Colonia Yucatán
Don Pedrito Espinoza Soberanis me confía su sentir durante la charla que sostuvimos para recordar sus memorias en la Colonia Yucatán: “Lo que yo necesito me lo dan mis hijos, pero casi no pueden venir a verme. Fue muy triste mi vida, nunca pude prosperar. Cuánto gasto tuve con tanto chamaco; ahora, con 2 hijos se están quejando,” añade y suelta la carcajada.
De 16 años vine acá, mi mamá era muy estricta. No tuve tiempo de salir a jugar, no había relajo, un juguete nunca me compró porque no había dinero para comprarlo. Nunca tuve ese gusto de tener juguetes, ropa buena, mala suerte tuve desde que nací. La ropa que tenía, me servía para la escuela y para el monte a leñar.
¿Que si fui feliz? La verdad en esa época no comprendíamos ni nos dábamos cuenta de cómo es la vida, yo mantenía a mi mamá y mis hermanas como pude, casi no me fijaba cómo era la vida. Cuando uno llega a esta edad, hasta pena me da decirlo, no te da ganas ni de escuchar música, se lamenta. Solo estás pensando en tus problemas.
Conversar con don Pedrito es aprender a revalorar la vida, a estimar lo que uno tiene, sobre todo al escucharlo hablar sin rencores, sin quejas, sobre llevar una vida relativamente saludable. Nunca lo vi tomado o armando pleitos con nadie en la Colonia. Verlo caminar, apoyado en un rústico bastón que más bien le sirve de compañía y no como un punto de apoyo y equilibrio, es verdaderamente admirable.
Mi preocupación ahora es mi pensión, comenta. Le doy mucha importancia porque estoy solo. Cuando entra la noche, por ejemplo, no hay nadie, ni un nieto. Todos están lejos de mí. Llega la noche, me persigno, le rezo a mi santo y me duermo. Despierto a las tres o cuatro de la mañana y me quedo acostado. Cuando arranca el molino de “Chon” ,te repito, es que ya llegaron las trabajadoras, ya está amaneciendo y salgo a caminar, a dar mi vueltecita.
Hoy que empieza un Año Nuevo, ni me lo recuerdes: gracias a Dios que puedo salir a dar mi vuelta, distraerme. ¿Qué tal si no me puedo levantar? Agarro mi bastón, le rezo a Dios, abro la puerta y salgo a dar mi vuelta a las 6 de la mañana; cuando ya está bueno el sol, regreso aquí al parque, como a las ocho. Ahorita ya me voy a mi casa, así que ves, continúa con su plática, recordando entre carcajadas, haciendo pausas debido a la risa que le ocasionan sus recuerdos.
Yo de chamaco era torero, me gustaba la corrida, como hasta ahora. De chamaco era yo “Charlot”, me disfrazaba yo de lo que sea, de vieja, de payaso, de pendejadas, y así salía con mi capote, comenta emocionado sin dejar de reírse; me metía a torear, en Tizimín teníamos nuestro grupito de “Charlotes”.
Éramos cinco muchachos y me acuerdo del Mulix Coronado, a uno que le decíamos el “Kasuke” y de Damián Mena. Fuimos a torear a Temozón, a Espita, cada domingo toreábamos, me gustaba. ¿Sabes qué limpia me daba mi mamá cuando iba yo a torear? Era muy estricta, no le gustaba.
¿De los tragos? Jáa, si tomaba, pero calmado, no era yo un borrachito.
¿Qué hora tienes?, interrumpe la plática. Maare ya es tarde, hace rato que salí de la casa, ya me deben estar pensando. Que pases un feliz año, me dijo.
Fue una breve despedida después de pasar un buen rato platicando el último día del año de 2011 en una banca del parque de esta comunidad de Colonia Yucatán a la que don Pedrito Espinoza le dedico íntegramente sus años mozos, su vida entera.
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO