Han pasado varios días desde que no estás en casa.
Las mañanas cortas, las noches largas, oscuras.
Abrazo esta cebra flácida, ajena a tu presencia,
pero en ella encuentro tu olor.
Cierro los ojos, te miro acostado junto a mí y
recuerdo esa última noche.
La música, velas encendidas;
el aroma a incienso en toda la casa y tu fragancia,
la combinación perfecta para mis sentidos.
Fui retirando una a una las ropas que estorbaban.
Ya quería darte besos en toda la piel,
pasear mis labios entre tus piernas y,
mordisquearlas suavemente, dulcemente.
Mis manos, ansiosas de caricias, rodeaban tus muslos,
mis besos en tu piel cada vez más intensos,
queriendo que vieras en mis ojos mis deseos.
Empezaba tu cuerpo a reaccionar a mis mimos,
a esos dulces movimientos que mi boca hacía en ti…
Gimes tiernamente,
como si trataras de contener los sonidos de tu ser,
pero no puedes,
con cada movimiento haces otro de nuevo,
demostrando que querías que siga y así era.
No dejé de besarte cada centímetro,
la saboreaba con tal destreza que pedías que siguiera.
Tus gemidos, los deseo cada vez más.
Mi boca se postra entre tus muslos,
sin freno desato mis instintos sobre ella,
tu cuerpo vibra.
Es tan excitante sentir tus manos sujetar mi cabello.
No quieres que pare,
pides más,
tú y yo queremos más…
Anda, amor,
dame ese elíxir caliente y delicioso que tienes para mí,
dámelo.
Siento cómo se derrama en mi lengua,
tibio y sabroso.
Lo saboreo y,
con un tierno y apasionado beso,
nos quedamos recostados en la cama.
Te miro y te abrazo de nuevo.
Kadapul