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La Paremiología, Un Estudio del Refrán – VII

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No hay refrán perdido

LA LABOR HUMANÍSTICA EN ESPAÑA Y EL USO DE REFRANES EN LA LITERATURA DEL SIGLO DE ORO. SIGLOS XIV AL XVII.

PARTE 1.

ADRIANA RALÓN 

Nuevamente nos encontramos en este espacio de lectura. Agradezco de nuevo el placer de su compañía. Espero sinceramente que hasta este momento hayan disfrutado de esta serie y se animen a acompañarme hasta el final.

Continuemos, pues, por ese recorrido paremiológico. Saludos, amigos.

Desde la emergencia de las literaturas escritas se nota la presencia de las sentencias y de los proverbios en los libros sagrados y profanos. Por ejemplo, en el mundo mediterráneo, la Biblia y, más tarde, la literatura griega y romana.

La antigua tradición paremiológica llega hasta nosotros sobre todo a través del intenso interés que los refranes suscitaron en el Renacimiento, como parte importante del movimiento. Una importante serie de recopilaciones de refranes se realizó, justamente, como parte del Renacimiento; además de Erasmo, sus amigos Tomás Moro y Luis Vives, por una parte, y Martín Lutero, por otra, se ocuparon de los refranes.

Así de la paremiología árabe conviene recordar a Scaligero quien publica sus Proverbiorum arabicorum centuriae duae, de la latina a Garnier (Ph.) (Leyde, 1614) con su Thesaurus adagiorum (Francfort, 1612): la paremiología francesa cuenta, entre los primeros, a Gomés de Rier con sus Six mille proverbes aparecida en Amsterdam en 1611. Jean de Gomicourt en 1679 publica en Roma su obra Sentenze e proverbi italiani luego de que Varini en 1656 publica, en Venecia, su Scielta dei proverbie sentenze italiane. Por cierto que Venecia, para entonces, al tenía menos siglo y medio de antecedentes paremiológicos: a principios de abril de 1508 llega a ella Erasmo y se hospeda por cerca de ocho meses en la casa del impresor Aldo Manucio, quien le edita, con el nombre de Erasmi adagiorum, sus adagios aparecidos por octubre de ese año.

En cuanto a la paremiología castellana, cabe al Marqués de Santillana el honor de ser el primer coleccionista de refranes con sus Refranes que dicen las viejas tras el fuego, y a Gonzalo Correas el más vasto y conocido paremiólogo con su vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana, en que van todos los impresos antes, y otra gran copia que juntó el maestro Gonzalo de Correas, Catedrático de griego y hebreo en la Universidad de Salamanca, como dice la edición de la RAE.

De hecho, Correas había sido precedido por paremiólogos como Mal Lara y Núñez, además de los anónimos.

Entre el siglo XIV y el siglo XVII, los refranes empiezan a aparecer con singular abundancia en algunas obras literarias.

Apenas si los refranes asoman en la épica primitiva (o tardía), en la prosa didáctica, moral o ascética (rica en cambio, en sentencias, máximas y aforismos), en la poesía lírica (juglaresca y tardía), en el teatro primitivo, en las novelas caballerescas, pastoriles, moriscas y cortesanas, en los romances viejos o más modernos y, naturalmente en la literatura religiosa, ascética o mística. Sin embargo, se les encuentra ya en mayor número en las obras de Gonzalo de Berceo, el Caballero Cifar, el Conde Lucanor, los Proverbios de Sem Tob de Carrión, el Libro de Alexandre, el Rimado de Palacio, y por supuesto el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita y el Corbacho del Arcipreste de Talavera. Se nota también su presencia en la poesía satírica de los Cancioneros, en la sátira político-social, en las obras del Marqués de Santillana y, por fin, a granel, en la Celestina al final del siglo XV.

