Letras
VII
Fue como escuchar una voz ausente.
Una voz conocida pero olvidada a fuerza de no pensar. Fue como deambular entre sonidos que parecían querer decir algo importante. El padre Rafael caminó por todo el seminario como si buscara el rincón de donde nacía esa lejana voz que articulaba palabras que le parecían sin duda, conocidas. Recorrió por horas la inmensa construcción sin terminar. Los bloques despedazados de ladrillos laceraban sus pies, sin embargo, a él sólo le importaba encontrar la fuente de aquella voz. Sus pies hacían un ruido rasposo, áspero, causado por la tierra que cubría el piso luego de los trabajos de construcción. Era como caminar en un desierto de arena sin sol.
Nunca llegaría a saber si lo que apareció frente a él en su mente, fue la memoria que como a espasmos se movía, o simplemente fue algo del pasado que parecía deambular entre los muros y pisos olvidados. Imágenes imprecisas de “El progreso del peregrino”; novela de Bunyan que había leído en su juventud adulta, cuando recién comenzó la aventura de construir el internado para seminaristas. En la imagen, él mismo era el personaje realizando un viaje inesperado a la ciudad celestial. Pero este viaje era distinto, ahora regresaría a casa, a la morada permanente que le estaba reservada por Dios.
En la oscuridad, sus sentidos parecían agudizarse, pero el impulso natural lo llevó a buscar algún interruptor. Cuando lo encontró, escuchó un susurro suave a sus espaldas: “No la enciendas, es mejor así.” Voz femenina eternizada en el tiempo.
La voz no lo sobresaltó, tal vez porque en su registro básico de acontecimientos no figuraba la normalidad, y tal evento parecía ser anormal. Antes bien, se quedó inmóvil frente al muro, como esperando la siguiente indicación. Pasaron los minutos y no llegó. Se movió de lugar y regresó sin prisa a sentarse de nuevo a su cama. La espera siguió por varios minutos; mientras tanto, notó que, suspendido en la atmósfera, había un ligero aroma a jazmín, y un vientecillo se paseaba por toda la habitación.
Para entonces, la actitud del padre ya era de una expectativa creciente pues, sin darse cuenta, comenzó a reconocer el aroma. Su atención se puso en alerta al notar el movimiento del viento a su alrededor. Ambos elementos: el aroma y el vientecillo, serían las primeras piezas de un rompecabezas que iría armando poco a poco.
Antes de que el sueño lo venciera, y después de esperar por casi dos horas, la voz apareció de nuevo con la claridad que sólo le pertenece al agua del río que fluye: “Luego de la medianoche, luego de la medianoche…” Así como surgió al principio, como de la nada, así se apagó; mientras, la voz interior del padre Rafael parecía inquirir: “¿Madre…? ¿Regina…?”
Casi al mismo tiempo el sueño lo venció.
Cuando despertó por la mañana, lo primero que vio con sobresalto al abrir los ojos fue el rostro impaciente de Hermenegildo. Se incorporó de inmediato, arrinconándose entre los muebles, sin saber lo que estaba pasando.
–Soy yo, ¿no se acuerda que ayer platicamos?
El padre se fue incorporando paulatinamente, hasta quedar de frente al guarda templo. Una vez frente a él, lo miró detenidamente, como si lo estudiara por completo. Entonces dijo:
–No sé quién eres…
Luego salió de la habitación rumbo al jardín, a pasar tiempo con Dios.
Jorge Pacheco Zavala
Continuará la próxima semana…