Colonia Yucatán
Don Vicente Ariel López Domínguez recordó que en la fábrica de Colonia Yucatán conoció a dos grandes personalidades: Adolfo Ruiz Cortines, y Adolfo López Mateos, quienes fueron presidentes de México. También visitó la empresa Miguel Alemán Valdés, pero yo no lo vi. A Lázaro Cárdenas también lo conocí en la Colonia, pero ya no era presidente; su hijo Cuauhtémoc visitó la Colonia cuando era funcionario de la forestal.
De las pocas anécdotas que recuerdo –dice buscando en la memoria mientras se acomoda en la silla de plástico bajo la sombra de un árbol frente a su casa el esposo de doña Dorita desde hace más de 50 años– un día que trabajábamos tercer turno y dio la hora del lunch –a las 2:00 a.m.–, nos sentamos todos a comer. El mudito (Enrique) Carrillo andaba deambulando alrededor de la gran mesa en la que todos los del turno comíamos, ya que muy rara vez llevaba lunch; pasaba cerca de uno y hacía un ademán levantando su mano derecha, chocándola en la frente e inclinando la cabeza como señal de que está muy rico lo que uno está comiendo. El “Patito” Soberanis, una persona muy callada y seria, se fijó que el mudito no tenía qué comer y lo invitó. El patito tenía dispuesta su comida frente a él en los tres trastes de su portaviandas: a su izquierda, las tortillas; la comida frente a él, y de su lado derecho el chocolate caliente, ya que esa noche hacía un poco de frío. Contento se acercó el mudito, agarró una tortilla, la dobló a la mitad, se sirvió un poco de comida, y luego metió su bocado en el chocolate, pensando que era frijol colado. Al verlo, el patito se levantó visiblemente molesto, recogió sus trastes, tiró todo al suelo, y con la misma se retiró de la mesa, ante la risa burlona de los demás y, claro, del mudo Carrillo. Cada vez que veo al patito y se lo recuerdo, se empieza a reír.
Otra que recuerdo, empieza a relatar cuando contesta el saludo de Tino Cupul que pasa en su bicicleta, es un poco atrevida, aclara riendo. Había en la chamba un tipo medio locuaz, un flaco él. A veces me mandaba el jefe “Charol” a buscarlo porque no entraba a trabajar argumentando que ese día simplemente no tenía ganas de trabajar. No sé qué falta hizo ese día y lo castigaron mandándolo a hacer una zanja en la parte de atrás de Lignum que serviría para el sumidero del baño de mujeres. Ahí estaba dándole duro, casi nadie sabía del castigo que le habían impuesto, estaban ocupados en lo suyo. Ya estaba cayendo la tarde, pues era segundo turno, cuando cerca de él pasó una gran “Och Kan” (Boa constrictor), la recogió y la puso en la ventana del baño de mujeres, luego de percatarse que en ese momento no hubiera nadie adentro; se encaminó al interior de la fábrica, saludó levantando la mano a quien estaba cerca de allí, prendió un cigarrillo y empezó a fumar tranquilamente. El que saludó pensó que estaba tomando un merecido descanso, pues eso de cavar es algo cansado. A los pocos minutos se encaminó al baño una dama, de las numerosas mujeres que en ese entonces trabajaban en la fábrica, y aquel tipo empezó a sonreír, sin perder de vista la entrada del baño. Y sí: a los pocos minutos se vio recompensado el esfuerzo de su travesura cuando vio salir corriendo asustada y parcialmente desnuda a quien momentos antes había entrado al baño que, al ver tremenda culebra merodeando en tan se supone privadísimo lugar, salió intempestivamente y asustada del baño. Al darse cuenta de su estado, inmediatamente entró de nuevo; él sólo siguió sonriendo, apagó su cigarro en el suelo y se fue a seguir cumpliendo la ardua tarea que le había encomendado su jefe. Claro, ahora iba encantado de la vida el muy cabrón, dice entre risas el que solamente fue al cine una vez en la Colonia, al menos que yo recuerde: la vez que proyectaron la película “Peregrina”.
En cuanto a lo que viví aquí, recuerdo que el cine lo custodiaba don Bernabé Canche Tinal. Todos le decían el “Tucho”, quién sabe por qué. Se pasaba media función el sábado y la otra mitad el domingo. Ese día también había matinée. Cuando la empresa cerró en el ‘75, lo agarró Susano Arce, quien lo administró un buen tiempo. Las peleas de lucha libre y el box eran eventuales, y se hacían a media semana. El campo de pelota recuerdo que lo empezó a construir el profesor Alfonso Yam; el himno a la escuela lo escribió el profesor Conde; la iglesia, la que se incendió en 1979, la construyó el padre Juan Nolan.
Ya había la escuela de madera cuando llegamos. El Ing. Medina Vidiella inauguró el kínder. El IMSS, en 1963 se inauguró. Una persona que recuerdo con mucho aprecio es don Asunción Corona Wong, que vino de Sucopó; era mecánico en una fábrica de almidón. Otro fue el sargento Marcelenio, quien estaba en un destacamento acá, se dio de baja de la Sedena y regresó a vivir a la Colonia, donde fue comisario junto con Pancho López. El que nos dio instrucción militar fue el sargento don Juanito Hernández, suegro de Adolfo Rodríguez, que se casó con su hija Bertha.
Hubo un tiempo de tensión en la Colonia cuando los habitantes de Ya’ax Iik (Chile verde) amenazaron con quemar la fábrica porque la empresa no los dejaba hacer sus milpas o algo parecido. Nos reunió el ingeniero Rodríguez un día antes del almuerzo y nos dijo que nos pusiéramos abusados, sobre todo por la noche. Intervino hasta Gobernación en ese lío y a estos señores les mandaron hacer sus casas y toda la cosa en Popolnah, se fueron a vivir ahí. Así nació ese pueblo, y la amenaza sobre la Colonia quedó en anécdota.
Continuará…
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO