XII
La Mirada
Puede que fuera así. Sin el puede. Así era. Así tenía que ser. No era posible que fuera de otro modo.
Sin embargo, esa mirada lo inquietaba…
Él sabía que tenía razón. No solamente se lo dijeron al causar alta en el más poderoso ejército del mundo, sino que a diario, en la prensa, en la temblorosa imagen de la pantalla televisora, en cada emisión escuchada a través de su aparato portátil de transistores, en la penumbra adormecedora del salón de cine, en las conferencias de los oficiales, en las tiras cómicas, en todos lados, en todas las circunstancias, en todos los momentos, se lo repetían: –Esta es la verdad, la única verdad, la radiante verdad, la inmarcesible verdad, la verdadera verdad; nosotros –tú con nosotros– tenemos la razón, somos dueños de la razón, los poseedores absolutos de la razón.
Esta mirada, sin embargo…
Antes, en su natal México, soñaba con cosas diferentes. Una vida de trabajo, sí; pero pletórica de holgura y comodidades como recompensa. Una esposa rubia, glamurosa. Unos hijos robustos y graciosos como anuncio de alimentos infantiles. Los tragos sabatinos con buenos amigos. El servicio religioso de cada domingo con intercambio amistoso de saludos con otros matrimonios.
Y esa mirada, esa mirada…
¿Cuánto tiempo lo pensó? Al principio sólo fue la plática –un poquitín jactanciosa– con la palomilla. Después, una pueril amenaza a la novia. Lo que lo decidió fue el cierre de la fábrica. Por incosteable, dijeron. Aunque luego los dueños inauguraron un hotel –negocio de moda– de no sabía cuántos millones de pesos. Entonces ya no quedó otra. A dar el salto. A la tierra prometida. Allí donde el más pobre tiene un coche último modelo y un televisor en cada habitación.
Esa mirada, ¡Dios Santo!…
El principio no fue fácil. Pero él era un hombre trabajador, serio y honrado. De barrendero a lavaplatos, fue en ascenso. Hasta llegar como dependiente de una estación gasolinera. De aquí al coche y, con el coche a las muchachas. Cierto que no tenía novia, una novia oficial como se usa en la tierra; pero tenía amigas, muchas amigas que eran algo así entre novias y amantes. La combinación no es mala y allí no es mal vista. Se divirtió y ahorró. La vida no es mala, ¿verdad?
Pero esa mirada…
Luego la llamada de la Junta Militar. La explicación cordial de que a la hospitalidad se corresponde. Y qué si no se corresponde, se obliga a corresponder. El enrolamiento. Él nunca pensó en ser soldado. El entrenamiento. Largo y fatigoso. Entrenado para vencer. De esto ni duda. Se vence cuando se tiene la razón. Y los recursos. Y ellos –él entre ellos– tenían la razón. Y los recursos.
Y la mirada, la mirada…
Llegó la hora de poner en práctica lo que con tanto cuidado le enseñaron los instructores. Había que ir a corresponder en tierras orientales el coche, el televisor, y las amigas. Esta era la primera vez que entraba en acción. Y lo hizo de buena gana. Aunque con un leve temblor en las rodillas y un erizamiento de la columna, semejante –lo había leído tantas veces– al encorvado espinazo de un gato. El helicóptero lo dejó, con sus compañeros –¿por qué tanto negro, portorriqueño, mexicano, cubano, venezolano? – cerca de la aldea. Aldea que le recordó tantas de la región costeña de su país. Allí se escondía el enemigo. El bárbaro, criminal, astuto, feroz enemigo. Y había que destruirlo. A paso veloz llegó hasta la primera choza. El rayo naranja de su lanzallamas repentinamente, simulando la flor viviente de la destrucción. No se oyó ni un grito. Por la boca negra de la puerta salió una mujer menuda con un niño en brazos. Ambos ardiendo. Antes de caer tronchada, la mujer lo miró largamente.
Esa mirada…
De pronto, allá adentro, él no sabía si en el alma o en el cerebro, supo por qué lo inquietó esa mirada: cuando decidió emigrar, una mujer, allá en su México natal, quedó sola y desamparada; una mujer vieja que, parada en la boca negra de otra puerta, después de besarlo lo miró con mirada que era de dolor y de compasión.
Después de mirarlo, su madre se volvió y, lentamente, penetró a su casa.
Luis H. Hoyos Villanueva
Continuará la próxima semana…