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Letras
José Juan Cervera
Todos los seres ocupan un lugar en el universo, pero algunos se afanan en arrebatar otros más, aun sin saber que volverán al sitio que fija su desatino.
El peso que acarrea la humanidad se asienta con fuerza en cada punto que habita. Sólo se hace insensible para aquellos que se apropian espacios que nunca fueron destinados a su vano esparcimiento.
El mundo infernal es vastedad infinita y las escrituras que dan posesión de sus bienes engrosan cada día su lista de beneficiarios.
Los inmigrantes ocupan siempre la porción más insignificante del infierno de los otros.
Tras arduas faenas, los perseguidores se instalan en un mirador privilegiado para perder de vista los excesos cometidos en perjuicio de quienes llegan de lejos.
Más que una vulgar táctica de apropiación, los despojos territoriales son designio categórico de una divinidad que ciega a sus hijos espurios.
Siempre habrá una justificación moral y un atenuante metafísico para quienes se apoderan de un lugar con el propósito de desplazar a sus ocupantes de origen.
Por ser inefables, nadie sospecha los arrebatos místicos que caben en el alma de los expoliadores de tierras.
La historia de los abusos refiere los apuros que encuentran las fuerzas invasoras para asentarse en suelos donde yacen antepasados ajenos.
La tierra es un organismo vivo y su despojo una generosidad muerta.
