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Literatos de Matamoros, Tamaulipas, México (IV)

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Eva Rodríguez Martínez. Matamoros, Tam. 1971. Psicóloga. Participa en la antología “El Tiempo No Es Olvido”. Participa Con El Taller Literario Del Instituto Regional De Bellas Artes De Matamoros.

 

Poemas de Eva Rodríguez

Cicatrices

Él se ausentó.

Antes de alejarse, tomó mi mano, colocó un obsequio –un pañuelo blanco–, me miró y dijo: “Contiene lo más preciado para mí; cuídalo como si fuera él iris de tus ojos, cuídalo de la mano hurtadora, semejante a la hormiga en verano.”

Fue reflejo de consagración lo que aquella envoltura significaba. Me concentré en guardarlo en el lugar más seguro. Conmigo. Se convirtió en mi primer aliento consciente y mi dulce descanso. Como si la ausencia dijera: Estoy más cerca de lo que imaginas, y el silencio fuera el más sagrado acercamiento de palabras que no se dicen, pero…

Decidí desenvolver el pañuelo blanco y mis ojos se asombraron.

¡Era lo más importante para él! Eran los fragmentos de su corazón, por el cual yo respiraba. Al buscar el mío, me di cuenta que él lo tenía.

Se podía ver su lento latido: aún tenía vida. Cada fragmento lo reconstruí. Fue finamente tallado y sólo se podían ver cicatrices.

 

Aguja

Sonoro cántico que no se pierde en el arrebolar de las aves

o el gris de las nubes apresuradas.

Inspiración para plasmar los colores en el tatuaje

de fina textura; diferentes flores, relieves y

experimentar el arte de hilvanar.

Entretejí coherencia y admiración.

 

Cautelosa, protejo mis dedos, mientras

el paisaje toma el brillo del atardecer.

Con la rapidez del pedal la aguja lleva

a otra dimensión su talle y su poder punzante,

semejante al dolor del aguijón.

 

El mundo del zigzag mide el contorno,

bastilla, remaches, botones, pinzas;

una obra de arte en el delicado textil,

la blusa en combinaciones azul y blanco,

colores dispuestos difíciles de unir,

privilegio de originalidad,

que solo se admiran.

 

Cárcel

Rejas oxidadas a diestra y siniestra,

la fallida decisión.

Un silencio sin luna,

solo abrir la puerta que un día fue sellada.

Pánico nocturno era la solapa, los ojos de las

hienas velaban los movimientos.

Cae lentamente

en el sueño que se esfuma al alba acompañado

del voceo y los trastazos de los fierros retorcidos.

Ojos en la espalda, una trenza en plena calvicie,

la astucia del corazón aislado.

Dolor que cambia,

ausencia

donde la humedad acariciaba el cuerpo,

lo más parecido a la entrega voluntaria.

La agonía la sostiene diez grados bajo cero.

Sentencia cumplida, jamás en el suplicio y llanto,

el cuerpo sanó en la indiferencia del día.

La noche de recuerdos que emergieron insaciables.

Cuando las lágrimas aparecieron, el oxígeno careció

dejando certeza y verdad. Las puertas se abrieron de par en par.

El ser permitió al sol una caricia que niveló la glucosa.

Y la cárcel reveló cómo vivir un minuto cada vez.

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