Inicio Portada La revolución que quiso ser

La revolución que quiso ser

20
0

Letras

CAPITULO I

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL CARACTER POLITICO DEL PORFIRIATO Y DE LA REVOLUCION MEXICANA.

“Womack tiene razón… la Revolución ya no puede verse como un acontecimiento monolítico. Por demasiado tiempo, unas generalizaciones hechas a base de informantes y documentos en la Ciudad de México han oscurecido la verdad esencial de los orígenes y el desarrollo de la Revolución Mexicana que, por lo menos en sus primeras dos décadas, el fenómeno que se ha llamado “La Revolución” era una serie de fenómenos regionales (…) cuando el gobierno central del Presidente Lázaro Cárdenas incorporó las varias regiones de México en un sistema político nacional –de hecho efectuando una “reconquista de México” – este proceso también dependía de factores y circunstancias regionales que, como en el caso de Yucatán, determinaron el éxito o el fracaso de las reformas revolucionarias” (1).

 

 

1.Estado y Sociedad Durante el Porfiriato

La primera presidencia del Gral. Porfirio Díaz tuvo honda significación en lo que concierne al surgimiento y consolidación del Estado-nación. Tras las disputas entre centralistas y federalistas y las pugnas por la estrategia del desarrollo a seguir entre conservadores y liberales, disminuidos también los fantasmas de la intervención extranjera, se tuvo pleno dominio sobre el territorio nacional, tanto desde el punto de vista militar como el del aparato gubernativo, que permitió dar los primeros pasos en pos de un proyecto de desarrollo que atendiera a las condiciones sociales reinantes y que respondiera a las exigencias de los grupos económicos.

En este sentido es importante abordar y definir el carácter de la sociedad mexicana durante el porfiriato y el papel desempeñado por el Estado.

Lo que lograría con el paso del tiempo el hombre de confianza del presidente Benito Juárez, el Gral. Porfirio Díaz, fue trocar el control militar alcanzado sobre la totalidad del territorio nacional, por formas permanentes de relación política sobre la base de la integración regional y la centralización del poder público.

Es decir, la clave del régimen porfirista fue alcanzar la unidad nacional constituida a partir de la integración de las distintas regiones, respetando sus diferencias y el poder de los grupos locales. De esta manera, el poder central porfirista se fundaba en la agregación de múltiples poderes regionales que, a su vez, contaban con el apoyo de esa fuerza central para el mantenimiento del orden local.

De primera impresión, esta “desintegración-centralizada” respondería a la caracterización de un orden feudal. Sin embargo, consideramos que hay diferencias múltiples y sustanciales que señalar. La primera de ellas concierne al contexto histórico en que se dio el porfirismo, es decir, la agresividad del capital extranjero y la redefinición de los “espacios” mundiales por la transición que se vivía del caduco orden colonial al vigoroso esquema imperialista.

Y es que la unidad lograda por el porfiriato conjuntaba a las fuerzas interiores bajo la hegemonía de los terratenientes y comerciantes, en forma tal que, por requerir de la asistencia extranjera en ciertas actividades y ramas claves de la economía, le permitían beneficiarse de las condiciones imperantes, de la desintegración y de las diferencias regionales.

Esto es, la desintegración regional que caracterizaba a la unidad del porfiriato, lejos de tener sus orígenes en formaciones pre o anti-capitalistas, había surgido del encuentro de los intereses y los mecanismos del capital internacional con las condiciones históricas y sociales prevalecientes en nuestro país.

Debido a ello, el porfirismo se conformó como Estado OLIGÁRQUICO-BURGUÉS para responder tanto a los intereses económicos y políticos de la oligarquía nacional como a las exigencias del capital internacional (2). El logro de la hegemonía por parte del grupo comercial–terrateniente en el orden interno suponía la relación complementaria con el capital extranjero, en tanto el control social y económico del país coincidía con la estrategia de apropiación de recursos naturales y sobrexplotación de la mano de obra que caracterizaba al capital internacional de la época.

De esta manera, el Estado imponía la regulación capitalista al conjunto de la sociedad, misma que le era impuesta por el sistema económico mundial. Las unidades de producción asumían relaciones de trabajo distintas y adecuadas a la situación regional en que operaban y que pudieran ser identificadas como no–capitalistas. Pero la racionalidad capitalista la asumían en el conjunto, conformado bajo la gestación estatal.

El relativo estrechamiento de la economía “interna”. que la burguesía comercial y terrateniente quería como campo de acción exclusivo, y el cambio en las formas de relación con el capital extranjero, en pleno auge imperialista, constituyeron una coyuntura propicia para el cambio profundo de la sociedad, que se llevaría a cabo con la revolución de 1910-17.

Tras las crisis de 1902-1904 y la de 1907-1910, se profundizaron las tendencias centralizadoras del porfiriato, reduciéndose el grupo oligárquico a la par que aumentaba su poder y sus exigencias. Frente a ellas, el capital extranjero también aumentaba sus demandas como resultado del proceso monopólico que había alcanzado importantes logros en el país. La complementación entre estos dos niveles, que era la base del orden porfirista, se tornó contradictoria hasta el grado de hacer coincidir el descontento de la población con el desajuste irremediable de la estructura porfirista.

 

_______________________________

 

(1) Gilbert J.; 1977; 14.

(2) «En cuanto a la categorización del estado del porfiriato, como un estado oligárquico burgués, se refiere al hecho de la coexistencia en dicho estado de fracciones de la burguesía que tienden a dar un contenido distinto al mismo, dadas sus características en cuanto al relacionamiento con los grupos denominados, así como por su situación en la estructura productiva, es decir, sus intereses económicos; por una parte la restricción a la participación en el ejercicio del poder sólo para ciertas «élites», y por otro lado, una tendencia aunque contradictoria por parte de otra fracción de la burguesía para tratar de ampliar dicha participación, es decir, adoptar ciertas reivindicaciones democráticas, lo que va más de acuerdo con un modelo clásico de desarrollo burgués». (Garavito R.; 1970; 3).

Continuará la próxima semana…

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.