Inicio Portada Las Multiplicadas Revelaciones

Las Multiplicadas Revelaciones

4
0

La Sublevación del Brujo Jacinto Canek

IV

LAS MULTIPLICADAS REVELACIONES

A través del periplo involuntario de los sueños, le fueron anunciadas ciertas revelaciones aguardadas durante muchas lunas: en una de esas exuberantes fantasías, el Corazón del Cielo lo convocaba a conducir a su pueblo a una agotadora Guerra Santa. Otras veces eran dioses menos omnipotentes como Ixchel La Fecundante o la Guacamaya-de-fuego-de-rostro-solar quienes también convergían en señalarle su responsabilidad. El Corazón del Cielo, cuya formidable estatura lo había deslumbrado, emergía siempre del ojo de una tempestad. Tuvo visiones conturbadoras de Kukulkán, Señor de la Guerra y de Yum-Kimil, Señor de la Muerte, que prometieron auxiliarlo en su cometido. Los sueños, despejados al comienzo, terminaban volviéndose un complicado peregrinar de imágenes imprecisas rubricadas por escenas de iracundos corcovados quienes parecían indicarle con metáforas grandilocuentes que todo debería comenzar para la Navidad. Esa generosa suma de delirios solía entreverarse con representaciones de alegorías del Evangelio como ciertas trepidantes escenas del Apocalipsis de San Juan. “Hubo, además de los sueños, otros signos reveladores: cavernosos truenos que estallaron por distintos rumbos de la provincia, diluvios, apresuradas manifestaciones de cometas deslumbrantes… Una madrugada Jacinto Canek resolvió, con la aquiescencia de los brujos, el retorno a la ciudad. Bullía en su cerebro la emoción de la fecha señalada para tomar la ciudadela: el esperado instante del gozoso ajusticiamiento de los blancos.

LOS CAMBIOS DE PIEL

Su dilatada ausencia lo ha transformado en un hombre extraño. Su trato íntimo con soledosos sacerdotes del arcano culto de la serpiente y el jaguar, su contacto con ásperos brujos chilames usufructuarios de pactos ultramundanos, le conceden, en principio, mágicas prebendas raramente disfrutadas por hombres de su edad. Los apetitos belicosos considerablemente incrementados durante su etapa conventual dan ahora acceso al reflexionado proceder de los iniciados. Practica los acertijos del lenguaje de Zuyua y las antiguas fórmulas mayas. Discurre ante los indios en metáforas apocalípticas. El gigantesco esfuerzo de sus arduas jornadas por los bosques, por la sierra, por la costa, descubierto al sol y a la lluvia, ha acabado también por corregir su apariencia.

Persiguiéndolo en incesantes revoloteos se han instituido las leyendas en su honor: Jacinto Canek, Serpiente Negra, brujo, mago, se ha cambiado de piel muchas veces. Los carpinteros mayas de la catedral juran haberlo visto, en suntuoso plumaje de águila, sobrevolar en círculos el cielo de la Plaza Mayor. Los cocheros viejos de las Casas Reales lo atisbaron, transmutado en tigre, merodeando la residencia del encomendero Argáiz una taciturna madrugada. Se elogian otras memorables metamorfosis: su nítida mutación en perro, en toro (o en un mefistofélico gato negro), en objetos inertes como paredes o trinchadores.

LA INÚTIL RUTINA DE LA PANADERÍA

Instalado de nueva cuenta en Santiago, regresa una tarde a la tahona ofreciéndole muchas disculpas al patrón: le jura que no volverá a escapar, le promete trabajar infatigablemente. Con recelo, el amo acepta sus ofrecimientos. Todavía bebe aguardiente y juega un poco a la malilla, pero cuida de no excederse, temeroso de amenguar sus poderes o descubrir sus planes. Atosigado por el tiempo, se pasa los días, después de su inútil rutina de la panadería, concertando con sus multiplicados seguidores aventuradas estrategias, y el papel que cada cual jugará en el desarrollo de la conflagración. Esos propósitos desorbitados han sido caudalosamente analizados en el interior de retretes malolientes, en caballerizas apestosas a orines de bridones españoles, en graneros, en oscuras tabernas alumbradas por fulgurantes tragos de pitarrilla, en apocadas chozas, en refrescados patios colindantes al mar…

