Editorial
Editorializamos en esta ocasión sobre una obra magna, quizá la más relevante en Mérida en lo que va del presente siglo.
Estamos refiriéndonos al rescate de una vasta zona que otrora fuese la zona central del sistema ferroviario peninsular, así como edificio utilizado parcialmente para fines educativos, bodegas de desecho de materiales ferroviarios y por lo general bodegas o depósitos para desechos metálicos. Vastos espacios traseros invadidos de hierbas o dedicadas ocasionalmente para deportes cerraban en el lado norte con una serie de casas, habitadas por lo general, por familiares o descendientes de obreros de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán.
Hoy día, lo que fuese un espacio de varias hectáreas, lóbrego y en desuso, se ha convertido en una gran obra de rescate urbano. Y hay que decirlo: una obra majestuosa que, a más de construirse en un espacio vital para la ciudadanía, agrega una zona de convivencia social a los meridanos, y también a decenas de miles de visitantes atraídos por la libertad de convivencia y disfrute a plenitud de cada uno de los espacios donde el arbolado vuelve a lucir, los espejos de agua refrescan el ambiente, y los amplios pasillos internos invitan a las familias a tomarse de las manos y recorrer esta obra prodigiosa ubicada en el corazón histórico de esta urbe del sureste mexicano.
Diseño, planificación, realización son reconocidos y aplaudidos por los vecinos del área, los usuarios de las áreas escolares incorporadas y una sociedad yucateca que hace largo tiempo no vivía la experiencia de una obra tan grata, que nos enorgullece ante México y el mundo.