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Levantando de nuevo el vuelo

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Lupita no sabía qué hacer para conseguir dinero. Necesitaba comprar alimentos para sus tres hijos. Su esposo era albañil y había muerto en un accidente laboral, no tenía seguro, y el poco dinero que le dieron lo gastó en el velorio y el entierro.

No le quedó más remedio que buscar empleo, sin éxito. Sin familiares cercanos que quisieran ayudarla –se complicaba al ser sus hijos todavía niños–, comenzó a vender comida los fines de semana. No ganaba lo suficiente.

Una noche, tras dormir a sus hijos, salió al patio a llorar en silencio, tratando de entender por qué de pronto el destino se empeñaba en hacerle la vida imposible.

Recordó a Gabriel, su amado esposo, que como jefe de albañiles había logrado brindarle un hogar a ella y sus hijos, un lugar modesto, pero confortable; era un hombre trabajador que nunca decía no a ningún contrato, aunque eso implicara pasar tiempo fuera cuando surgían obras en otros estados.

Vino a su mente la vez que llegó, después de casi 3 meses en la capital, con regalos para los suyos. Fue cuando le trajo aquel coqueto vestido rosa que era más corto de los que ella usaba cotidianamente, pero que la hacía sentir sexy cuando se lo ponía para ir a bailar con su orgulloso marido. Ahora ninguno de los dos estaba: tras la muerte de Gabo, el vestido fue malvendido.

Una vez Gabo había comprado varios juguetes para sus niños y una caja llena de revistas antiguas que consiguió de remate en un mercado de pulgas. Ese era su entretenimiento: leer revistas de todo tipo, principalmente de artistas del cine y la televisión. Ahora se había visto obligada a rematar casi todas las que él coleccionó; había que comprar pan y leche.

Observó desde la ventana del último cuarto a sus tres pequeños que dormían plácidamente. No tenía más que 20 pesos en la bolsa, un único billete mojado con sus lágrimas. La impotencia era latente. Golpeaba sus sienes cada vez con mayor ritmo.

Entonces recordó que en alguna ocasión encontró algún billete dentro de una revista, un método que Gabriel solía utilizar para no perder el hilo de la lectura.

Con la esperanza de hallar alguno, revisó las dos únicas cajas que restaban de su colección de revistas. Con desaliento, comprobó que no había billete alguno en ninguna de ellas.

Entonces se percató que en el fondo había un antiguo álbum de fotos. Estaba en perfecto estado, pues Gabo lo había protegido envolviéndolo con una bolsa de plástico.

Las fotos eran de Carapino, el famoso comediante nacional, considerado una institución del humor en el país. Eran fotos familiares, de fiestas de cumpleaños de sus hijos, de su esposa, de él mismo en poses chistosas, pero también había varias de sus espectáculos en los teatros más famosos. También de vacaciones en varias partes del mundo. Resaltaba su autógrafo plasmado en la primera página. Seguro podría obtener un buen dinero por el álbum. La esperanza aleteó en su corazón, presta a levantar vuelo.

El álbum que Gabo compró en aquel mercado de pulgas resultó ser un tesoro que logró darle un fuerte respiro por un buen tiempo.

Gracias a ese regalo inesperado pudo retomar vuelo con sus hijos para seguir el largo y sinuoso camino, con determinación absoluta, en la búsqueda de la tranquilidad.

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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