LA FORMIDABLE ESTRATEGIA

Familiarizado de nuevo con la ciudad después de su prorrogada ausencia, anda por las calles parando a los quitrines para comunicar (o inquirir) alguna furtiva información a leales aurigas y semaneros. Se entrevista con criados y ayudas de cámara de las casas ricas para esbozar un atrevido proyecto o formular una proposición tan siniestra como ésta: En hora que acordaremos, vosotros, respetuosos criados de los encomenderos, procederéis a mezclar vidrio molido con los alimentos de vuestros amos. Junto a rescoldos de fogones y braseros invoca el auxilio de bastas cocineras a quienes recuerda muy seriamente su cometido patriótico de guisar la pitanza para los rebeldes en campaña. Frecuenta cocheras, porterías, se aventura por lejanas plantaciones agobiadas de mosquitos, por huertos solitarios donde, bajo la sombra opulenta de naranjos bíblicos, pronuncia homilías y sermones conturbadores. Muchas veces, para evitar el adverso toque de queda, se guarece con sus capitanes en bien surtidas bodegas en las que, más de una ocasión, lo sorprende el primer sol entre toneles y cuñetes, urdiendo, con agitada ecuanimidad, los hilos de aquella estrategia formidable destinada a dar fin a la abyecta hegemonía de los usurpadores.

Subordinado a una sudorosa parafernalia de hornos, palas, amasaderos y sacos de harina, agota Canek los candentes meses del verano de 1761. Cumple esa fatigosa ocupación cuando adviene la fiesta religiosa del pueblo de Quisteil. Decide arrogarse un descanso y aturdirse en la diversión popular. Le servirá, además, ese remoto lugar, para verificar qué tan lejos ha llegado su mensaje. Aprovechará esa jornada de placer para llevar escopetas y pólvora a esos distantes compañeros.

EL RECUENTO DE LAS TROPAS

Se da prisa por revisar sus efectivos. Reúne una tarde en una bodega de Santiago a quince hechiceros de acreditada fidelidad que compartirán con él la conducción de la lucha. Se dictaminan graves resoluciones: se confirma el día de la Navidad para romper las hostilidades. Despacha prematuros mensajes a los pueblos del Sur y del Oriente. En esos sitios lejanos se comienzan a limpiar los machetes y las escopetas de caza. Dilata cuatro días Canek en la suma y recuento de sus innumerables voluntarios. Memoriza los nombres: encabezan esa abigarrada nómina los bizarros capitanes sureños herederos del coraje de Nachi Cocom, el caudillo de testículos de piedra del tiempo de la Conquista; prosiguen los pescadores del Golfo y del Caribe; protuberantes cocineros de fondas y mesones; ladinos criados de las estancias; los carpinteros de la Catedral y del Cabildo, los mexicanos de San Cristóbal, escribanos, herbolarios, esclavos viejos con hierros en las nalgas. (Por supuesto Canek no ha olvidado la participación de los joviales bucaneros ingleses a la hora señalada).

Lo entusiasma la numerosidad de su ejército improvisado. De puro gusto, después de certificar las adhesiones de otros grupos leales, se bebe cuatro botellas de pitarrilla y acaba en la taberna con las putas donde fornicará, enardecido por la caña, siete veces aquella noche.

Regresa a la panadería con el amanecer. Borracho como está, no acierta siquiera a levantar una irreconocible pala descomunal y se desploma sobre la tierra. Ya alto el sol el capataz lo saca a empellones del lugar. Le rocía la cara con la cera hirviente de las mentadas de madre y le grita que no quiere volverlo a ver en la vida.

Roldán Peniche Barrera

Continuará la próxima semana…

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.