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La pompa declamatoria

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Letras

José Juan Cervera

Los cambios en las mentalidades colectivas son lentos y menos perceptibles de una generación a otra, porque las ideas y las costumbres se refuerzan con su uso constante, llegando a institucionalizarse al punto de arraigar con firmeza, incluso cuando su funcionalidad social se vuelve nula o irrelevante. La cultura, que abarca todas las creaciones y prácticas humanas, se reproduce simbólicamente lo que basta para inspirar resistencia cuando alguien propone cambios en sus elementos aceptados por rutina, más aún si sugiere una supresión definitiva.

Un caso a tomar en cuenta se advierte en el sistema escolar mexicano, de manera singular en las actividades complementarias de los planes de estudio. En secundaria y en bachillerato, así como en sistemas afines en instrucción tecnológica y en otros de contenido específico, son frecuentes los concursos en que los alumnos compiten con sus pares, de sus propias escuelas y de otros planteles educativos, en diversos campos y destrezas. Uno de ellos es la declamación, que representa un resabio de tiempos idos por la manera como suele ser presentado y por aplicarse como un ritual sostenido en la costumbre. Esto lleva a la necesidad de enfocarlo en concepciones de alcance integral, reflexivo y práctico que lo remitan a un contexto significativo más amplio, desde el cual pueda relacionarse con aspectos sensibles en la vida cotidiana de la juventud y con otros conocimientos que ya son parte de su experiencia. Tales conexiones pueden surgir de una labor de acercamiento con los estudiantes para orientarlos en algunas claves que los lleven a descubrir su potencial para apreciar todo aquello que, de otro modo, resulta ajeno y prescindible para ellos. Por ejemplo, tan sólo mostrarles el sentido que entraña la diferencia básica entre poesía y textos versificados daría pie a que reconocieran críticamente una fuente de gozo que toca aspectos con los que, sin pensar en ello, conviven de manera espontánea.

Quienes hayan fungido como integrantes del jurado calificador de alguno de estos concursos, que seguramente han desempeñado el mismo papel en muchos otros, se habrán percatado de que, fuera del entusiasmo que despiertan competencias de esa índole (que en alguna medida erosionan posibilidades de trabajo cooperativo entre los alumnos), su ejercicio reporta escasos valores perdurables en el proceso de formación de sus participantes. Declamar, en semejantes términos, equivale a la exposición oral de versos cuyo contenido alguien elige (profesores, asesores, autoridades escolares) dentro de un universo muy limitado en el que con frecuencia los convocados suelen coincidir en sus intervenciones, repitiéndolos tal vez porque los criterios para seleccionar dichos materiales provienen de un patrón predeterminado que ya constituye una norma dada. En esta esfera hay mucho de moral decimonónica y de tono impostado, de apólogo parroquial y de tratamiento de superficie de problemas sociales, mezcla que clausura todo impulso real de comprenderlos y transformarlos.

De estas combinaciones resulta un modelo de ciudadano que sigue forjándose en las aulas y que tiende a concordar en gran parte con los estímulos externos que propagan los canales mediáticos y los dispositivos electrónicos caracterizados por restringir visiones panorámicas de la existencia y de los vínculos profundos que pueden surgir entre los seres humanos. La atención dispersa, el enunciado cursi y la pereza intelectual son los recursos más eficaces para despojar de aspiraciones creadoras y críticas a los jóvenes, que ven reducida su perspectiva a una envoltura rígida y seca en la que sólo caben frivolidades que son fruto privilegiado de distractores y fuentes de disgregación sensitiva.

Algo se lograría estimulando la apropiación libre y espontánea y la sensibilidad activa del estudiante, su discernimiento y sus aptitudes intuitivas si se les ofrece un repertorio vasto y rico, haciéndoles ver que un escrito en verso no equivale a significado poético, que éste se relaciona con una variedad de manifestaciones artísticas que no se contraponen al conocimiento científico porque abarcan materias que exigen un método para florecer, para fundar nuevos proyectos de vida extrayendo deleite de ellos, así como para comprender el grado de responsabilidad de cada individuo con las comunidades de las que forma parte, hasta con el ecosistema en que aquél sólo representa a una especie sometida a los dictados del capital cuyos poderes de acumulación son letales para la sobrevivencia del planeta.

La apreciación literaria y de otros ámbitos disciplinarios, el diálogo gozoso en un ambiente de respeto, los atractivos de la lectura descubiertos por cuenta propia, la escucha sincera, los esfuerzos articulados entre diversos agentes de cambio, y la estima de los predecesores en el tronco civilizatorio de uno y otro hemisferio pueden ser algunos de los puentes que ayuden a unir, en la mente y en las acciones, los cabos sueltos que los núcleos dominantes se obstinan en mantener aislados en provecho de su avidez.

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