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Letras
Jorge Pacheco Zavala
He decidido contar esta historia porque me parece necesario que quienes me conocen sepan las razones de mi aparente ausencia. Es probable que se hayan preguntado al menos una vez el porqué de mi prolongado silencio; hay, pues, aquí una justificación que pretende ofrecer una respuesta a casi todas las interrogantes posibles.
He sido siempre, desde que tengo la razón en uso, una persona cuyos sueños son lo que llamamos pesadillas. En ellas, al interior de esos mundos, la misma pesadilla se repite una y otra vez hasta el cansancio. Me he sometido a terapias de diferentes enfoques sin resultado alguno. He visitado a médiums y espiritistas para entender lo que sucede, sin encontrar hasta ahora una respuesta clara y convincente. Todos estos meses de búsqueda me han desgastado. He llegado al límite de mis fuerzas y, como si de un barco a la deriva se tratara, he decidido dejarme arrastrar por la corriente.
En mi recurrente pesadilla, me veo llegar a un sitio deshabitado. Al caminar unos cuantos metros, encuentro frente a mí una línea divisoria de mampostería; sobre ella, de frente, un letrero anuncia: LÍMITE. Cuando intento acercarme al muro de media altura para mirar lo que hay del otro lado, una oscuridad profunda parece atraerme, como si de un imán gigantesco se tratara. Esta presencia es como una fuerza invisible, es un mundo oculto que solo percibo en la piel y que me hace al instante salir del sueño con un sobresalto. En las últimas pesadillas, un elemento del lado de la oscuridad se ha agregado, aunque por ahora es indefinido. Es una especia de animal salvaje que se mueve entre las tinieblas, los árboles y el follaje. Su respiración agitada se escucha aun a la distancia, una especie de rugido ahogado parece surgir de la profundidad de lo que supongo es un bosque desolado. Aún no me explico por qué todo este tiempo el mismo sueño, la misma pesadilla, siempre sucede de noche, no hay registro en mi memoria de que tal suceso onírico haya ocurrido en el día.
Para poder entender los últimos acontecimientos, es necesario contextualizar un poco.
Todos los días regreso de mi trabajo después de las diez de la noche. El transporte que me lleva de regreso hace media hora de trayecto hasta llegar a dos calles de mi domicilio. Siempre llego exhausto. Tal vez por eso caigo rendido directamente al mundo de los sueños, ¿o al mundo de las pesadillas, debiera decir?
Sin embargo, una de esas noches, la última por cierto, la salida del trabajo se prolongó más allá de las diez. Cuando llegué a la parada del camión me di cuenta que estaba por abordar la última tirada del día. Eran las once con cuarenta y cinco minutos cuando abordé. Miré que solo había dos pasajeros, ambos con sus ojos cerrados y totalmente ausentes de la realidad. Hice lo mismo en el asiento final. Apenas me senté, el sueño se apoderó de mí.
Ahora, sumergido en este descanso, mientras la pesadilla parece comenzar a tomar forma de nuevo, me puedo ver sentado en ese último asiento. La cabeza recargada en el cristal izquierdo, los brazos sueltos como sin vida, y la respiración aliviada, casi inexistente, dan la impresión de una ausencia premonitoria. Pero me veo desde afuera, es otra versión del yo dormido ahora con la respiración agitada, la piel blanquecina y la frente perlada de sudor. Soy yo mismo desde otra perspectiva, siendo testigo inútil del sufrimiento de un yo con el que parece no haber nada en común. Me veo revolverme en el asiento, inquietas las manos e inquietas las piernas; puedo además asomarme al otro mundo, al mundo oscuro de aquel bosque. Al hacerlo, te vi, o no sé si decir que me vi cruzar el límite de mampostería, me vi saltar al otro lado y me vi también perderme en las tinieblas de aquel sitio inexistente en la realidad.
De pronto, imaginé que bajaba del autobús; imaginé también que al bajar me encontraba en un sitio ajeno al conocido, distinto al lugar donde siempre bajaba para caminar hacia la casa. Me vi extraviado entre calles y calles que al final desembocaban en una vereda angosta; al desembocar, una mampostería de mediana altura me impedía el paso y un letrero pintado sin ninguna gracia decía: «No pase, este es el LÍMITE.»
He decidido contar esta historia antes de que pierda la capacidad de pensar y razonar. La he escrito desde este sitio olvidado y lejano; desde este paraje lejano y lleno de silencios que nada significan; desde este olvido involuntario al que me tiene sometido mi propia historia. Si alguien puede interpretar estas palabras ahogadas y sin sentido es él, mi otro yo que observa, quien permanece aún a la distancia, observando, esperando la hora en que vuelva a ser quien era antes…
Muy buen relato, atrapante y vívido. Se adivina una oscuridad en el personaje que lo hace misterioso e inquietante. Felicidades.
Me capturó desde el principio. Y disfrute la lectura. El final me gusto porque yo también estoy trabajando en entender que en mi cuerpo vivo yo con otro inquilino que no para de hablar. Hacerlo callar y tomar el control no es tarea fácil.
Muchas gracias por compartir