Pero habrá que esperar el siglo siguiente para verlos invadir la prosa narrativa con la aparición de un género literario hasta entonces inédito en las letras castellanas: la novela picaresca, que nace con el Lazarillo de Tormes y florece magníficamente medio siglo más tarde con el Guzmán de Alfarache, el Buscón de Francisco de Quevedo, la Pícara Justina y las demás obras que han sido recogidas bajo el dudoso título de Novelas picarescas españolas en el volumen de la Editorial Aguilar (Madrid). Allí figuran, además de las obras maestras que acabo de citar, La Ilustre Fregona, Rinconete y Cortadillo, El Casamiento Engañoso y Coloquio de los Perros, de Cervantes; La Hija de Celestina; La Vida del Escudero Marcos de Obregón; El Donado Hablador; La Vida y Hechos de Estebanillo González; El Diablo Cojuelo; La Vida de Torres de Villarroel, etc. A todas estas novelas se las puede calificar de “realistas”, sin duda porque el ambiente en que se desarrollan es por lo regular el universo de los pícaros, ganapanes y ladrones, mendigos y prostitutas, fregonas y celestinas. Por eso, y tal vez porque en algunas de ellas abundan los refranes, también se les ha pegado la etiqueta de “literatura popular”.

Los años finales del siglo XV anuncian el triunfo del refrán -y no sólo de las sentencias- en las letras españolas. Triunfo que se confirmará plenamente en los siglos XVI y XVII.

La paremiología española debe mucho a La Celestina y debe también mucho a Juan Valdés quien, en su Diálogo de la Lengua (h.1533), emplea una y otra vez el refrán como ejemplo y como confirmación del “buen uso” de la lengua. Naturalmente, debe mucho a Cervantes, quien los emplea con habilidad y extraordinaria maestría en El Quijote: los pone muchas veces en la boca de Sancho y reiteradamente se lo reprende Don Quijote. Pero los refranes en el Quijote no sólo están en la boca de Sancho, y también alguna vez en boca de su mujer y en boca, así mismo de su hija Sanchica, es decir, en boca del pueblo.

En el siglo XV se hallan los primeros testimonios de una actividad que será luego frecuente en los Siglos de Oro. Ellos son los Romancea proverbiorum y el Seniloquium. Ambas colecciones se relacionan con el ámbito escolar. Los Romancea proverbiorum son un listado de refranes que un escolar apuntó en su cuaderno de apuntes (Rius Serra 1926; Luis Combet; 1971: 110-115). La finalidad de este listado podría ser su utilización en las clases de gramática que tenían como fin el aprendizaje del latín. Vale decir que el listado no valdría de por sí, sino más bien como un medio para el conocimiento de la lengua oficial de la escuela medieval.

El segundo listado tiene el carácter ya de una colección, es decir, de un listado orgánico que responde a un impulso compositivo. Me refiero al Seniloquium, obra que hasta hace poco era considerada anónima, pero que recientemente Fernando Cantalapiedra y Juan Moreno han atribuido a Diego García de Castro, vicescolástico en Segovia.

El Seniloquium no es un listado repentino de refranes, sino una colección alfabética con amplias glosas en latín con las cuales, como ya he dicho, pretende amonestar al bajo clero. El prólogo de la colección se revela como un espacio literario que el autor aprovecha para reflexionar sobre su obra.

Los refranes para el comentarista y comentador del Seniloquium son normas legales que es necesario desentrañar y que nos ayudan a interpretar la realidad, pero normas al fin y, como tales, expresiones unívocas. En este sentido, el autor del Seniloquium es un fiel representante de lo que el refrán había significado en la tradición medieval. Autores como Sem Tob, Juan Ruíz o Juan Manuel toman el refrán por su valor normativo, como representantes de una serie de valores éticos con los que comulgan. A finales del siglo XV, sin embargo, las cosas comienzan a cambiar. Empieza a despuntar hacia el final de la Edad Media, una percepción de que el refrán podía tener otros usos que el meramente normativo.

Este cambio de percepción se produce gracias a una nueva valorización de la lengua vulgar que ocurre en ese momento con la llegada de las teorías lingüísticas procedentes de Italia. Nebrija fue el gran impulsor de estas teorías en la Península Ibérica en su lucha incansable contra los bárbaros. (Rico 1978, 1993; Ramajo, Caño, 1997; Alvar, 1997; Codoñer-González Iglesias, 1997).

Referencias

Luis, Combet. Los refranes en la literatura.

Herón, Pérez Martínez. Hacia una paremiología.

Jesús, Cantera Ortiz de Urbina. Supervivencia y triunfo del refrán en las letras españolas al llegar la Edad Moderna.

Hugo O., Bizzarri, 2008. El refrán en el tránsito del Humanismo y el Renacimiento. (La invención de la ciencia paremiológica).

Ilustraciones: Archivo AHGA.

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