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Letras
José Medina
La palabra poesía es entrañable, como también es entrañable la disciplina que se practica para crear poesía.
Por eso mismo quien intenta –o desea– crear, o aproximarse a la poesía, tendrá que comprender que la práctica real de esta disciplina siempre adquiere un sentido previo de responsabilidad.
Necesariamente, hay que entender que la poesía no sólo es un conjunto de lazos y palabras, sino también es un ramillete de sentimientos y emociones, el cual se entrelaza con actividades, lenguaje, razonamiento y conducta.
La poesía no es algo espontáneo, aunque así lo parezca siempre. La poesía es intimidad que requiere una praxis propia y una visión objetiva y real, de tiempo presente, que conjuga un ayer y un porvenir que tiene –o posee– un horizonte pleno que emerge de la cadencia y el ritmo de los versos y poemas que construyen y edifican la estructura primordial de la poesía, pero también dibujan –versos, poemas– la manifestación literal y visible que le da forma y sentido a la disciplina misma.
Quien se considere poeta tendrá que demostrarlo en el tiempo y en el espacio que existen en la lógica insoslayable del espíritu.
La eventualidad no hace al poeta. Tampoco el amiguismo, la conmiseración o el compadrazgo.
La poesía es unigénita. Se concibe bajo formas connaturales. No proviene de la elegancia exquisita ni del sentimentalismo excesivo. El sentimentalismo no crea poesía. A veces crea monstruos.
Lo que realmente crea poesía es la comprensión de la vida común del individuo o de la sociedad, y las variadas posturas del sentimiento auténtico.
También contribuyen a crear poesía las palabras y el lenguaje involucrados en la metáfora y en la síntesis de la ilusión, el anhela, la pasión o la ternura.
La poesía es instinto, voz, palpitar íntimo que se externa, conciencia que dialoga; sentimiento común, inquietud perenne y convicción.
El Juglar núm. 401. Suplemento del Diario del Sureste. Mérida, 28 de enero de 1999, p. 6.
[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]
