“La curiosidad mató al gato”.
Ben Jonson, Every Man in His Humor (1598).
“Hay cosas conocidas y cosas desconocidas y en el medio están Las Puertas”.
Jim Morrison, vocalista de The Doors.
Algunos opinan que la ópera está demodé, a veces la comparo a las pasarelas de diseñadores donde desfilan confecciones hiperbólicas, con la intención de hacer notar las tendencias de la próxima temporada. La ópera se sirve de todas las artes -danza, dramaturgia, literatura, pintura, música-, para expresar de manera exagerada la condición humana que no reconoce etnias, temporalidades, espacios, estatus social y económico, todos los hombres y mujeres tenemos las mismas necesidades y motivaciones que nos llevan a actuar en consecuencia. Si bien cuando estamos frente a una puesta en escena pensamos que nunca reaccionaríamos de esa forma en la vida real, si lo consideramos, es probable que no esté tan alejada de esta.
Como dije, la ópera retoma la literatura para elegir sus temáticas y musicalizarlas de acuerdo con la adaptación del libretista, como el guionista lo hace en el cine. En mayo de 1918, a punto de finalizar la Primera Guerra Mundial, la Ópera Real de Budapest estrenaba El Castillo de Barba Azul del compositor húngaro Bèla Bartók, quien celebraría su onomástico 141 este 25 de marzo. Bartók, al igual que Claude Debussy –Peleas y Melisande– y Ludwig van Beethoven –Fidelio-, amén de una vasta producción musical, solo escribió una ópera.
El compositor eligió el cuento de hadas de Charles Perrault escrito en 1697, quizá por su circunstancia, como puede interpretarse en una carta que le escribe a su madre, en la que le habla de su vida solitaria, resignado a su destino, ya que no tenía amigos y si alguna vez los llegara a encontrar, con seguridad pronto se decepcionaría de ellos. Es probable que derivado de esos sentimientos, se identificara con el relato y lo musicalizara con el libreto de Bèla Balázs, poeta con quien compartía no solo el nombre de pila, sino su gusto por la siniestra historia del duque solitario tan extraño como tener una barba azul.
Bartók concibió el castillo un personaje vivo e intimidante. En un solo acto -normalmente las óperas tienes cuatro y cinco actos-, dos cantantes de tesituras medias en la escala tonal: Mezzosoprano y Barítono, pero con una orquesta monumental que demanda virtuosismo, recreó la escalofriante tragedia. Escribió partituras para todos los instrumentos, incluso algunos que no son frecuentemente utilizados por otros compositores como el xilófono y la celesta que se escucha en algunas óperas como: Turandot de Giacomo Puccini, El Caballero de la Rosa de Richard Strauss, La Flauta Mágica de Wolfgang Amadeus Mozart, La Hora Española de Maurice Rabel, por mencionar algunas. Piotr Ilich Tchaikovski incluyó a la celesta en la danza del Hada de Azúcar en el ballet El Cascanueces.
Bartók nos conduce por el castillo circular de arquitectura gótica, ausente de ventanas, a través de la música con la que va matizando las emociones. Armonías disonantes de los cuernos y los oboes son los motivos de sangre que aparecen a medida que Judith (la bella) va abriendo las puertas que Barba Azul (la bestia o príncipe azul) le ha pedido que no haga. Enamorada, después de abandonar el mundo soleado y florido en el que vivía y a su prometido, se adentra en la fortaleza oscura y misteriosa de su amado, cree con ingenuidad que ella podrá cambiar esa condición de soledad donde las paredes resuman sangre y quejidos. Pronto ira descubriendo lo que le espera detrás de cada uno de los siete portales: La cámara de tortura, los tormentos del duque; depósito de armas, tan necesarias para el hombre en su vida diaria; un tesoro sangriento, ya que un hombre no puede lograr el éxito sin hacer daño; un jardín encantando, pero con sangre derramada entre las flores; una luz cegadora, oscurecida por nubes malignas ensangrentadas.
Las últimas dos puertas serán el principio del fin. La penúltima alberga un lago de plata (lago de lágrimas) que representa los dolores y sufrimientos de la vida y en la última se encuentran las tres esposas que viven en el recuerdo del duque. Judith no sabe que Barba Azul, incapaz de disuadirla de abrir la puerta de la muerte, la coronará y la cubrirá con un manto de estrellas para completar los estadios del día: amanecer, mediodía, crepúsculo y ahora ella la medianoche, dueña de todas las noches para la eternidad. Atravesada por el rayo de luz plata de la luna, ya como parte del cuarteto, dejará solo de nuevo al extraño hombre, sumido en la oscuridad de su castillo y de su alma.
El Castillo de Barba Azul, cuento escrito en el siglo XVII, es un thriller donde el amor lleva a la muerte. Un asesino en serie, feminicidios, una mujer que deja sus comodidades por amor con la esperanza de cambiar la circunstancia del hombre que ama, la curiosidad femenina, el poder de elección y decisión de la mujer, son algunas lecturas que pueden hacerse de esta historia imposible de edulcorar para la recreación de un público infantil como se intentó en el pasado como otros tantos cuentos. Bartók y Balázs, antes de emprender el viaje al castillo, tomaron acuerdos en cuanto al discurso del libreto, definieron el lugar de la mujer en la sociedad. El resultado hace más de un siglo es actual, quedó expresado en otra carta del compositor a su madre: igualdad de condiciones para hombres y mujeres.
Aida María López Sosa
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