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Lecciones de resiliencia en Borges

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“Mis amigos no tienen cara,

las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,

las esquinas pueden ser otras,

no hay letras en las páginas de los libros…”

Elogio de la sombra – J. L. Borges

Aída López Sosa

     Corría el año de 1955 cuando el gobierno de la Revolución Liberadora nombró a Jorge Luis Borges como Director de la Biblioteca Nacional en su natal Buenos Aires. El hecho lo retornó a la calle México del barrio Monserrat, del cual guardaba recuerdos de su infancia. Su padre en las noches, al llegar de la universidad, lo acompañaba a pedir libros para impartir su cátedra de psicología. El niño hacía lo mismo con un volumen de la Enciclopedia Británica con el que se regocijaba leyendo a los druidas, los rusos y a Dryden “Un regalo de las letras dr”.

     La ironía del nombramiento fue que se estaba quedando ciego paulatinamente desde hacía cinco décadas; había perdido la visión total de un ojo y parcial del otro. Aún distinguía el verde, el azul y el amarillo, ya no el blanco, el rojo y el negro. Sin embargo, decía que vivía en un mundo de colores, no en la oscuridad de los ciegos como se suele creer, a pesar de que apenas podía reconocer las carátulas de los libros.

     El color amarillo le fue fiel más años que los otros. Debido a ello escribió el poema “El oro de los tigres”, recordando su niñez cuando iba al zoológico de Palermo con su hermana y se quedaba largo tiempo observando las jaulas de los tigres y los leopardos. “Hasta la hora del ocaso amarillo/cuántas veces habré mirado/al poderoso tigre de Bengala/ir y venir por el predestinado camino/detrás de los barrotes de hierro/sin sospechar que eran su cárcel/…”

     Ante la pérdida del mundo de las apariencias, decidió crear lo que sigue del mundo visible. Entonces recordó los libros que tenía en casa de sus cátedras en Literatura Inglesa y se dedicó a difundir el amor por mencionado género a niñas que habían aprobado el examen, les enseñaría el idioma inglés y de sus autores tan poco conocidos en esa lengua, “ahora que estamos libres de la frivolidad de los exámenes; vamos a empezar por los orígenes”. Comenzarían con Anglo-Saxon Reader de Sweet y la Crónica Anglosajona, ambas con glosario.

     La ceguera fue motivación para que su estancia en la dirección de la biblioteca fuera provechosa -nunca tediosa-, y profundizara con las jóvenes interesadas. Su capacidad para superar la adversidad lo acompañó los siguientes treinta años que vivió en la oscuridad, recuperando el otro mundo de lejanas tribus que conquistaron “Enga-land”, la tierra de anglos: Inglaterra. “Tengo la cabeza llena de versos elegiacos, épicos y anglosajones,” suscribiendo que la poesía es ante todo música.

     Para Borges las palabras resaltaban como un talismán, a eso atribuía que los versos en idioma extranjero tuvieran un prestigio que no tienen en el idioma propio. El amarillo, decía, suena débil en español, aunque en el español antiguo se decía amariello, más parecido al yellow del inglés. Cosa distinta sucede con el escarlata que tanto en alemán, inglés, español y francés, conservan su fuerza y su belleza.

      Borges no permitió que la ceguera lo acobardara, se disciplinó y dictó treinta poemas para tener un libro por año. No fue una desdicha, sino un modo de vida. Encontró ventajas a su condición, la sombra lo dotó de dones y así concibió su libro: “Elogio de la sombra” (1969), cuyo poema intitula la obra: “La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)/puede ser el tiempo de nuestra dicha. /El animal ha muerto o casi muerto/Quedan el hombre y su alma. /Vivo entre formas luminosas y vagas/que no son aún la tiniebla/…”

     Estando totalmente ciego, emprendió dos obras: “Historia de Moscovia” e “Historia de Inglaterra”, ambas inconclusas, así como un poema de largo aliento “El paraíso perdido”, con el bíblico Adán como protagonista. Había perdido tantas cosas, decía, que no podría contarlas; el amarillo, el negro, los colores pensados desde su ceguera. Porque “No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”. El tiempo no se puede comprar y por eso el pasado es tan valorado en la adultez, cuando tomamos conciencia de nuestra fragilidad. “Al atardecer las cosas más cercanas ya se alejan de nuestros ojos, así como el mundo visible se ha alejado de mis ojos…”.

     Borges murió pensando que todo lo que al ser humano le ocurre es un instrumento y tiene una finalidad, esta debe ser la fortaleza de todo hombre y mucho más para el artista. Hasta los peores momentos son arcilla, material para su arte. Hay que rememorar que el alimento antiguo de los héroes fue la desdicha, la humillación y la discordia. Hay que transmutar las circunstancias miserables en cosas eternas. “El ciego se siente rodeado por el cariño de todos. La gente siempre siente buena voluntad para un ciego.”

     Jorge Luis Borges murió en 1986 a los 86 años, lleno de sabiduría, resiliente, cuando esa palabra no figuraba en la jerga habitual con la que ahora se entusiasman los coaches. Para el poeta no fue un término, sino un ejercicio de vida que lo dignificó y elevó entre los grandes de la literatura. Borges nos dejó enseñanzas apreciadas por los estudiosos y los lectores, pero Borges es mucho más grande que todo lo que nos heredó en el género: es un gigante de la vida de quien todos tenemos algo qué aprender. Mi deseo es que todos lo aprehendamos.

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