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Las voces del bosque

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Poesía

Luis Rosado Vega

 

II

 

Luego los bosques se agitaron

y su pentagrama sonante

irrumpió en múltiples acentos

que en vuelo rítmico se alzaron

hacia la atmósfera brillante

sobre las alas de los vientos.

 

 

Y era el vibrar de varias pautas

como una orquesta misteriosa

de arpegios dulces y errabundos;

y era el gemido de las flautas

y era la música armoniosa

de los violines gemebundos.

 

 

Y eran las voces que amenazan,

era el colérico reproche

de las tormentas irritadas,

cuando los rayos despedazan

la piel morena de la noche

con sus flamígeras espadas.

 

 

Y así exclamaban los ramajes:

cuando la racha áspera y loca

nos bate intrépida y bravía,

nosotros somos los cordajes

de la gran lira donde toca

la tempestad su sinfonía.

 

 

Grito de cólera que lleva

hacia los tétricos nublados

nuestros clamores de combate,

himno solemne que se eleva

sobre los mares y los prados

mientras nos rompe y nos abate.

 

 

Mas cuando vienen con las blondas

decoraciones matinales

las mansas brisas del estío,

hay en el seno de las frondas

dulces acentos orquestales

y suspirante murmurio.

 

 

Mas nunca hay tantas alegrías

en nuestras copas de esmeralda

y en la floresta y la pradera,

que cuando llega entre armonías

y entre alboradas nieve y gualda,

y ebria de luz, la primavera.

 

 

En el botón tornasolado

se inicia en pálidos albores;

y en virginales inocencias

en el cogollo satinado

que anuncia en tímidos verdores

imperativas opulencias.

 

 

Y el prado, el valle, las montañas

rompen en voces jubilosas

desperezándose si duermen,

al advertir en sus entrañas

las gestaciones misteriosas

del áureo polen y del germen.

 

 

Ser himno y diana en la espesura,

ser el clarín de las alturas,

guerras del viento cuando estalla

la tempestad; y en la bravura

de las tormentas agresivas

gritar con gritos de batalla.

 

 

Ser trova y ritmo si suspira

el blando Eolo en el ramaje,

ser un cantante florilegio

de raros poemas, y ser lira

que vibre dulce en el boscaje…

ser canto, y nota y ser arpegio.

 

 

Tal nuestra vida: tal el sino

y los impulsos interiores

de nuestras nobles existencias;

ser lujo y sombra del camino

y saber todos los clamores

y saber todas las cadencias.

 

 

El umbroso palacio de los bosques

se enderezó opulento;

como nerviosos brazos los ramajes

hacia el azul se levantaron trémulos;

las hojas satinadas y lucientes

palpitaron, fingiendo

convulsos corazones de esmeralda.

de juventud el bosque estaba ebrio,

y odorantes efluvios se esparcían

y matinal frescura de su seno.

 

Mérida, MCMIV.

 

El Mosaico. Revista Ilustrada. Mérida, año I, núm. 2, 10 de julio de 1904, pp. 9-10.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

 

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