida hizo que muchos de ellos fallecieran demasiado jóvenes pero que, hasta el último momento, todos fueron músicos que vivían para su arte, sin egoísmos, profesionales en todo el sentido de la palabra.
De manera particular, Levon nos habla de sus compañeros en The Band, describiéndolos con todos sus méritos y sus demonios, sus hermanos de sangre hasta el último momento. Detalles divertidos y dolorosos, anécdotas familiares y de sus viajes, la evolución tanto musical como personal de cada uno de ellos, todo es palpable en sus palabras, recreado con detalles. Atestiguamos la ola que los elevó, y la que los derribó finalmente, entre envidias y celos fraternales de los que nunca se dignaron hablar abiertamente entre ellos, sin que productores o abogados se metieran. Richard Manuel ocupa un lugar muy predominante en su memoria y en sus palabras, presentándolo como un verdadero genio con un sino fatal y una vocación para la auto destrucción; sin embargo, jamás se imaginó que fuera a terminar de la manera en que lo hizo. Todos ellos se cubrían las espaldas, era un acuerdo que habían jurado en sus inicios: todos se protegían, unos a otros.
This Wheel’s On Fire es el testamento de un gran músico, piedra angular en la que fue posiblemente la mejor banda en América del Norte en el siglo pasado, considerada por algunos como de la misma estatura de The Beatles en cuanto a su originalidad y armonía; es la despedida de este mundo de alguien a quien considero un muy querido amigo, que se ha ido a acompañar a Rick y a Richard (únicamente Garth y Robbie sobreviven), pero que siempre vivirán a través de su música, su legado, lo mejor de ellos.
Gerardo Saviola