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Las altas libaciones

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Letras

José Juan Cervera

Algo especial brilla en ciertos espacios muy concurridos, en sitios que sintetizan aspiraciones y perfiles de vida porque auspician señas de identidad y proveen válvulas de escape a las tensiones diarias. Quienes los frecuentan son ciudadanos que hallan bajo sus techos una energía que alimenta su ánimo y revierte sus aflicciones, despejando la penumbra que se aposenta en sus miradas. El registro histórico y la crónica vigorosa dan cuenta de estos lugares en que la gente convive y deja fluir, en ambiente relajado, la corriente intensa de valores que forman su visión del mundo y salpican de matices sugestivos el entendimiento ajeno. Los cafés, bares y cantinas cumplen este cometido.

Roldán Peniche Barrera (1935-2024) se ocupa, entre sus múltiples intereses intelectuales, de prácticas y sucesos que suelen acaecer en estos establecimientos. En uno de sus libros hace un repaso de los antiguos cafés meridanos, de los personajes que acudían a ellos, y de los hechos memorables que se suscitaron en torno de sus mesas, con la amenidad que el asunto reclama pero que, dicho con suspicacia lectora, no cualquier pluma logra con parecida soltura.

Por otra parte, sus recuerdos e indagaciones sobre los bares y cantinas de la Mérida de antaño se ramifican en diversos pasajes de su obra escrita, reivindicando el sabor de cultura popular que en ellos se paladea. Esto se observa tanto en los ensayos que abordan explícitamente el tema (al modo de uno fechado en 2007, pero que vio la luz en 2012) como en apuntes y anécdotas que relucen en sus crónicas y columnas periodísticas, aunque también se hacen presentes como escenarios de fondo en regocijados guiños de su narrativa.

El autor tiene el cuidado de fijar distinciones conceptuales cuando hace referencia a estos centros de encuentro reparador, y así aclara que en la centuria pasada se llamaba salón cerveza a los bares que preferían anunciarse con elegancia, y que se denominaba cervecerías a aquellos expendios donde sólo se ofrecía este producto. Y a propósito de unos y otros, rememora los nombres de varios de ellos, como El Regalo, Boston y La Favorita, algunos de los cuales conoció en su juventud.

Por tratarse de puntos privilegiados para el solaz con los amigos, el maestro Roldán rinde testimonio de los lugares que visitaba en su compañía. En El Bufete departió con Renán Irigoyen, Alberto Cervera Espejo y Mario Zavala Velázquez. Fue ahí donde el coleccionista Antonio Novelo Medina adquirió un lote de fotografías antiguas que incorporó a sus archivos. También anota que en los años cincuenta era común encontrar vendedores de libros antiguos en las cantinas. Con el paso de los años, en ellas más bien se ofrecían artículos traídos de contrabando. En los decenios más recientes se restringe la entrada a los vendedores de cualquier género.

El escritor yucateco descorre el velo del mundo tabernario en sus cuentos y novelas, como en un relato de corte naturalista incluido en su libro La Pasión de Cristóbal Cupul (2002). En sus novelas Historia del héroe y el demonio del noveno infierno (2014) y Canek, combatiente del tiempo (2020), describe el desaire que los músicos reciben en fiestas familiares, a semejanza de la desatención que cosechan entre los parroquianos de los restaurantes y bares actuales, según refiere en sus crónicas. En una de ellas hace un símil con lo que hoy se conoce como barra libre, aplicando el término en un festejo nupcial. En la otra, el personaje que encarna a un gobernador colonial de Yucatán se hace acompañar de dos militares de alto rango a la cantina El Moro Muza para celebrar el retiro del cargo que ostentaba uno de sus rivales políticos.

Si se escudriña un poco más, en sus poemarios figuran algunas piezas que evocan incursiones bohemias en tierras extranjeras, donde el autor residió durante dos lustros: “Sé que en otros bares donde el whisky es más rudo, / rudos marineros con cocodrilos tatuados en el pecho se emborrachan / y que unos pobres hispanos se desmedran en la pizca de uva.” (Versos de luna negra, 2002). “Dentro del bar de la estación hay risas de mediodía / y sucios vocablos en inglés y en mexicano. / Yo, sentado a mi mesa, / contemplo la brava facundia del Pacífico, / alzo en bermudas mi tarro de cerveza / y brindo por mi nombre ilustre de aquellos años.” (Entre el sudor y el tiempo, 2011). “¿Recuerdas las veces que recorrimos los bares de Beverly Hills / sin jamás dar con John Wayne o Marlon Brando / para compartir con ellos un martini?” (La luz de los años y otros versos, 2024).

Este breve recuento de prácticas que el tiempo cambia en su forma y consagra en su esencia es una muestra del magisterio literario de Roldán Peniche Barrera. Sirva para evidenciar que un tema bien enfocado, por menudo que parezca, guarda exuberantes vetas de emoción y pensamiento.

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