Arte
En un artículo anterior señalé la relación que a menudo se establece entre Xilitla y Bomarzo. Por supuesto, uno se puede preguntar si Edward James (1907-1984) o Pier Francesco Orsini (1523-1583) hubiesen podido realizar sueños escultóricos y arquitectónicos de tal magnitud si no hubiesen dispuesto de la fortuna y el poder que los caracterizaron en sus respectivas épocas (siglo XX y siglo XVI).
A guisa de respuesta, se recordará que otra de las obras escultórico-arquitectónicas que más frecuentemente se asocia con Xilitla es el famoso Palais ideal del facteur Cheval (1836-1924). Como se sabe, se trata de un peculiar “palacio”, de apenas 26 x 14 metros, realizado por un humilde cartero de la provincia francesa de la Drôme (de ahí su apelativo de facteur, «cartero» en francés) quien estaba muy lejos de disponer de la fortuna, poder y educación de Edward James o del duque de Orsini.
Si se pueden comparar Xilitla y el Palacio ideal es, por ende, debido a la encendida libertad de la imaginación de aquel hombre excepcional cuyo apelativo parece hacer precisamente alusión a esa fogosidad creativa de manera predestinada ya que, en francés, la expresión facteur Cheval se puede leer a la vez como “cartero Caballo” o como “factor Caballo”.
Sin duda es esta voluntad creativa, tan espontánea como indómita, lo que llevó a André Breton a considerar esta obra como una de las manifestaciones por excelencia del Surrealismo avant la lettre. Son también estas cualidades, tan cercanas a lo que buscaba el “primitivismo” europeo, las que atrajeron, por lo demás, las miradas de Picasso y de Dora Maar sobre aquel templo de la imaginación a rienda suelta.
Resulta fascinante que el proyecto del facteur Cheval surgiera literalmente del inconsciente. Como nos dice él mismo en su pequeña autobiografía de 1905, editada por André Jean en 1937, antes de iniciar materialmente su obra, Cheval “había construido en un sueño, un palacio, un castillo o una gruta, no se los sabría expresar adecuadamente, pero era tan hermoso, tan pintoresco, que diez años después se había grabado en mi memoria y no la había podido arrancar de ahí”.
Quince años después de aquel evento onírico, tropezó el cartero con un pedrusco cuyas formas irregulares lo subyugaron por completo. Es a partir de este encuentro con tal primera piedra (cómo no pensar en los alquimistas) que empezó a reunir otras concreciones calcáreas para su gruta-palacio.
Es significativo que tales rocas sedimentarias, típicas de la región de la Drôme, puedan compararse tan fácilmente con las que fueron utilizadas para elaborar las grutas artificiales del manierismo italiano, como hace patente la descripción que nos da de ellas el propio Cheval:
“Es una piedra molasa, trabajada por las aguas; endurecida por la fuerza del tiempo se hace tan dura como los guijarros. Presenta una escultura tan extraña que es imposible que el ser humano la imite; representa toda clase de animales, toda clase de caricaturas.”
Cabe decir que es el carácter evocativo de estos pedruscos lo que decidió al cartero a poner manos a la obra para realizar la gruta-palacio que había visto en sueño: “Puesto que la naturaleza quiere ser escultora, yo me ocuparé de la albañilería y de la arquitectura. A partir de ese día recorrí los barrancos, las colinas, los lugares más áridos, encontré también toba calcárea que es igual de maravillosa.”
Quizás podría parecer excesivo intentar hermanar el palacio del facteur Cheval con el espíritu del Manierismo del siglo XVI. Resulta interesante, sin embargo, que sea desde su “materialidad” que se pueda intentar tal acercamiento, sobre todo porque, al igual que sucede con La Invocación de Remedios Varo, obra sobre la que me detuve en otro artículo; tal relación con las grotte del Cinquecento italiano abre una vez más el problema de la relación de la naturaleza con la imaginación creativa.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU
¿Y Petra, Juan?