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Letras
José Juan Cervera
Las formas de interpretar la realidad son tan variadas como las circunstancias que las originan. En ellas se articulan de manera dinámica las actitudes ante la vida, los pensamientos que las animan y los hechos en que arraigan, simbolizando perfiles individuales y normas colectivas, épocas y lugares que marcan influencias e intercambios culturales. Forjan la base de la civilización con sus opresiones y sus bienaventuranzas, según el matiz que proyecten sobre la conciencia.
Mujeres y hombres han fecundado los cauces de la Historia, propiciando efectos cuya secuencia lineal es imposible trazar porque sus frutos son múltiples y cambiantes, y en su fluir se asimilan y se funden para moldear nuevos estados de existencia. Pero siempre arrojan pistas, exhiben claves que pueden descifrarse o recomponerse con la intensidad de las miradas que las contemplan.
Joseph Joubert, nacido en una provincia francesa, atestiguó con su escritura el tránsito del siglo XVIII al XIX, proceso marcado de turbulencias políticas e innovaciones intelectuales, dando fe del nacimiento de la modernidad, participando de ella en algunos aspectos, aunque al final se retrajo en la añoranza del antiguo régimen. De su paso en el mundo, basta informarse en notas biográficas y referencias enciclopédicas. Para captar destellos de su mente inquieta es preciso leerlo en ediciones como la que Carlos Pujol preparó a partir de la selección y la traducción de sus aforismos (Pensamientos. Barcelona, Edhasa, 1995).
Con estos textos, hondamente condensados, toca los ángulos más sensibles de la naturaleza humana mediante un enfoque sutil que define la calidad de su pluma. Concibe el estilo literario, sugiriendo un fondo que robustece la envoltura de las ideas; lo describe como una fuente de la que manan riquezas profundas iluminando la superficie para estimular horizontes de clara frescura: “Para que una expresión sea bella, tiene que decir más de lo que es necesario, aunque diciendo con precisión lo que tiene que decir. Ha de reunir en ella lo demasiado y lo suficiente, la abundancia y la economía. Lo estrecho y lo vasto, lo poco y lo mucho debe confundirse. Su sentido ha de ser breve, y el significado, infinito.”
Su sensibilidad artística, refinada en el equilibrio introspectivo de los más copiosos valores de la intuición, se inclina a adentrarse en la sabiduría por encima de la verdad codificada, y lo provee de una capacidad de discernimiento que señala las debilidades de aquellas obras cuya falta de compromiso con la esencia de la creación, que impone la exigencia de rondarla y de transmitir los hallazgos que vislumbra, invalida sus pretensiones: “Que no se permita saber lo que no está claramente expresado”. Y como la claridad de expresión no se improvisa, sino que se cultiva en matices que brotan de una experiencia integradora, no es posible marcar límites entre potencias afines: “la belleza es la inteligencia hecha sensible”.
Es recurrente en la evocación de imágenes aladas en que las facultades del ser tienden a remontar constricciones mundanas y adherencias mezquinas, reducidas de ese modo a una mera manifestación de contingencias externas: “Todo lo que tiene alas está fuera del alcance de las leyes”. Los dones que brindan los ciclos de vida no pueden forzarse ni improvisarse; en cambio, demandan un orden consciente que lleve a armonizar con ellos: “Lo mismo que Dédalo, me hago unas alas. Poco a poco, añadiendo una pluma cada día”. Así fija las bases de una maduración pródiga en filtrar la plenitud de espíritu, porque se llega a ella desprendiéndose de lo que, desde una vasta perspectiva, se revela como superfluo: “Hacerse espacio para desplegar las alas”.
Joubert prefirió acogerse a la serenidad que lo llevó a desarrollar su pensamiento al influjo de modelos clásicos, apartado de estridencias y fulgores de artificio que absorbieron irremediablemente a amigos y conocidos suyos. Ponderó el mérito de la imaginación e hizo del enunciado conciso un arte que disemina su virtud radiante en la memoria de la humanidad.